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🇦🇺

Saqué la lista de compras del bolsillo trasero de mi pantalón y leí lo que faltaba por buscar. Antes de seguir avanzando, quise corroborar que efectivamente lleváramos lo que ya tenía tachado, aunque claro, encontré un par de cosas más que estaba segura que no necesitábamos.

—¿Puedes explicarme porque llevamos dos tarros de Vegamite, aun cuando tenemos en casa? —pregunté hacia el rubio que traía una caja de cereal entre sus manos.

—No quiero tener que conducir hasta acá solo para comprar más —se hundió de hombros y arrojó el cereal junto con los demás productos.

—Eres el único que come eso, es suficiente para que nos dure toda la vida.

—Yo no estaría tan seguro. Mejor prevenir que lamentar y es por eso que traeré otro más.

Ni siquiera intenté evitar que lo hiciera porque sabía que buscaría la manera de llevar todo los que quisiera. Aunque debía de darle la razón. Aún en auto, el trayecto desde casa hasta acá era sumamente largo y daba mucha pereza tener que conducir solo por una cosa en cuestión.

Así que solo solté una risa ligera y tomé el carrito para seguir con las compras. Luke no tardó en alcanzarme y juntos nos dirigimos hacia las frutas y verduras.

Esta mañana Luke y yo habíamos pensado en pasar el día en casa y preparar una buena cena, pero nos dimos cuenta que prácticamente no teníamos nada de despensa. Después de varios días viviendo aquí, ya era justo hacer una visita al supermercado.

A diferencia de muchas cosas, los supermercados no son tan diferentes como lo hubiera pensado, aunque he aprendido a no sacar conclusiones tan rápido.

Lo primero que pudimos ver fue un gran stand con frutas y verduras realmente relucientes. Las manzanas brillaban tanto que podía ver mi reflejo en ellas, los tomates sumamente rojos, las sandias eran enormes y todo se veía perfecto. En la esquina habían colocado una pila de mangos, amarillos, apetecibles y tentadores. Fue inevitable no sentir antojo por este último y me acerqué para tomar un par, pero antes de ponerlos en el carrito, mi vista cayó en el cartel del precio.

—¿Diez dólares? —pregunté al aire. Estaba tan impresionada por el precio, que hasta me arrodillé para comprobar la cantidad—. ¿Diez dólares el kilo?

—No —la voz de Luke se hizo escuchar. Levanté la vista y pude verlo tomando unos aguacates—. Cada uno.

—¿Qué? No voy a pagar diez dólares por un mango. En mi casa, con ese dinero podemos comprar toda una caja, o más —me levanté y dejé la fruta en su lugar con pesar. Realmente se veían muy buenos—. Me rehúso a comprar un mango a diez dólares.

—Entonces no te gustará saber el precio de esto —me mostró la bolsa con varios aguacates en su interior.

Si, el aguacate y lo demás también estaba bastante caro a mi parecer, pero para Luke parecía de lo más normal. No fue hasta que una chica se acercó a tomarse una foto con Luke, que supimos de la existencia de la sección de ofertas. Esta solo era una mesa con verduras básicas, no tan perfectas como las otras, pero seguían estando en buen estado. Además de que su precio era considerablemente más bajo.

Luego de tomar lo que necesitamos, seguimos recorriendo pasillos. Gracias a la gran diversidad de personas que hay en Australia, encontramos pasillos repletos de comida de todo tipo. Jamás he cocinado comida de la India, pero eso no fue excusa para no llevar algunos productos de ese país. Incluso pude encontrar algunos de Latinoamérica.

Lo último que escogimos fue la carne, donde nuevamente pude ver todo tipo de cosas empaquetadas y las cuales me gustaría olvidar.

Luego de buscar todo, nos dirigimos a la zona de las cajas. Al formarnos, pude ver algunas cuantas personas descalzas. Me preguntaba como salían con la confianza de que nada les picaría. Ya tenía suficiente con la experiencia de la sanguijuela.

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