Mi pecado es amarte

By Pixlumy

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«Tú no necesitas a Dios si me tienes a mí, y yo no necesito antidepresivos si te tengo a ti». Ezequiel está m... More

Prefacio
Primera parte
1. Ezequiel: En donde despiertan los sueños
2. Ezequiel: Lo que todo niño quiere
3. Salvador: El mensaje
4. Ezequiel: Los regalos
5. Ezequiel: Epidemia de culpas
6. Ezequiel: Traidor del bien
7. Ezequiel: No hay tristeza en tu cariño
8. Ezequiel: El amor queda
9. Ezequiel: La forma en que se manifiesta
10. Rafael: El brillo en ti
11. Rafael: Su presencia ausente
12. Rafael: Lo que (no) debes enfrentar
13. Rafael: Saber que no se sabe
14. Rafael: Gracias (parte I)
15. Rafael: Gracias (parte II)
16. Ezequiel: Un poquito más
17. Ezequiel: Un poquito menos
18. Salvador: Me necesitas
19. Salvador: Mi alivio
20. Ezequiel: Mi calma
21. Anton: Lo que importa
22. Anton: Adaptarse
23. Anton: Para relacionarme
24. Salvador: Solo seguir intentando
25. Anton: Sobre ser feliz
26. Anton: Cabeza en alto
27. Ezequiel: Por debajo
28. Rafael: Lo que falta
29. Rafael: Por los cambios
30. Anton: Lo indispensable
31. Anton: Nuevas reglas
32: Salvador: Lo que (no) siento [parte I]
33. Salvador: Lo que (no) siento [parte II]
34. Ezequiel: Que te olvide...
35. Ezequiel: ... Eso no se va a poder
36. Ezequiel: Quien te cuida
38. Salvador: Miedos
39. Gael: Lo que elegí (parte I)
39. Gael: Lo que elegí (parte II)
39. Gael: Lo que elegí (parte III)
40. Anton: Silencios que faltan, sobran y joden
41. Anton: Cuenta regresiva (parte I)
42. Anton: Cuenta regresiva (parte II)... y adiós
43. Ezequiel: Fragmentación
45. Salvador: Decepción y ahogo
39. Gael: Lo que elegí (parte IV)
46. Anton: Hipocresía o el (no) saber que se sabe
47. Salvador: Aprender a marcharse
48. Salvador: Aprender a quedarse
49. Rafael: Explorando nuestras ansias
50. Rafael: Padecer la insensibilidad
Segunda parte - Interludio
51. Rafael: Desintegrándonos
52. Rafael: Reencendiéndote
53. Ezequiel: Actuación desfigurada
54. Ezequiel: Afrontando
55. Ezequiel: Lidiando
56. Ezequiel: Dispersos
57. Ezequiel: En mi nombre
58. Ezequiel: Me observas
59. Ezequiel: Desconexión
60. Salvador: Planes (parte I)
61. Salvador: Planes (parte II)
62. Rafael: Desquitando, acabando
63. Rafael: Cansado y confundido
64. Ezequiel: Eso que te vendría bien
65. Ezequiel: Eso que te hace falta
66. Ezequiel: La belleza perdida
67. Rafael: Como él
68. Salvador: Mentiras que ya sé que sabes
69. Rafael: El sentimiento es mutuo
70. Rafael: Dependemos de ti
71. Rafael: Te recuperé
72. Salvador: Retorno
73. Ezequiel: Expiación caducada
Tercera parte
74. Anton: Las personas de mi vida
75. Anton: No me culpes
76. Paz: Nunca quise ser cruel
Wattpad tal vez me elimine

37. Ezequiel: Juramentos

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By Pixlumy

Por nuestro propio bien, no te enteres nunca que me estás rompiendo el corazón.

Ezequiel

En un segundo pasé a sentirme útil para los demás, a ser inútil para él. Primero me buscaba para luego parecerle un estorbo.

«No, no seas tonto. Jamás serías un estorbo para él» me dije para mis adentros «Solo estaba siendo obediente ¿verdad? ¡¿verdad?!».

Me quedé esperándolo en su cama de abajo, sentado mientras me cubría el rostro. Estaba preso de mi angustia, me tragaba las fervientes ganas de ir a sacarle su mierda a ese hijo de perra. Claro que saldría perdiendo, pero un ojo morado o cualquier cosa era mejor que quedarme ahí, muerto de nervios, sin hacer nada por él, por el chico que me quitaba el aliento desde que tengo memoria. Por el chico que amaba con locura y anhelo.

No lloré, no tenía lágrimas que derramar, estaba seco. Tampoco tenía voz para gritar y ahogarme en una almohada. Quería... quería hacerme daño y en mi desesperación, ante ya ni servirme seguir dando vueltas, solo acaté a estrujarme el cabello como si quisiera arrancármelo de la cabeza. Dolor con dolor se eliminan ¿no es así?

Todo el cuarto me mostraba que él estaba tan cerca que nunca, hasta parecía que duraría para siempre. Su esencia estaba en todos lados, era como el aire que respiraba. Era tan masoquista pensar en que eso podría esfumarse un día... y pensar que eso mismo me atormentaba hace unos años. Fueron los mejores tres años de mi vida, no por creerlos eternos no los aprecié menos. Esa calma, ese alivio de tenerlo todo el tiempo fue maravilloso, no lo cambiaría por nada. Así fuera una mentira que todos nos creímos, hasta mi padre y Gael.

Fue una hermosa mentira...

Hasta que recordé que tenía corazón cuando finalmente escuché el eco de la puerta rechinante abriéndose, y me apresuré a colocar mis manos en las rodillas.

—¡Sal...! —pronuncié levantándome de su cama.

—Otra vez te preocupé ¿verdad? —me interrumpió con ojos decaídos y opacos—. Cuánto lo siento.

Iba a decir algo cuando me acallé viendo que él llevaba esa misma caja entre sus brazos, rodeándolo con un extraño apego.

Él entró empujando la puerta con el pie, a vista y paciencia viendo como sucumbía en nervios. Salvador colocó la caja en el escritorio, buscó una tijera en el cajón de abajo y la abrió en silencio. Expandiéndose solo el sonido del forcejeo y después unas burbujas en la bolsa reventándose. Miró el interior por unos segundos sin sacarlo de su caja y ahí lo dejó.

En cuanto volteé a verle, sus ojos me parecieron tan profundos que le aparté la mirada, incómodo.

—Ya no te hagas eso —murmuró—. No me gusta.

—N-no sé de qué hablas.

—Tienes algunos cabellos entre los dedos. ¿No te duele acaso? —su voz se tornó más dura y demandante—. ¿Cómo puedes provocarte algo así? ¡Dime!

Pude pedirle que no cambiara el tema y me dijera quién era ese sujeto, que al dejarme en un estado de inminente pánico eso era lo mínimo que merecía saber. Pero, si de eso quería hablar, debía soportarlo.

—N-no es nada, solo estaba angustiado... por ti.

—Deberías...

Mas no pude seguirle el juego.

—¡No! ¡Tú deberías recordar que no puedes pedirme que no me preocupe! —vociferé, cansado de que me pidiera calma como si fuera tan fácil—. Llevamos más de diez años juntos. ¿Cómo quieres tú que me calme si permites que ese imbécil te agreda, que encima se atrevió a apoderarte? ¡¿No entiendes acaso lo mucho que me importas?!

«¿No entiendes lo mucho que te amo?».

—Lo sé, pero no así —musitó de inmediato con pena dirigiéndose hacia mí. Tomándome de los hombros me sentó se nuevo a su cama y él se quedó arrodillado en el suelo, sujetándome de las muñecas como si aferrara a un lugar seguro—. Tu cabello es hermoso, y lo sería más si lo cuidaras. Desearía tanto no tener que verte así por mi culpa. Tampoco olvides que tú también me importas, que cuando te lastimas, me lastimas a mí también, más de lo que podría hacerlo cualquier otra persona. Recuerda eso.

Tragué en seco. Así de fácil pudo darles fin a mis ganas de herirme por el momento.

—Yo... —Bajé la mirada a mis rodillas—... lo siento. Ya... ya no hablemos de mí ¿sí? ¿Qué es esa caja?

