56 (Segunda Temporada)

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Narra Bruno:

Yo no sentía nadaNo sentía mis pies, brazos, piernas, nada. Parecía pesar una tonelada. No tenía fuerzas para mover un musculo.
Lentamente, comencé a escuchar una voz que parecía venir de muy lejos y me estaba llamando. Quería abrir los ojos y responderle que todo estaba bien, que no tuviera miedo, pero yo no podía decir o hacer nada.

La voz que me llamaba era tan linda que imaginé que era la de un ángel que me venía a buscar para llevarme al cielo. Intenté concentrarme en esa voz suplicante y percebí que el ángel estaba llorando. Sentí que sus lágrimas delicadas caían en mi cara y tuve ganas de decirle:  “¡No llores, ángel! ¡Todo está bien!”.

Sentí un toque suave sobre mis labios, una caricia delicada. Labios perfectos acariciaban los mios, en el más puro de todos los besos. Solamente podían ser labios celestiales, no había otra explicación.
A medida que el beso proseguía, sentí que volvía a la vida.
Respiré profundamente y pude sentir un perfume que me resultaba muy familiar. Entonces, estaba confirmado, ¡yo estaba en el cielo!

Con esfuerzo, intenté corresponder al beso con la misma suavidad. Moví ligeramente los labios mientras mi cuerpo comenzaba a reanimarse. Mientras más besaba esa boca y aspiraba el dulce perfume, más necesidad de eso sentía.
Pude estirar una mano y al tantear un poco pude encontrar su pelo suave. Pero ese movimiento hizo que el ángel se alejara y casi gemí de frustración. Después de algunos segundos, abrí mis ojos y vi la cara de mi ángel: Era el amor de mi vida y nada más me importaba.

Dije la primera frase que se me vino a la mente. Ella sonrió y parecía estar aliviada.

— ¿Estás bien? — Preguntó preocupada. — ¿Te duele algo?, ¿te quebraste alguna parte del cuerpo?

Decidí fijarme antes de responderle. Por eso, movi lentamente todo el cuerpo y no sentí que nada estuviera mal, estaba entero. La mire a Micaela y acaricié su cara con mi mano.

— Estoy bien. — murmuré.
— ¿Qué pasó?

— ¿No te acordas? Vos te demayaste después de que te conté sobre el... bebé— Respondió, bajando sus ojos.

Comencé a acordarme de todo. Las imágenes llegaban a mi mente y me sentía muy estúpido por haberme desmayado. Después vino la agitación. Había recibido una de las mejores noticias de toda mi vida.
También me acordé de todos los sintómas raros que Micaela había presentado en el último tiempo: Estaba muy sensible, Sueño constante, algunas nauseas, repentinos cambios de humor, sin hablar del aumento de sus ganas por tener relaciones sexuales. 
¿Cómo pude ser tan ciego?

— ¡Estás embarazada! — Exclamé sentándome bruscamente y asustándola un poco. — ¡Vamos a tener a nuestro hijo! Yo te amo, Mica.

— ¿No estás... enojado?— Preguntó nerviosa. 

— ¿Por qué tendría que estarlo?— Indagué, frunciendo el ceño. 

— Bueno, pensé que me podías considerar culpable por lo que pasó y... — Agarré su mano y la mire fijamente a los ojos. Tuve que interrumpir su explicación porque no permitiría que Micaela prosiguiera en esa linea de pensamiento.

— No hiciste a nuestro hijo sola— Afirmé tranquilo. — Vos no sos la única responsable. En todo caso, si hubo algún descuido, te garantizo que no fue tuyo sino que mio. Y si ahora tenemos que enfrentar esta linda consecuencia, lo vamos a hacer juntos, vos y yo.

Pude notar que sus ojos ya estaban menos preocupados y una sonrisa timida se comenzaba a formar en su boca. La felicidad pura invadió por completo mi pecho. Yo sería papá, papá de un hijo hecho con todo el amor que yo sentía por esa mujer angelada. Y a pesar de que la noticia era un poco rápida e impactante, yo ya me consideraba como el hombre más feliz de toda la Tierra.

— ¡Voy a ser papá! — Grité emocionado.— ¡Me haces tan feliz, mi amor!

Sin poder contenerme más, la agarré a Micaela y la acosté al lado mio en el piso, mientras escuchaba su gritito de sorpresa.

— Dejame ver tu panza— Pedí levantando rápidamente su camiseta.

