Pero, como dicen, la navidad es época de milagros y sucede lo que menos imaginas.

—¡Oh dios! —salí del auto y miré la abolladura en mi auto y como la llanta que ahora apuntaba en otra dirección—. ¡No puede ser!

—¡Lo siento! De verdad, no te vi. Fue mi culpa, me haré responsable de los daños —el otro conductor se acercó a mi, mientras yo no podia dejar de ver el golpe—. Espera, eres la chica del supermercado. Tu chocaste mi carrito y ahora yo choqué tu auto. Eso es curioso, ¿No lo crees?

Y magia navideña continua.

El otro conductor ser el chico cantante. Casi no lo reconozco por el gorro de Santa Claus puesto, pero claro que era él.

—Y tu eres el chico que se pone a cantar a la mitad del supermercado.

—Oh, si —miró al suelo avergonzado—. Una disculpa, Solo me emocioné y me dejé llevar. Antes pertenecía a un coro que todos los años cantaban villancicos en el parque central. Aún lo hago en ocasiones, también canto en eventos —procedió a buscar su billetera para sacar una tarjeta y entregármela—. No es por ser engreído, pero me han dicho que soy muy bueno.

Miré rápido la tarjeta. Luke Hemmings. Además traía sus datos como teléfono y dirección,

—¿Que tiene que ver todo eso con esto? —metí la tarjeta en el bolsillo y señalé el choque—. El seguro va a tardar años en llegar.

—Lo sé y lo siento. Yo me encargo.

Se alejó y fue hacia su auto para buscar algo en la guantera. Lo siguiente que hizo fue llamar a alguien. No sé que pretendía, pero esto no podría ser peor. Todos los demás vehículos comenzaron a rodearnos y el transito vehicular trato de recuperar su ritmo. Fui a mi auto y saqué una de las botellas de vino. Llevar un saca corchos en el llavero puede ser de gran utilidad cuando menos lo imaginas. Cuando la tuve abierta, caminé hacia la banqueta cercana y me senté a la orilla.

Le estaba dando el primer sorbo a la botella, cuando el regresó y tomó asiento a mi lado.

—Los del seguro llegarán pronto, o eso fue lo que dijeron. No sé escuchaban muy felices de tener que trabajar hoy —se rio—. Lamento lo sucedido. Seguramente te estoy atrasando para tu cena familiar. Mamá me matará cuando llegue a casa y el pavo aún no esté listo.

No entendía como hablaba tanto. Solo habían pasado cinco minutos de conocernos.

—Oh, no. Yo no hago esas cosas. Solo quiero ir a casa para beber y dormir en el sofá. ¿Quieres? —le ofrecí la botella, pero él la rechazó—. Tu te lo pierdes.

—¿No festejas Navidad? —negué.

—No me gusta la Navidad.

Pareció incomodarte mi aclaración, incluso se quitó el gorro de Santa y lo metió a uno de los bolsillos del abrigo. Nos quedamos mirando hacia la calle, viendo cómo los autos pasaban llenos de familias y como algunas personas caminaban detrás de nosotros. Yo seguí bebiendo, esperando a que el tiempo transcurriera más rápido.

—Sé que tal vez no sea de mi incumbencia —y ciertamente, no lo es—, pero, ¿Puedo saber el motivo?

—No creo que te interese.

—Estaremos aquí por un rato, y me causa mucha curiosidad saber cómo a alguien no le gusta una de las mejores celebraciones del mundo.

Al girar a verlo, me encontré con su mirada puesta en mí. Dándome toda su atención y por alguna razón, convenciéndome de hablar.

—No hay un motivo en particular —respondí con voz neutral—. Solamente creces y te das cuenta que no es la gran cosa. Cuando eres niño, todo lo ves mágico y lleno de amor, pero lo único que te interesan son los regalos. Solo piensas en eso. No te interesa tener que ir a cenar a casa de la tía, solo porque tienes un nuevo juguete y puedes soportarlo. No te preocupaba nada más que portarte bien para tener un regalo. Todo era más sencillo.

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