23. Una imponente y hermosa reina

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Blas

Cuando llegamos a la academia, me sentía furioso y lo único que quería era golpear lo que fuese, pero debía contenerme porque no sabía qué efecto podía tener eso en mi magia. Había podido ocuparla sabiamente y era mejor que continuara así.

—Quiero mostrarte algo —mencionó Davina.

—¿Qué cosa?

—Algo que está en Atalana.

—Creo que es algo tarde —dije entrecerrando los ojos.

De seguro tenía algo mejor que hacer y solo lo decía para ser cortés o para que yo me diera cuenta por mí mismo.

—Oh, si no quieres, puede ser otro día. —Sonrió un poco, pero la vi algo decepcionada.

—Sí, quiero —dije.

Ella sonrió feliz y me sentí contento inmediatamente, ya que realmente quería que fuera con ella. Me llevó afuera para subirnos a su auto y largarnos de aquel lugar. Si esto me distraería de lo que pasó con el desgraciado de Dan, entonces me sentía afortunado.

Condujo por la ciudad tan rápido que mi cabello se desordenó totalmente producto del viento. Davina había bajado todas las ventanas del auto porque quería sentir aquel frío del viento ,ya que según ella se sentía bien. Yo lo único que sentía eran las mejillas muy frías, pero si eso la hacía feliz, entonces estaba bien.

Cruzamos la frontera y ni rastros habían allí de que estuvimos en aquel lugar hace unos minutos. Quité aquellas imágenes de mi cabeza e intenté concentrarme en el momento. Pensé que nos dirigiríamos al centro, pero Davina se tomó la calle del otro lado en dirección a un lugar donde solo había campo.

A medida que nos alejábamos de la ciudad en sí, comencé a ver a lo lejos un gran edificio, pero estaba todo muy oscuro a excepción de la calle iluminada con antiguos faroles.

—¿Me llevas a algún lugar para matarme misteriosamente? —pregunté riendo.

—Claro y es que te odio tanto —bromeó.

Me miró por un segundo y luego se concentró en el camino, ya que no queríamos tener ningún tipo de accidente. De pronto, llegamos a la entrada de un hermoso gran palacio rodeado por una enorme reja.

—¿Me trajiste a tu castillo? —pregunté sorprendido.

—Pensé que te gustaría verlo.

—¿Qué si me gustaría? —pregunté—. Me encantaría.

Estacionó el auto y subió todos los vidrios antes de bajarnos. Vi que en sus manos llevaba un manojo de llaves de distintos tamaños, pero no pude diferenciarlas bien. La seguí hasta la entrada y metió una de las llaves a la cerradura de la enorme reja. Le costó girarla porque estaba algo oxidada, pero finalmente lo hizo y me invitó a entrar.

—Bienvenido a mi palacio, señor O'Donnell —dijo elegantemente—. Es un gusto tenerlo acá.

Ya me daba cuenta por donde iba todo esto y me estaba gustando mucho.

—El gusto es todo mío, su majestad.

Tomé su mano delicadamente y dejé un casto beso en el dorso. Se rio divertida y avanzó hasta llegar a unas escaleras de cemento que daban a las puertas más altas que había visto en mi vida. A un costado, había una caseta donde se supone que debería haber un guardia, pero estaba vacía. Davina abrió la puerta de aquel pequeño lugar con otra llave que no estaba en el manojo, si no en su bolsillo, entró allí y apretó unos botones que habían sobre un panel. De pronto, las luces se encendieron y todo fue mucho más claro a mi alrededor.

Los Caídos #4 - HechicerosWhere stories live. Discover now