— Creo que no hay mucho para ver todavía

En el segundo siguiente, yo ya estaba mirando su panza chata. Y sonreí al pasar la mano por su vientre.

— ¡Por ahora! — Hablé riendo como hace mucho tiempo no lo hacía. — Pero él ya está acá, ¿no es cierto? Su corazón ya está latiendo. Él está creciendo y ya debe sentirse protegido y amado. Porque va a ser amado, ¡muy amado!

— ¿Ya pensasté que quizás no sea él? Puede ser ella. — Preguntó, mirándome curiosa.

— ¡Si es así, también la voy a adorar!— Respondí mientras acariciaba su panza con cariño. — Quiero una nena que sea igual a vos. Que tenga tu mismo pelo, tu misma sonrisa. Yo quiero acompañarte en toda esta etapa. Quiero acompañarte en cada movimiento, en cada momento que tu panza crezca, en cada cambio de tu cuerpo.

Inexplicablemente, ví que la sonrisa que había en sus labios murió y una mirada ansiosa y preocupada ocupó su lugar. Ella se mordió los labios y evidentemente estaba muy nerviosa. Después sacó mi mano de su panza y se volvió a tapar. Y ya no me miraba más. 

— ¿Qué pasó? — Pregunté preocupado, mientras ella se  sentaba. — ¿Dije alguna cosa que estuvo mal?

— No, no es eso. — Respondió mirando el piso.

— Entonces, ¿qué es? — Insisti.
— ¿No queres a nuestro bebé?

— ¡No, no es eso! — Repitió rapidamente. — Yo ya amo a nuestro bebé. 

— Entonces, ¿qué pasó?— Pregunté al sentarme a su lado y al acariciar su pelo. — ¿Estás preocupada porque vas a engordar, tu panza va a crecer y todas esas cosas? Si es por eso no te preocupes, porque vos sos hermosa de cualquier manera. 

— No es ese el problema. — Habló, escapandose de mis caricias y comencé a sentirme alarmado.

— Estás preocupada por la parte económica, ¿no? Podes estar tranquila porque hoy mismo podemos volver a Capital y agarro el primer trabajo que aparezca. Yo no voy a permitir que le falte algo a ustedes dos.

Micaela dió un largo suspiro, todavía no me miraba y obviamente no me acariciaba más.

— La plata es importante, muy importante. — afirmó. — Pero ese no es el mayor problema.

— ¿Y cuál es, entonces? — Pregunté frunciendo el ceño. Decidí tocar su mentón y erguir su cara porque quería ver sus ojos. 

— Sofía. — Dijo en un tono frio y mirándome con la misma temperatura.

Me quede mudo y me sentía nervioso. El momento tan temido había llegado: Confrontar a Micaela por el mayor de mis errores. Después de un momento en silencio de mirarnos, decidí que tenía que hablar.

— Esa persona no existe en mi vida. — Afirmé tajante— No hay nada entre esa chica y yo.

— ¿No? — Preguntó irritada.
— No fue eso lo que vi hace algunas semanas atrás en ese cuarto de hotel.

Me acordé de la conversación que había tenido con mi abuelo, de sus consejos sobre como debería ser verdadero, resaltando que no tenía que esconder nada. Pero temblé por dentro al pensar en las consecuencias. Realmente, no sabía como esta historia podría terminar. Todo lo que yo quería era que nuestra historia no terminara nunca.

Quería formar una familia con ella, construir un hogar. Ya me imaginaba en una casa con chicos corriendo, con mañana alborotadas, con risas y música. Días repletos de amor y noches cargadas de pasión. Podía ver todos los años que tendríamos por delante.

Algunas veces escuche que las personas casadas con el paso del tiempo enfrian su relación, y no entendía muy bien como eso era posible porque cada vez que la miraba a Micaela, mi amor por ella solamente crecía más y más.
En mi opinión y por lo que vi en mi familia, el amor no se termina ni se disminuye con el tiempo, apenas cambia y se convierte en más maduro, como un árbol que se va transformando en más fuerte y lindo, año tras año.
Pero yo entendía que para que eso pasara, las dos partes tenían que estar en la misma sintonía y querer la misma cosa.
El amor tiene que ser retribuido, compartido y dispuesto a sacrificios. Y yo estaba dispuesto. Dispuesto a todo porque nada me mantendría lejos de ella y de mi bebé.

Más Que Hermanos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora