1. El comienzo

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Miles de años atrás

En alguna parte del reino celestial en donde vivían los más grandes guerreros de la historia de la humanidad, se encontraba Gabriel, uno de los arcángeles más respetado y reconocido por sus pares por su tenacidad y fe. Durante mucho tiempo, este arcángel quiso ayudar a la humanidad por los constantes ataques desmedidos de su ex hermano, ahora caído, Lucifer. Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron en vano porque jamás tuvo el apoyo de sus hermanos, excepto de uno.

—Pude comunicarme con padre a pesar de los reclamos de nuestros hermanos, Gabriel.

Miguel, el justiciero y guerrero, el jefe del ejército celestial, se aproximó hasta su hermano que permanecía en silencio mirando hacia la nada. Gabriel pensaba que Miguel era el arcángel más extraordinario que vería jamás, siempre en su brillante y dorada armadura que le hacía honor y justicia a su nivel de jerarquía. 

—¿Por qué padre te escucha a ti y no a mi que soy el mensajero? —preguntó.

—Ya sabes como suelen ser los dioses, Gabriel. Debes tener algo de paciencia con ellos. 

—¿Crees que me deje cumplir con la idea que he tenido por tanto tiempo?

Gabriel se puso de pie y siguió a su hermano que había ido al pasillo principal del enorme reino, rodeado por pilares blancos y dorados de gran altura, para luego detenerse a observar el cielo teñido de colores cálidos frente a ellos.

Miguel apoyó una mano en uno de los pilares y con una mirada dulce, le comunicó a su hermano que había funcionado. El plan que Gabriel tanto quería realizar podría llevarse a cabo.

—Padre dijo que si encontrabas un alma pura de corazón allá abajo entre los humanos, podrías obsequiarles un don especial, pero debes ser cuidadoso, Gabriel. Sabes que a los humanos no se les da nada divino porque son vulnerables a la oscuridad. Debes esforzarte para encontrar a alguien digno.

Gabriel lo miró sorprendido por el solo hecho de tener tal responsabilidad con los humanos que para él eran criaturas asombrosas. Siempre había deseado conocer el mundo terrenal, pero tenía prohibido bajar a no ser que fuera en su cuerpo etéreo, ya que su resplandor podría asesinar a cualquiera que no fuera la suficientemente fuerte. Debido a eso, necesitaba la ayuda de su padre y también su aprobación, pero no se la había brindado hasta que su hijo más confiable se lo pidió.

—¿Irás conmigo, hermano? —preguntó Gabriel.

—No es buena idea. Debo permanecer aquí con los demás, pero sé que podrás hacerlo bien solo.

—¿Crees que los humanos teman de mi? 

—¿Por qué temer de nosotros cuando solo queremos ayudarlos?

—Somos criaturas extrañas. Muchos de ellos no creen que nosotros existamos.

—La ignorancia no es mala, pero lleva a los humanos a hacer cosas de las que se arrepienten.

Gabriel miró a su hermano y sonrió contento de saber que lo apoyaba a pesar de saber que podía haber terribles consecuencias, mientras que Miguel siguió mirando la frontera consciente de los ojos de su hermano atentos en él. 

—Ven conmigo —dijo Miguel.

Ambos caminaron por el largo pasillo hasta llegar a una de las habitaciones tan iluminada como todas las demás. Miguel tomó una caja de la longitud de su brazo y sacó de su interior un cetro plateado con una bola de cristal en la punta, el cual brilló intensamente cuando Gabriel lo sostuvo en sus manos.

Los Caídos #4 - HechicerosWhere stories live. Discover now