—Un regalo —respondió con la voz apagada—. Es algo frágil y prefiero que se quede en su caja. Henry lo trajo para mí como "ofrenda de paz" o "bienvenida".

No me supo nada bien.

—¿Puedo verlo?

—Míralo tú mismo.

Fue su turno se sentarse y yo me dirigí al escritorio. Perdí un tiempo explotando las bolsas de burbujas hasta que sujeté el regalo en su interior, sacándolo de su caja y de forma inconsciente, lo coloqué a contraluz de la ventana.

Era un cisne transparente de vidrio pulido, que simulaba ser una escultura de hielo. Era frío al tacto, de bordes redondeados y suaves, tenía el tamaño de dos palmas juntas.

Sin decir nada, aunque fascinado con su pulcridad, lo guardé de nuevo.

—¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa—. Cuando lo vi, lo primero que le dije a Henry fue preguntarle si podía regalarlo. Pero no le dije que quería dártelo a ti.

—Es lindo, aunque no es correcto regalar lo que uno te regala. Ese tipo es un bruto ¡seguro se enfadó y quiso herirte de nuevo!

—No lo quiero. A ti no te puedo mentir, no te quiero mentir: no lo quiero llevar. Es que... yo... yo ya sé cómo... cómo terminé aquí. Sé que todo lo que tenga que ver con ese señor es una farsa.

Me apiadé de él y solo con el sonido de mis pasos me senté a su lado. Sobraría tanto decir una palabra y nada más le froté la espalda en son de apoyo, mientras él se cubría el rostro con las manos.

—Mi... mi mamá —dijo con dificultad, aguantando las ganas de llorar.

—Si te cuesta decirlo, no...

—Mi mamá era de Norteamérica —contó entre suspiros para calmarse—. Vino al Perú en un viaje turístico a Machu Picchu.

De pronto soltó una risa dolorosa. Jamás pensé que detestaría tanto verlo sonreír.

Siempre habría creído que sería de gran orgullo provenir del extranjero, a pesar que Salvador siempre manifestaba sentirse de este país, solo porque en su partida de nacimiento marcaba que lo era. Y eso era tan improbable. Él no tenía ningún rasgo de ser peruano, e incluso nunca faltaron los retrasados estúpidos que se burlaban de él solo por ser muy claro de piel. Lo cierto era que a Salvador siempre le pesó ser diferente, y era fantástico en su manera de ocultarlo. En mi propia estupidez, nunca tuve los huevos para decirle que era hermoso, por miedo a que pudiera darle más pistas de mis sentimientos.

Marina no tenía ningún problema en decirles lo guapas que eran sus amigas del colegio, jamás pensarían que las veía de otro modo. Pero ella al toque me miraba raro cuando yo quería resaltar algo en ella, insinuando cosas que no eran. Bendita suerte que tenían las mujeres.

—Vino aquí junto al que sería mi padre biológico. Al parecer eran pareja, ambos provenían de Estados Unidos. —Salvador se apresuró a limpiarse los ojos con las mangas.

Me partía el alma verlo así. Terminó siendo tan frágil como ese cisne, y yo era consciente que no podía ser como esa bolsa de burbujas y poder abrazarlo en ese momento. Debía confiar en que podía reestablecerse solo.

—¿Puedes continuar?

—Tengo que hacerlo. Solo así entenderás por qué tomé esta decisión. ¡Pero no me desconcentres! Ya te diré a qué me refiero ¿bien?

Asentí apenado y volví a mirarlo. Tenía los ojos tan vidriosos, y por sus repentinos sobresaltos estaba claro que no se trataba de tristeza, o solo tristeza, su sentir estaba acompañado de una ligera frustración y... rabia.

—Y horas antes de que ellos partieran de regreso a su país de origen pasó algo... algo... —Apretó los párpados con fuerza y suspiró. Yo solo atiné a seguir sobándole la espalda, y recordarle que no estaba solo en ese momento—... algo horrible: Él la abusó. No sé si mi mamá era virgen o no pe-pero ¡eso no importa! Y así me concibió.

—No tienes que hacerlo —le rogué con voz rota—, esto te duele tanto, mejor no...

—Puedes ser egoísta esta vez, Ezequiel —dijo sonriendo de pronto, por alguna razón hasta le relajaba llamarme—. Tú y yo sabemos que quieres que siga hablando. Y te pido por favor que no me interrumpas más.

Tragué en seco y solo cedí.

—Él se regresó a su país sin ella, mientras sufría. ¿Qué habrá dicho para que nunca fueran a buscarla? Nadie lo sabe. Y ella se quedó sola, en un país extraño, sin nada más que su maleta de ropa sucia. Ella debió odiarme ¡mi mamá debió odiarme! Seguramente quiso abortar, pero... no lo hizo gracias a Dios. Es que ella debió odiar tanto que yo fuera el fruto de su mayor desgracia. No podría pedirle nunca que fuera una buena madre, a lo mucho le doy gracias por... por convertirse en una, aunque no lo quiso así. Por eso yo no la odio.

» El fraile Gael me dijo que, a veces, se paraba a la puerta de la iglesia a decir herejías acerca de Dios. Mamá enloqueció, y como su español era malo, nadie la entendía muy bien. Hasta que me abandonó en esa misma iglesia y no se supo en la ciudad algo de ella desde entonces, dicen que murió en un accidente de autos, o que se suicidó. Si no fuera por Gael, yo no existiría para el mundo. Me rescató.

» Yo estoy bien ahora, no estoy triste. Así que por favor no me tengas pena, ni me compadezcas.

—Te juro que lo siento no es pena —le respondí sin aire. Lo sostuve de sus manos, y le di un beso a nuestras palmas juntas. Podría estar muriendo del deseo por dentro, pero por un instante debía ser su amigo y no la persona que lo amaba—. Eres fuerte. Si una vez te admiraba, ahora lo hago el doble, o el triple. 

—No me admires —expresó con una mirada tierna. Deseaba tanto poder acercarme más a ella—. Las fuerzas que tengo ahora para no derrumbarme con la verdad aquí mismo son de Dios, de Jesús. A Él es a quién se debe admirar. La cruz es mi... —Hizo una pausa—... ¡Oh! Lo siento, será mejor que deje de aburrirte con religión, aunque para mí es más que eso, es... es vida.

—Nunca me aburrirías ¿de acuerdo? —le dije—. Tu fe es hermosa.

¿Cuánta gente le habrá dicho —tal vez incluyéndome— que aburría cuando hablaba de Dios?

—Ahora... sobre el cisne. 

Se rio con cinismo.

Volvió al escritorio y me dio la espalda. Escuché de nuevo las burbujas reventándose, debía estar tan tenso y ese sonidito era tan satisfactorio. Y justo cuando me estaba acostumbrando a oírlo, se detuvo y levantó el cisne en frente de la ventana. Su mirada se posó por completo en el adorno, inspeccionándolo.

—Henry es el hermanastro de mi padre. Él vivía en el Cuzco desde antes que mis padres viajaran —pronunció con una frialdad irreconocible, fue espantoso—. Él dijo que no pudo hacer nada por mi mamá, pero algo me dice que no debo creerle, ¿y cómo no? Si es pariente de un agresor... ¡Pero es que todos me creen tan estúpido ¿o qué?! —rechistó lleno de ira.

—¡No!

De improviso, bajó el cisne hacia su pecho, rodeándolo con los brazos. Se giró de nuevo hacia mí mientras acariciaba el adorno.

—¿Sabes por qué Henry quiere llevarme con él ahora? ¿Por qué justamente ahora? —Rio de manera forzada, como si riera para no llorar, de pronto, su mirada se desencajó en esa rabia contenida que tanto se estaba guardando—. Pues por dinero ¡¡Por el maldito dinero!! —En su cólera, Salvador estaba a punto de arrojar al suelo el cisne, tomando una pose mucho más voraz—. ¡Cree que soy tan repugnante y codicioso como...!

No era él.

De un salto me apresuré a sostener su muñeca en los aires, esa que sostenía a la escultura animal del cuello. Su mirada energética se posó con la mía. Suspiré mientras negué con la cabeza. Seguí contemplándome en sus ojos nublados por la rabia, y esperé que pudiera tomar conciencia. Permanecimos así por unos segundos eternos, hasta que se esfumara esa furia y me devolviera a mi compañero.

Su rostro se suavizó. Empezó a jadear y se arrojó a estrujarme entre sus brazos, escondiendo su llanto en mi hombro.

—No, no puedo hacerlo. Quiero que lo hagas tú, por favor, rómpelo con tus propias manos apenas llegues a casa.

Sorbió de la nariz y percibí el peso de su barbilla en mi hombro. Nos mantuvimos así por un tiempo hasta que...

—Iré con él al Cusco. Debo hacerlo. Perdón, yo... yo de verdad quería irme contigo.

Ya no lo tendría a mi lado, y ese pensamiento cruel hasta me impedía sentirlo por completo. Sin embargo, él estaba conmigo en ese instante, me quería a su lado, podría fingir que podía conformarme con eso para aliviarlo.

Habían sido tres años sin horrible yugo de que ese día llegaría. Años donde no pensé ni un segundo en superar lo que sentía. Un tiempo precioso donde podía mirar atrás con menos de arrepentimiento. Donde pude vislumbrar como me enamoraba más y más ya no del niño dulce e inocente sino del hombre valeroso y noble en el que se estaba convirtiendo. Donde también crecía mi admiración, mi adulación, mi delirio por él. Y podía entender también cada vez más lo que él podía ver en mí para estimarme tanto, y al menos darle foco por unos segundos al supuesto encanto que yacía en mí también y realzarla para él.

—No te disculpes. Yo juré que entendería, y eso haré.

—Juro que nunca voy a olvidarme de ti —manifestó con la voz quebrada mientras sostenía con insistencia—, aunque tú sí lo hagas.

—¿Cómo? ¿Olvidarte? —me reí un poco—. Eres muy importante para mí, ¿cómo crees que voy a olvidarte? Ni un millón de años lo haría, nunca, nunca te olvidaré.

Sonó la campana.

Por esas fechas, ya no era tan obligatorio asistir a tus clubes, a menos que te faltara nota —a Anton siempre le faltaba nota y adoraba dejarlo todo para el último momento—. Y yo no pensaba moverme de ahí, así estuviera a punto de reprobar.

—Está bien, te creo. Ahora que te he dicho todo, ya no te angusties por mí ¿sí? Y mucho menos vuelvas a herirte.

—Solo si me prometes algo...

—¿Ah?

Me solté de su abrazo y él soltó unos segundos después. Sonreí en cuanto vi que todavía sujetaba al cisne de vidrio del cuello.

Deslicé mis palmas por entre mis mejillas, sosteniendo su rostro, y me permití mirarlo con los estúpidos ojitos de enamorado que sabía que él no podría descifrar.

«Bésalo».

¡No!

—Ya sabes que ese... —Me contuve a decir una grosería—... miserable es capaz de hacerte. Debes prometerme que vas cuidarte, y no vas a permitir que el tal Henry te haga daño. Así como Dios velará por ti.

—Estaré bien, además...

—Una cosa más —lo interrumpí—. No me pidas que no te extrañe, ni que me acostumbre a la idea de... —Empecé a llorar, por fin pude llorar—... que en unos días ya no te veré más.

—También te voy a extrañar.

Sonreí sin dejar de sostener mi mundo entero entre mis manos.

"—Cuando te lastimas, me lastimas a mí también, más de lo que podría hacerlo cualquier otra persona."

«Descuida, no pienso seguir torturándome con el anuncio de tu ausencia».

—Te lo repito, cuídate mucho. Y por mí no te preocupes tampoco. También estaré bien si tú lo estás. En verdad deseaba que te quedarás conmigo, lo quería tanto, tanto. Pero... si esto es lo que tienes que hacer, te apoyaré hasta el final y la alegría de que ya no habrá agonía alguna en tu alma, llenará el vacío que dejarás en mí. Porque... eres más que un compañero de habitación para mí ¿sí?

—No sigas... ¡no sigas! —pidió con emoción, aparentemente conmovido y volvió a abrazarme.

