Canción

1.4K 162 1
                                    

Sigo encerrada aquí, atada a una silla. El cuchillo sigue clavado en mi pierna. Yo, por mi parte, solo sonrío. Hoy no he desafinado nada... Y no me han ordenado dejar de sonreír. Tengo miedo. Pero no dejo de sonreír. La sola idea de que le puedan estar haciendo algo a mis compañeros me horroriza. Pero no dejo de sonreír. Tengo ganas de gritar, el dolor me sube por la pierna y me llega al cerebro con horribles punzadas que me hacen querer gritar. Pero no dejo de sonreír...

---------------------------------------

Dos semanas antes:

El hombre nos mira con una expresión de lástima en su rostro... Eso me genera desconfianza. Nos han ordenado venir aquí y dejarnos inyectar un suero que, según nos han dicho, controlará nuestros actos. Sabrán lo que hacemos en cualquier momento. Si incumplimos una sola orden, por pequeña que sea, quedamos fuera. No me acobardo, y dejo que el infermero me pinche con una jeringa cargada de un líquido gris acuoso. Siento un leve mareo, pero me sobrepongo y voy hacia el patio, como nos han ordenado hacer después. Ni siquiera he vuelto a hablar con mis amigos desde que he llegado aquí. Ahora ni siquiera podré intentarlo. Porque me ven.

Cien abdominales, cien flexiones, cien sentadillas, diez vueltas al campo corriendo... Esto no es nada. Muchos piden un descanso mientras respiran agitadamente y sudan a chorros. Yo, por mi parte, solo corro, doblo mi cuerpo, hago todos los ejercicios, como si mi ser fuera un maniquí manejado por el instructor con unos hilos invisibles. Hemos estado luchando cada día durante los últimos dos meses... No caeremos tan fácilmente. 

A la hora de comer vamos a una mesa a parte, como se nos ordenó. Los demás chicos charlan, se ríen, cuentan cosas sobre sus vidas, de dónde vienen, que hacían... Nosotros, comemos en silencio... El efecto del suero durará las dos semanas prometidas.

La primer vez es la peor, porque nos coge de improvisto. Al primer día, por la noche, mientras yo me pregunto porque estamos haciendo, simplemente, una instrucción como las de los demás, siete viene a buscarme. No dice nada... Supongo que, al saber lo que hago yo, también sabrán lo que hace ella... Pero su mirada al verme, justo antes de girarse y empezar a caminar en dirección desconocida, me lo dice todo. Me grita que huya, que me marche, que renuncie... Pero yo no hago caso de su grito silencioso y la sigo hasta una puerta de metal pulido hasta brillar, casi como un espejo.

-Vendré a buscarte dentro de dos horas. Seguiréis el horario normal de los cadetes además de los añadidos. Después de dos semanas, si superáis las pruebas, haréis el horario normal con los añadidos de vuestro cargo... Puedes retirarte ahora. Si no lo haces, tendrás que pasar las dos semanas hasta completar el plazo-

Cuando termina de decir ésto se gira y se va. Sus movimientos perfectamente calculados, como los de un autómata, resultan hipnóticos. La puerta se abre. Y yo entro.

Dentro solo me espera una silla lisa, plana, sin ornamentaciones, sin decorados o añadidos. Es de madera, puede que de pino. No parece excepcionalmente buena o, simplemente, especial de ningún modo.

-Siéntate- Un hombre encapuchado, que hasta ahora no había visto, me da esta orden desde la otra punta de la sala.

Le hago caso sin rechistar. ¿Qué se supone que vengo a hacer aquí? Antes de que pueda decir nada, siento como algo se clava en mi y veo como un cuchillo atraviesa mi brazo... El grito de dolor viene a mi garganta de inmediato, pero antes de que pueda decir nada, el hombre me da un puñetazo en el estómago que me deja son respiración y ahoga mi grito... No debería de doler. Intento buscar a Eris dentro de mi, pero no está, no la encuentro... Es como si me hubieran arrancado un pedazo de mi mente... La angustia de sentirme sola por primera vez en mucho tiempo supera por mucho la que me causa el dolor del cuchillo...

-No te he ordenado que grites- El hombre me dice esto con voz monótona. Empiezo a entenderlo todo... Seguir las órdenes... Al extremo. No hacer nada si no te lo dicen. Me veo limitada, rodeada de paredes inamovibles que amenazan de aplastarme en cualquier momento. Cierro la boca e intento con todas mi fuerzas no gritar, llorar o mostrar ninguna señal de dolor.

Otro cuchillo se clava en mi carne, esta vez en mi pierna... Me la atraviesa por uno de los laterales, pasa por encima del hueso y sale por el otro lateral. Esta vez ni grito ni lo intento.

No sé cuanto tiempo llevamos aquí... ¿Una hora?¿Dos?¿Cien? El tiempo se me hace eterno... Después de una puñalada superficial en el brazo derecho, el hombre encapuchado me da otra orden.

-Canta-

No sé ninguna canción... Cantar nunca me ha gustado... Había una chica en el pueblo que cantaba con una voz dulce como la miel de verano... No puedo recordar su nombre, pero hurgo en mi memoria en busca de alguna canción, por pequeña y corta que sea... Ve viene una a la cabeza... No tengo una idea clara de la letra, por no decir que, simplemente, no ha llegado a mi, pero la melodía me llega con claridad, como si me la estuvieran cantando en la oreja... Pese a que no puedo recordar la letra, me acuerdo de qué trataba la canción... Era una canción liviana, solía cantarse durante las épocas de cosecha, y alababa la llegada del invierno, la clemencia de un invierno corto, los dulces frutos del otoño y las flores de la primavera... Mil voces distintas han cantado esta canción y todas vienen a mi mente como una coral de ánimas... Mi voz surge de mi garganta con suavidad, casi inaudible.

Ni siquiera sé si le estoy dando letra a la canción, pero el hombre no me dice nada, por lo que estoy siguiendo sus órdenes bien. La primera estrofa habla de un verano largo. Las hortalizas crecen en los huertos, las fuentes y ríos se llenan de gente y se empiezan a segar los campos más tempranos... El maíz es dorado y la tierra explota en olores suaves que invitan a correr descalzo por ella... Los pueblos se alegran y por las noches las fiestas adorando al fuego hacen que las ciudades resplandezcan con la luz de centenares de fogatas que hacen que los cristales de las ventanas tiemblen con la luz de mil llamas. 

La segunda habla del otoño. Las nubes siempre traen lluvias que dan de beber a la tierra, como una madre amamantando a su hijo. Los frutos más tardíos explotan de dulzura y pende de ellos finas gotas de miel y azúcar. Las lluvias prometen tardes de meditación mientras se mira al campo nutrirse de lo que el cielo y la tierra le ofrecen.

La tercera estrofa habla del invierno. Ahora la nieve puede llegar a cubrir hasta donde alcanza la vista, dejando como paisaje una extensión blanca digna de admirar. El frío hace que la gente esté más unida y las vísperas en familia son mucho más comunes, ya que deseamos estar juntos para pasar la época más difícil del año unidos, aguardando la llegada de el calor.

La cuarta trata de la primavera, el renacer, cuando la nieve se funde y los campos se llenan de flores... En los ríos nacen los nenúfares y las flores de invierno mueren para esperar por su propio renacer, distinto al del resto del mundo. Las siembras se hacen a la luz de un sol tibio y blanco, que apenas calienta la piel, y empiezan a crecer las plantas primerizas, que cubren los campos de brotes de un verde claro y brillante, como si fuera un mar de hojas.

Termino la canción y el hombre me ordena levantarme. Yo le hago caso. Mis heridas emiten mil gemidos de dolor y sangran en abundancia, pero intento con toda mi alma levantarme como si nada pasara. Ahora el hombre me ordena salir y yo aguardo por siete, que llega y me lleva a mi cuarto. Caigo dormida en seguida, con la canción todavía en la mente... La letra sigue sin venir a mi mente... Pero el nombre de Rem la sustituye, cobrando todo el sentido necesario y tornándose casi un idioma, un cántico que resuena en mi mente hasta que me duermo...



Danza de demonios: La chica y el dragónWhere stories live. Discover now