12. El mago

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Blas

Como Davina aconsejó, dejé que mi instinto nos guiara, pero desafortunadamente nos llevó a un acantilado, luego a un pozo negro y finalmente a un claro en el bosque. Por suerte, no nos pasó nada y tuvimos cuidado de no caer en esos horribles lugares.

Habíamos decidido descansar en el claro porque la luna alumbraba mejor allí. Realmente estábamos cansados y no llevamos nada para comer o beber, lo cual me estaba matando porque si no encontrábamos al mago, tendríamos que irnos y eso significaba más horas de caminatas interminables.

—Me duelen las piernas —dijo ella estirándose.

—Tenemos que seguir —dije.

—Adelantate, te alcanzaré en unos minutos. —Suspiró y luego bostezó.

—No te dejaré aquí sola.

—Entonces descansemos un poco más —suplicó.

Me puse de pie, sacudí la tierra de mis pantalones y luego estiré la mano hacia ella. La tomó resignada y se puso de pie en un solo salto. 

—Sube —dije dándome la vuelta.

—Claro que no —respondió—. Estás cansado también.

—No subestime mi fuerza, su majestad —dije riendo—. Una vez tuve que cargar a Camille como por una hora porque en la ciudad se rompieron algunas cañerías y ella no quería mojar sus sandalias nuevas. 

—¿Es en serio?

—Sí —respondí— y ni hablar de Mia. También lo he hecho por ella y muchas más veces de las que podría soportar.

—No puedo, Blas —dijo—. Las circunstancias son diferentes ahora.

—Vamos, no será tan malo.

Escuché que se acercó a mi y puso sus manos en mis hombros. Se impulsó un poco y rodeó mi cuerpo con sus piernas, luego rodeó mi cuello con sus brazos y se afirmó como pudo.

Sujeté firmemente sus piernas de los costados y sentí como se removió un poco. No podía verle la cara, pero estaba seguro que le avergonzaba.

—No puedo creer que llevaré a la mismísima reina a caballito —bromeé.

Rio alegremente, pero no dijo absolutamente nada, así que decidí comenzar a caminar. En el trayecto, tuve cuidado de no tropezar con nada  y traté de ir por las partes donde no habían tantos árboles. 

Después de un rato, comencé a sentir más peso sobre mi espalda y me di cuenta que Davina se había quedado dormida porque tenía la cabeza apoya en mi hombro izquierdo y su respiración chocaba contra mi cuello. Por suerte no estaba babeando y lucía perfecta. ¿Cómo es posible que hasta para dormir luzca bien? ¿Son los genes que traes en la sangre por ser parte la realeza?

Ya sentía que en cualquier momento mis piernas darían de sí porque ahora sí estaba cansado, pero a lo lejos vi una pequeña cabaña que me hizo sentir esperanza. De la chimenea salía humo y todas las luces estaban prendidas. 

—Davina —dije en voz baja para no asustarla—, Davina, despierta.

Escuché un par de murmullos, pero nada más que eso. Ni una palabra coherente salió de su boca.

Solté sus piernas con cuidado y se quedó de pie. Saqué sus brazos de mi cuello y volteé para sujetarla. Ahí me di cuenta que estaba medio despierta, pero que el sueño le ganaba porque seguía con los ojos cerrados.

La sujeté por la cintura y ella se acomodó en mi pecho para seguir durmiendo aún estando de pie. Reí silenciosamente, mientras la miraba.

—Debes despertar —dije.

Los Caídos #4 - HechicerosWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu