1. Sueños, recuerdos y mi vida.

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Creo que me quede ciega.

—¡Arriba Alex! — exclama ella, iugh a veces no soporto su voz, es demasiado chillona. Aunque algunos la describen como "dulce"—. Hoy es sábado.

Ajá.

Le doy una mirada mi reloj que descansa en la mesita de luz, justo al lado de mi cama. Las agujas marcan las 7:05 AM.

—¡Son las siete de la mañana! —protesto con enojo. Odio que haga esto, son vacaciones.

—Prometiste ayudar en el café—me recuerda cruzándose de brazos mientras me da una mirada acusadora parada al lado de mi cama.

Oh, eso. Lo olvidé. Suspiro y me cubro en la sábana blanca hasta la altura de mis cejas.

—Cámbiate ese pijama, abrimos en una hora —me informa, aplaude dos veces en el aire y sale de mi hábitat natural cerrando la puerta tras ella.

Me levanto con muchísimo esfuerzo, ¿quién en su sano juicio se levanta a las siete de la mañana un sábado? ¡Un sábado!

Al estar sentada en la cama siento un leve dolor de cabeza, ahg. ¿Qué hice anoche? Joder.

Me pongo de pie, me tambaleo y en un brusco movimiento, tiro al suelo un portarretrato que yacía en mi mesita de luz. La torpeza vino de nacimiento, supongo. Me sorprendo al no escuchar el cristal haciéndose pedazos. Me inclino a levantarlo y le doy una mirada.

Pongo una mueca al verla y la dejo caer en la mesa de luz.

Hace un mes que mi madre, Giselle Flicks murió de cáncer —no es un tema muy lindo, claramente— y aun estoy recuperándome de su "dolorosa" ida. Mi tía Susan se esta haciendo cargo de mi.

Luego de darme un relajante y largo —apropósito— baño y vestirme con lo más simple que encuentro, me reúno con mi tía en la sala de estar. Termina su desayuno, deja su libro en la mesa y ambas salimos del apartamento.

El café de mi tía queda a unas cuadras del departamento, siempre hacemos este tramo caminando, ya que ella tuvo que vender su auto para pagar los gastos de hospital de mi madre, el entierro y esas cosas. Una de las cuantas razones por las cuales la admiro mucho y trato de ayudarla en todo lo posible. Como ahora. A las siete de la mañana.

Cuando llegamos, Susan, abre las puertas, los demás empleados comienzan a llegar, encienden las luces y arrancan la misma rutina de todos los santos días, lavando pisos, mesas, prendiendo las maquinas y todo lo necesario para poner a andar el lugar.

Mientras tanto, me escabullo de mi tía que se puso a hablar con Loren, la cajera y me voy al fondo, detrás de un pequeño mostrador en donde por las noches se preparan bebidas. Me entretengo mandándome mensajes con Alice incondicionalmente, mi mejor amiga, que por practica de natación tuvo que levantarse temprano. En realidad, todos los sábados. Una tortura, lo sé.

—¡Alexandra! —grita mi tía en modo de regaño.

—¡Que no me digas Alexandra! —le grito sin importarme quien esté a mi alrededor o que la persona a la cual estoy retando sea mi tía. Odio que me digan Alexandra. ¿Hay razón? Mi mamá decía que no le gustaba la abreviatura "Alex" que le encantaba Alexandra y me lo recordaba siempre, era la única que me decía así. Ahora que murió, solo me trae recuerdos.

Ella abre su boca para protestar, pero a los segundos cambia completamente su actitud, recordándolo todo.

—¡Te traje para que me ayudaras, mueve ese trasero! —exclama riendo mientras intenta aligerar el intenso ambiente que ella misma había formado.

Muerdo mi labio y a malas ganas, obedezco.

—Voy a morirme —mascullo enfadada, sabiendo que podría estar disfrutando mi última semana de libertad saliendo con mis amigos, ya que la escuela no tardaba en llegar.

Una Casa 7 Problemas (COMPLETA)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu