35. Entre el amor y el odio hay una fina linea

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Blas, Mia y Clemente estaban en la enfermería porque la herida de la vampira aún no sanaba. Los tres se veían realmente mal y me temía que no sería nada sencillo curarlos. Christopher, quien llegó de inmediato y nos maldijo a todos por lo que había pasado, no se despegó ni un segundo del lado de su hija. Melissa, la abuela de Blas, estuvo allí con su nieto y también con Davina.

Yo, por otro lado, permanecí junto a Clemente que era el que mejor se veía de ellos, ya que estaba despierto y los chicos no. No tenía ánimos ni para regañarme por lo que había pasado, pero sí exigió que le contáramos todo.

Al parecer, Will había sentido que algo andaba mal con Adam y el mensaje que le envié a Daniel solo los puso más nerviosos porque sabían que estábamos en el infierno. En fin, ellos le contaron a Clemente y a Declan, que claramente se llevó a Cristal a regañadientes a la enfermería de su academia.

—Lo siento mucho, Clemente —dije apenada—. Jamás creímos que alguno estaría a punto de morir.

—Ja, sí lo creyeron, pero lo hicieron de todas maneras.

—Solo queríamos ayudar a Mak.

—Les dije que debían tener cuidado con él.

—Pero era Arturo, quien tomó su cuerpo.

Me miró con los ojos bien abiertos, frunció el ceño y se sentó con mucha dificultad. Estaba enojado y preocupado, eso podía notarlo.

—No quiero que vuelvas acercarte a él, ¿me escuchaste, Camille? —dijo—. Y esta vez no es un amigable consejo de un amigo, sino una advertencia de tu padre te guste o no.

—Perdón —dije en voz baja—, no quería preocuparte. No me odies por hacer cosas tontas.

Suspiró y estiró sus brazos para que lo abrazara, así que no dudé en hacerlo. Se sentía realmente bien estar entre sus brazos, recibiendo el amor que indudablemente sentía por mí.

—Jamás podría odiarte. —Me dio un beso en la sien y luego en la frente—. Eres mi pequeña y te amo. Te perdonaré hasta por lo más estúpido que puedas hacer en la vida.

—También te amo —susurré.

Sentí que todo su cuerpo se quedó quieto, pero luego me apretó más fuerte y me dio más besos en la frente. Sabía que nuestra relación era realmente complicada, pero había algo que nos unía de por vida, algo más fuerte que incluso el amor que Julietta pudiera sentir por mí. Sin embargo, no sabía qué podría ser.

Me separé de él y le di un beso en la mejilla.

—Debes descansar y yo quitarme toda esta suciedad —dije.

—Prométeme que estarás bien y no irás a ningún lado sola. Hasta prefiero que estés con Daniel en todos lados si eso significa que estarás bien.

Reí divertida por sus notables celos y salí de allí para que pudieran descansar y también porque nos dieron tan solo un par de minutos para verlos. Al salir al pasillo, Daniel me estaba esperando y debo decir que no se veía nada amigable.

—No nos vemos en dos días y ¿te vas al infierno, Camille? ¿Qué diablos? —preguntó.

Su forma de hablar me pareció graciosa, principalmente porque nunca vi a Daniel tan preocupado antes. Triste y enojado sí, pero en modo adulto sobre protector jamás.

—Es tu culpa conseguirte una novia arriesgada.

—¿Arriesgada dices? —preguntó elevando las cejas—. Esa palabra te queda corta.

—En mi defensa, todos fuimos allá, así que es un grupo arriesgado.

Negó lentamente con la cabeza y de pronto me agarró de las piernas para subirme a su hombro izquierdo. Reí divertida y a la vez nerviosa porque sentía que caería de cabeza al suelo. En el trayecto, sentí que me dio una nalgada y me quise morir de la vergüenza porque alguien podría vernos.

Los Caídos #4 - HechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora