58. La necesidad de tiempo de unos es la impaciencia de otros

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Oliver

Como cada noche a las dos de la madrugada, me daba un par de vueltas por la solitaria y silenciosa sala de entrenamiento de la academia. Hace un tiempo que me estaba costando dormir y eso estaba afectando en mis actividades diarias, pero no podía solucionarlo. No sabía exactamente a qué se debía, así que decidí no darle mucha importancia porque me agobiaría aún más de ser así.

Miré a través de las ventanas la luz potente que reflejaba la luna, iluminando todo a su paso. Era como ser transportado a algún cuento para niños con el que te puedes relajar porque sabes que aquellos siempre tienen un final feliz. Sin embargo, esto era la vida real y aquí no existían los finales felices, de hecho, ni siquiera estaba seguro de que existieran los finales a no ser que se tratara de la muerte y aún así, sabía que había algo más allá de ella.

—Queda poco tiempo —dijo aquella voz que ya estaba acostumbrado a escuchar.

El ángel de la muerte se había presentado varias veces para comentarme exactamente lo mismo y ya me estaba aburriendo de verlo porque eso me recordaba que tendría que irme. A pesar de que antes lo tomaba con optimismo, ahora me sentía triste y nervioso.

—Ya sé. No tienes que recordarmelo cada día.

—Debo hacerlo porque tenemos un trato, el cual no quiero que olvides.

—¿Crees que podría olvidar un trato como ese? —pregunté enojado.

—Deberías aprovechar un poco más el tiempo con tus seres queridos, Oliver, porque después de que te conviertas en mí, todo será diferente.

—Si nada más viniste a recordarme mi miseria, será mejor que te vayas, por favor —dije haciendo un gesto con la mano—. Preferiría pasar mis últimos días como nefilim alejado de ti.

—Como desees, pero recuerda que algún día estarás en mi posición.

Dicho eso, se esfumó en el aire sin siquiera ocupar su cetro para transformarse, pero no le di importancia porque ya llegaría el momento en que supiera todo acerca de los poderes que tiene el ángel de la muerte. Por ahora, prefería aprovechar mis días como nefilim rodeado de aquellos a quienes quería y estimaba.

El solo hecho de pensar que tendría que irme me destrozaba completamente porque no quería hacerlo. Había encontrado por fin un lugar al que pertenecía y en el que me amaban por lo que era. En las academias de Alana no era el hermano de Esteban, el nefilim rompehogares o el hijo de los pobres padres que perdieron a un niño. Aquí era simplemente Oliver y eso me agradaba mucho.

Cada día sentía más angustia y miedo, no por lo que me pasaría, sino porque no podría volver a este lugar como alguien normal. No podría estar con Adam sin que algo saliera mal y pensar en eso me estaba matando porque lo amaba.

Tan solo me acerqué a la pared más cercana y me apoyé en ella para luego deslizarme hasta sentarme en el frío suelo de madera. Me desabroché los primeros botones de la camisa azul que llevaba puesta porque sentía calor y me estaba ahogando un poco.

Apreté los puños fuertemente cuando se me formó un nudo en la garganta y aguanté lo que más pude hasta que las lágrimas salieron sin aviso. Era un llanto silencioso porque era lo que me había enseñado a mí mismo a hacer. Desde que perdí a mi hermano, llorar se volvió un arte que dominaba a la perfección. Siempre tuve que esconderme de mis padres cuando lloraba por Esteban y me acostumbré finalmente.

—¿Oliver? —preguntó una profunda voz—. ¿Estás aquí?

—Sí —contesté sin agregar más.

Una figura alta delgada se arrodilló a mi lado y tomó mis manos para besarlas con delicadeza. Allí, a contraluz de la ventana, no podía ver del todo a Adam; pero sabía que era él por sus caricias tan particulares y su respirar tan pausado.

Subió las manos hasta acunar mis mejillas con ellas y posó su frente contra la mía. De pronto, escuché unos quejidos y cómo su respiración se dificultó. Estaba llorando, silenciosamente como yo, pero no entendí por qué.

—¿Por qué lloras? —pregunté preocupado.

