75. Adiós, mi amor

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Oliver

El ángel de la muerte había venido el día de ayer para informarme que hoy vendría por mí. Lo hizo para que tuviera tiempo de despedirme de todos mis amigos y así lo hice. Los visité a todos, incluso a April, pero a ninguno de ellos le dije adiós como tal porque no quería preocuparlos en absoluto.

El resto del día y de la noche me la pasé encerrado en mi habitación con la excusa de que tenía que estudiar y entregar unos trabajos importantes. Por tanto, Adam, especialmente, no me molestó en absoluto. Lo único que quería era pasar tiempo con él lo más que pudiera, pero mi corazón no me lo permitía. No podía estar frente a él sin decirle todo lo que estaba sintiendo y sin llorar.

En todo ese tiempo, me dediqué en escribirle una carta que expresara exactamente y cada uno de mis sentimientos por él. Era la única manera de que él pudiera entender en lo que realmente me estaba metiendo y que, debido a eso, no podríamos estar juntos nunca más. Esas son las reglas que el ángel me explicó y debía seguirlas al pie de la letra. También le grabé un audio en un CD de una canción que escribí y compuse yo mismo para él.

Antes de irme para siempre, tomé la carta y el CD para dejarlo en la habitación de él. No estaba allí, así que no tuve que preocuparme de explicar qué significaba todo aquello. Después de eso, bajé al salón de armas porque a Adam le tocaba turno allí.

Estaba tan concentrado contando las espadas que no notó que lo observaba desde la puerta de entrada. Sonreí de tan solo verlo allí ajeno al mundo que lo rodeaba, con el ceño fruncido y un lápiz en la oreja.

—¿Por qué tan serio? —pregunté.

—Oliver —dijo volteando a verme y sonreír—. ¿Cómo estás? ¿Pudiste terminar todos tus trabajos ayer?

—Debo decirte algo, Adam. Es realmente importante.

Dejó todo lo que estaba haciendo, se quitó el delantal que llevaba puesto y también el lápiz que mencioné antes. Se acercó hasta mí totalmente preocupado y tomó mi mano para darle un beso.

—¿Estás bien? ¿Qué sucede?

—Llegó la hora —dije sin más.

—¿La hora de qué? ¿De qué hablas, Oliver?

—Sabes a qué me refiero y será más fácil si tan solo lo dejamos estar.

—¿El ángel de la muerte? —preguntó y yo asentí—. ¿Qué te pidió? Por favor, dime de una vez.

—Tengo que ir con él... por siempre. Eso significa que jamás podré volver. —Apreté la mandíbula para contener el nudo en la garganta y miré hacia otro lado porque era incapaz de verlo sufrir por mi culpa.

—No puedes irte. Él no puede obligarte. Debe haber alguna solución, por favor...

—Hice un trato con él para salvar a Makarius. No puedo fallar o cosas terribles podrían pasar. Me buscó toda la vida por ser el primer hombre, a excepción de mi hermano, en nacer de una línea completa de solo banshees. Quiere a alguien para ocupar su lugar y nuestro trato le cumplió su deseo. —Junté su frente con la mía y acaricié sus mejillas, intentando recordar la suavidad de su piel.

—No puedes, Oli, no puedes irte... —Sus ojos se llenaron de lágrimas, las cuales comenzaron a caer una por una, mojando un poco mis dedos.

—Tengo que hacerlo. Por favor, prométeme que seguirás con tu vida, que te enamorarás nuevamente y que no te privarás de algo tan lindo como el amor. Hazlo por mí y por todo lo que jamás podré hacer.

—No puedo prometerte eso porque tú eres a quien amo, nadie más.

—Te has enamorado antes. Podrás dar vuelta la página. —Mi voz tembló, exactamente lo que intentaba evitar.

—No creo que pueda.

—Al menos inténtalo, por favor. Adam, mírame.

Sus brillantes ojos azules se posaron sobre los míos y el corazón se me rompió en mil pedazos de tan solo verlo así. Cerré los ojos fuertemente y lo besé, intentando transmitirle absolutamente todo el amor que sentía por él. Besarlo era doloroso y no algo físico, sino sentimental. Saber que esa sería la última vez que podría sentir sus labios era la peor sensación del mundo porque en ellos encontraba tranquilidad y eso era porque él me transmitía todos aquellos sentimientos.

Me apretó contra él y me sostuvo entre sus brazos como si no quisiera dejarme ir. El beso se volvió desesperado y un poco agresivo, lo cual me desconcertó hasta cierto punto, pero era la última vez, así que intenté disfrutarlo.

Al separarme, lo observé e intenté mantener el recuerdo de sus ojos por siempre conmigo. Era doloroso, pero me quedaría con todo lo bueno que me entregó, con todo el amor que me hizo sentir porque eso valía más que cualquier cosa en el mundo.

—Adiós, mi amor —dije con la voz totalmente quebrada.

—No me dejes —susurró—, por favor, Oliver, no me dejes...

Con el dolor de mi alma, volteé para no hacer más dura la situación y salí de allí, dejando a una de las personas más importante de mi vida, la persona que amaría por siempre sin duda alguna.

Salí de la academia tan rápido como pude y vi a lo lejos, en la entrada al bosque, una figura alta vestida con una capa negra. El ángel de la muerte me esperaba paciente con el cetro entre sus manos, mientras yo avanzaba lentamente hacia él como si esperara que algún milagro ocurriese. Desafortunadamente, nada de eso sucedió y cuando estuve frente a él, me miró fijamente.

Sin decir nada, golpeó el suelo tres veces con el cetro y ambos nos trasladamos al lugar que sería mi hogar de aquí en adelante, el lugar que irónicamente odiaría toda la vida. Estaría condenado por la eternidad a ir por todas las almas como el heraldo de la muerte a quienes todos temían, incluso a aquellos que me importaban.


***

Este sí dolió.

El momento de Oliver por fin llegó y no hubo nada que pudo hacer para solucionarlo :(

Ni siquiera les preguntaré si les gustó...

Los Caídos #4 - HechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora