67. Convertirás a alguien esta noche

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Tristán

Claro que era una idea absurda que yo fuera a hablar con el hechicero de la alianza porque me daba miedo. No, miedo no, sino que le tenía respeto al hombre. Siempre fue muy reservado y nunca se ha involucrado en cuanto a temas de la alianza se refiere más que a las ceremonias.

Después de que golpeé la puerta de su oficina en la guardia, me recibió muy bien, al menos mejor de lo que pensé considerando que era bastante tarde. Me invitó a pasar y a sentarme en una silla frente a su escritorio. Le conté detalladamente lo que sucedía y me dijo que Davina le había comentado con anterioridad.

Él, como hechicero principalmente, estaba preocupado por Blas y admitió que haría lo que estuviera en su poder por ayudarlo a despertar. Por lo tanto, no fue tan difícil como pensé. Lo complicado era sacar a Blas y a Mia de la guardia sin que nadie nos viese, pero el hechicero me ayudaría.

—¿Cómo se llama? —pregunté al hombre a mi lado—. ¿Siempre se ha mantenido en el anonimato?

Íbamos camino a la habitación donde tenían a los chicos y algunos de los guardias al verme con el hechicero, no sospecharon ni un poco.

—No, Tristán, no permanezco en el anonimato —respondió—. Solo intento no involucrarme demasiado. Me llamo Adrián.

—Lindo nombre.

—Gracias.

Sin agregar más, esperamos que algunos de los vigilantes nocturnos desapareciera del pasillo y nos adentramos en él para luego ir a la habitación veintisiete en donde había pasado muchos días y también noches.

Ver a Mia en aquel lugar, totalmente inconsciente y demacrada me hacía sentir un inútil. Me dolía el corazón y daría lo que fuera por salvarla y verla feliz. Por supuesto que Blas también me importaba, pero Mia era quien tenía mi corazón y temía que así sería siempre.

Al entrar, lo primero que hice fue acercarme a ella y besar su fría mano. Deseaba poder ver sus brillantes y lindos ojos y su sonrisa cautivadora, mientras estaba distraída como usualmente estaba cuando paseábamos por el bosque. Extrañaba aquellos paseos y nuestras citas que terminaban siempre con algún chiste de parte de ambos.

—¿La amas? —Adrián estaba junto a Blas, mirándome curioso. Sin embargo, su pregunta parecía mucho más una afirmación.

—¿Qué? —dije confundido. Claro que había entendido la pregunta, pero me confundía el hecho de que me lo preguntara porque supongo que no tenía mucha relevancia para él.

—Que si la amas.

—Sí, la amo. Pero no estoy seguro al cien por ciento de que ella me ame a mí.

—¿Por qué?

—Por qué somos diferentes y, tal vez, no hay cabida en este mundo para un amor como el que tenemos.

—Si están destinados a estar juntos, de una manera u otra lo estarán. Así es el amor, créeme, hijo. —Se frotó las palmas de las manos, una contra la otra, y se iluminaron de un color azul muy bonito—. ¿Estás listo?

—¿Para qué?

—Para viajar —dijo sonriendo.

Movió los dedos de arriba a abajo provocando que esa luz azul se expandiera a nuestro alrededor y formara una nube de humo. Cuando casi no podía ver más que aquel humo, sentí mi cuerpo muy liviano como si estuviera suspendido en el aire, pero al cabo de unos segundos todo volvió a la normalidad.

Volteé espantado porque ya no estábamos en la guardia, sino en el bosque. Con tan solo el aroma del lugar, supe en qué parte nos encontrábamos. Busqué con la mirada el árbol asesino hasta que lo encontré y después me fijé en que Blas y Mia, aún en sus camillas, estuvieran bien.

Los Caídos #4 - HechicerosWhere stories live. Discover now