—Me está matando verte sufrir y no saber por qué. Me mata verte así y no poder hacer nada —susurró y su cálido aliento chocó contra mis labios debido a la cercanía—. ¿Cómo se supone que sea lo suficientemente fuerte para ver a la persona que amo sufrir? Por favor, dime lo que pasa, Oli. Ya no aguanto verte así.

El corazón se me estrujó al escucharlo hablar con el dolor latente en su voz. Saber que sufría por mí no me hacía sentir nada bien porque si pudiera bajarle la luna, lo haría sin pensar. Pero no podía decirle lo que el destino me deparaba porque sufriría aún más.

—No puedo decírtelo aún, pero te prometo que dado el momento lo haré —dije en voz baja—. Pase lo que pase, sé que serás fuerte y no caerás. Ese es el hombre que conocí en mis peores momentos, el que iluminó mi vida como jamás imaginé. Ese es el hombre de quien me enamoré perdidamente y sé que podrás soportar lo que sea.

Me sostuvo firme de las mejillas y me dio un beso largo de esos que amenazan con sacarte el alma.

—Te amo —dijo contra mis labios—. Te amo, Oliver, y quiero que siempre lo recuerdes.

Me separé inmediatamente tan solo para apreciar sus ojos tan azules como la noche iluminada por la luz de la luna esta madrugada. A pesar de la oscuridad que había en el salón de entrenamiento, podía apreciar el color de sus ojos y la expresión de seriedad que tenía.

—Tienes mi alma y corazón, Adam, como nadie nunca tuvo.

Puso una pierna a cada lado de las mías y se sentó en mi regazo. Con los dedos nerviosos y apresurados, desabotonó lo que restaba de mi camisa y la quitó de una sola vez. Yo, por otro lado, con un poco más de calma, le quité la camiseta del pijama que estaba usando y acaricié con delicadeza su abdomen, mientras subía hasta llegar a su pecho donde dejé descansar mis manos.

Su piel contra la mía se sentía como el ardor de mil hectáreas de bosque siendo arrasadas y consumidas por el fuego. Esta sensación de calor era la que amaba y no aquella frialdad que sentía cada vez que el ángel de la muerte estaba conmigo. Adam era el calor que me daba vida y no había nada más que yo quisiera.

Comenzó a repartir besos por mi cuello, descendiendo tortuosamente por mi pecho hacia mi abdomen donde se entretuvo unos segundos. Mi respiración era irregular, mis mejillas ardían y las lágrimas comenzaron a salir nuevamente por lo que él me hacía sentir. Amarlo en aquellos momentos era doloroso, pero era un dolor que estaba dispuesto a soportar. Aquel momento lo estaba amando, pero no podía dejar de pensar en que tendría que dejarlo ir en algún momento y era eso lo que dolía como mil cuchillas enterradas en mi cuerpo.

Volvió hacia mí para darme otro beso largo, pero esta vez nos abrazamos para sentir piel contra piel el calor que cada uno emanaba en aquella fría sala de la academia que estaba siendo testigo del amor tan puro e inocente que sentíamos.

—Te amo como jamás creí que podría amar a alguien —susurré—. No me da vergüenza decir que mi corazón ya es todo tuyo.

No dijo nada, pero con la sonrisa que me dio, entendí perfectamente lo que pensaba. Volvió a besarme, pero un poco más acelerado y apasionado como solía hacer cuando quería demostrar todo lo que estaba sintiendo, mientras sus manos subían y bajaban por mi espalda desnuda.

Sin duda, esto era lo que más extrañaría: el amor que podía sentir de parte de Adam y sus besos tan especiales que me hacían sentir como el chico más querido del planeta aun cuando solo tenía el amor de él.


***

Estoy llorando, queridos lectores. Mis niños merecen ser felices, pero ya ven lo que pasa. Hasta sentí que esto fue como una despedida y...😥.

¿Les gustó? ¿Les dolió? ¿Qué les pareció?

Están invitados a mi reunión especial de llanto donde compartiremos galletas. Espero que asistan. 

En fin, gracias por leer, votar, comentar y todo lo que se les ocurra. 💖💖

Los Caídos #4 - HechicerosWhere stories live. Discover now