Otra vez envuelto en su ser y en su cariño me hacían ensoñar. En poco tiempo nos despediremos y mi propia agonía seguiría más latente que nunca, ardía. Pero estaba dispuesto a soportarlo para darle serenidad. Y empezar a amar realmente como él ama, con todo y nuestra libertad, junto a la sed de aventurarnos a nuevos cielos por volar.

Importarme más la felicidad de esa persona que la mía, hasta que se convirtiera en mi felicidad, aun estando tan lejos. ¿Realmente podría hacerlo?

—Nadie me importa tanto como tú —musité, delirando con su calidez y la tranquilidad que se posaba entre sus brazos.

En eso me alejé solo un momento, para depositarle un beso en la frente, y volví a resguardarme entre sus brazos tibios.

—E... eso fue ya muy raro. ¿No crees?

—Que sea todo lo raro que quieras, pero es la verdad —pronuncié con ojos cerrados, como si quisiera descansar. Podía estar tan relajado que podría por un segundo olvidar que me estaba exponiendo demasiado—. A veces creo que no te merezco.

—Yo no te merezco a ti.

La puerta se abrió de un golpe grave y resonó la vibración de esta.

—No, ya, suficiente. ¡Ustedes no me merecen a mí! Listo, ya gané. Así que cállense. Cállense, cállense.

Anton llevaba una maqueta del efecto invernadero de Tecnopor que dejó caer ni bien terminó de hablar, dejó caerla al suelo, agregando que ya que tenía su nota podría tirarla a la basura.

Nos apresuramos a soltarnos, como si estuviéramos haciendo algo malo y Anton solo atinó a reírse.

—¿Desde...?

—Un largo ratazo. Así que ya me gradué en chismología, lo sé. Ahora quiero mi premio por quedarme callado todo este rato ¡yuju! —ironizó—. Así que... Sal, ¿te nos vas pal' Cuzco? Uhm... Me envías una postal ¿de acuerdo?


******

Los días que nos separaban de la graduación eran cada vez menos. Eran como una muerte lenta, y no supo tan mala de pronto, o no por mucho...

Salvador quiso que pasara más tiempo con él, pero yo tenía muchas cosas extracurriculares que hacer, como empaquetar esos mismos rosarios de madera. Y por un extraño capricho, quise incluso tallarlos un poco para personalizarlos más.

En el espaldar de la cruz, y con una especie de limadora giratoria, marqué las iniciales de cada uno. A la vez que desafiaba mi memoria acordándome de sus nombres. Sería un retrasado mental si me olvidaba de más de uno.

Hasta que llegaría a tallar el rosario que sería para Salvador. Ojalá no se considere una herejía que marque el suyo, pero de todos modos lo hice, siendo el único rosario que llevaba escrito su nombre completo, junto a un mensaje con iniciales en uno de los bordes.

Al terminar, contemplé el collar por unos minutos en mis manos. Ya me lo imaginaba en su cuello en la graduación, después de esta. Cuando abandonara por completo el rostro juvenil que le conocía en ese momento, lo seguiría usando. Cuando ya ni pudiera reconocerlo entre la gente, lo seguiría usando. Cuando la vejez tome terreno en su piel, lo seguiría usando.

Ese rosario seguiría con él todo el tiempo en el que yo no estaría a su lado... y empecé a envidiarlo.

Lo estrujé con todas mis fuerzas y con las manos juntas acerqué esa cruz a mi rostro y lo besé. Mientras tanto, recordé lo que era llorar por él, sufrir por él, pero como nunca lo había hecho antes. Agonicé su partida hasta perder el control de mi ser, hasta desequilibrarme ante la muerte inminente y sentir cómo se me evaporaba la cordura del cuerpo. Pero incluso estando así, supe que merecía sufrirle incluso más, más y más. 

Creí que Salvador que sería el único que acabaría con mi tormento, sin embargo debía entender que algo más debía arder entre mis brazos cuando ya no pudiera abrazarlo más. Un filo cruel se alzó ante mí como mi único remedio, enseñándole a mis venas una nueva forma de llorar que lo detuviera todo, mientras acrecentaba aún más de forma física el dolor al que me había vuelto adicto, solo porque se trataba de él.



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