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—Gracias por venir, no sabía que tendría que salir esta noche —mi hermana habló apenas abrió la puerta y dio vuelta para regresar a seguir guardando cosas en su bolso—. Lamento no haberte avisado con tiempo.

—Descuida —me hundí de hombros mientras entraba y cerraba la puerta detrás de mí—. No estábamos ocupados esta noche.

—¿Dónde está Luke, por cierto?

—Llegará en cualquier momento. Quiso pasar al supermercado antes de llegar acá —hice un ademán para quitarle importancia para luego mirar todo mi alrededor, buscando a mi sobrina.— ¿Dónde está esa pequeña bravucona?

—No le digas así, solo es una niña.

—Una niña que me quiere robar a mi novio —ella rodó los ojos.

—Como sea —terminó de colocarse el abrigo y tomó su bolso antes de acercarse a mi—. Hay comida suficiente para los tres en la nevera, solo tienen que meterla al microondas. Ella tiene que dormir temprano, mañana debe ir a la escuela. Nada de dulces ni televisión por la noche y más...

—Tranquila, ya la he cuidado antes.

—Por esa misma razón lo digo...

—Basta. Vete antes de que te despidan.

A pesar de mi petición, mi hermana volvió a repetir todas las indicaciones como si nunca hubiera cuidado a su hija antes. Escuché cada una de ellas y al final le aseguré que había tomado nota de todo y que nada sucedería. Luego de recalcar donde tenía anotado los números de emergencia, se marchó y yo subí en busca del diablillo que tenía como sobrina.

La niña de seis años estaba en su habitación jugando al supermercado junto con todos sus peluches. En su cumpleaños pasado, Luke y yo le habíamos regalado el set con la caja registradora junto con algunos cuantos productos, y desde entonces, siempre jugaba con ellos.

—Hola, pequeña —me acerqué a ella—. Adivina quiénes tendrán una pijamada esta noche.

—Nosotras y el Tio Luke —contestó con tono obvio y sin voltear a verme—. Mamá me lo dijo antes de que llegaras. Ya acomodé todo para que tú seas la cajera. Estoy comprando todo para la cena de esta noche. Vamos, siéntate aquí.

Con su diminuta mano señaló el espacio junto a su cama donde estaba colocada la caja registradora. Tuve que esquivar todo lo regado en el suelo para poder llegar ahí y sentarme con las piernas cruzadas. Estando ahí pude ver que ella había acomodado diversas cosas por toda su habitación para que la experiencia fuera lo más cercana a ir al supermercado en la vida real.

Mientras yo la esperaba, ella llevaba la pequeña canasta colgando de su brazo y su perro de juguete jalando de la correa de plástico detrás de sí. Desde hace unos años deseaba tener mascotas, pero mi hermana se lo negaba constantemente, por lo que Santa Claus le había traído un perro de juguete la navidad pasada.

Luego de varios minutos, y con su canasta rebosando de cosas, se colocó a mi lado y comenzó a darme todas sus compras para pasarlas por el lector de código de barras.

—¿También le cobro al perro? —señalé a su mascota de mentiras con el lector—. Esos no son baratos.

—No, tía. Ese es mio...

—También se lo tengo que cobrar —acerqué el lector a la frente del animal e hizo el ruidito como si lo hubiera registrado—. Listo. Son quinientos mil dólares.

—¡Tía! ¡Así no se juega!

Se levantó de prisa y salió de la habitación golpeando los pies con fuerza. Mientras ella se alejaba, fue murmurando cosas como que tendría que sacar el dólar que había ahorrado para pagar su cuenta de ahorita. No pude aguantar la risa por mucho tiempo. Tengo que admitir que una de las cosas que más me gustaba de ser tía era poder molestarla y ser su reacción de molestia. Amaba a esa niña como si fuera mi hija, pero también podía sacar ventaja de la situación.

imagines | lrhWhere stories live. Discover now