Capítulo 5: Interludio (reeditado)

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El castillo de la capital, Vishnad, era bastante austero si se lo comparaba con los palacios que había en Merassi, o la gigantesca fortaleza negra donde residía el rey de Njaran, pero a Tan este le parecía mucho más magnífico. Había algo en sus paredes de piedra desnuda, su falta casi total de decoración, que le parecía magnético, hipnótico... llevaba ahí unos cuantos años, pero le seguía impresionando.

Hoy, sin embargo, no tenía tiempo para deternerse a apreciarlo. Tenía prisa. Sus pasos, ágiles y ligeros, le llevaron rápidamente a la sala donde le esperaban. A lado y lado de la grandiosa puerta de madera oscura, aguardaban dos guardias con armadura completa y armados con lanzas. Eran hijos de nobles, así que técnicamente Tan estaba por debajo de ellos en la jerarquía del castillo... el caso de Tan, sin embargo, era especial.

Cuando vieron llegar a ese hombre enjuto, alto, y de corto cabello negro, los hombres se inclinaron ligeramente, evidentemente incómodos por su presencia. Como pasaba con la mayoría de gente, ellos no sabían cómo tratar con un hombre de origen plebeyo que (de forma casi desconocida) había llegado al puesto de consejero. Tan devolvió el gesto y eso pareció aliviarles un poco. 

Llamó a la puerta con un toque suave pero firme, y rápidamente le indicaron desde dentro que podía pasar. Inmediatamente abrió la puerta, entró y la cerró tras de él.

Pese a que el castillo era, en general, bastante austero, esta sala de reuniones solía dar cobijo a nobles de todo tipo y, como era el caso ahora, a miembros del consejo junto al rey. El suelo estaba alfombrado en rojo y de las paredes colgaban hermosos estandartes. Los muebles eran elegantes (y con un precio acorde a esa elegancia, por supuesto), en especial la larguísima mesa que ocupaba el centro del lugar y a la cabeza de la cual se encontraba sentado su majestad.

El rey Erik III era un hombre algo entrado en años, pero con una vivacidad en los ojos que no se correspondía con su edad. Su cabello estaba ya tan encanecido que era gris por completo, al igual que su barba recortada, y algunas arrugas asomaban en la comisura de sus labios y el borde de sus ojos. 

Rápidamente todos los ojos del lugar se fijaron en Tan, que se apresuró en inclinarse de nuevo en señal de respeto. Su posición era algo peligrosa, ciertamente. El rey parecía tenerle aprecio (o al menos considerar bueno su trabajo), pero para el resto de los presentes, con muy pocas excepciones, era solo un lacayo que había escalado más arriba de lo que le tocaba. La mirada azul del rey, sin embargo, no le miró con odio ni temor. Tampoco contenía aprecio o alegría... contrariamente a lo que pensaran, el rey no apreciaba o amaba a Tan, seguramente ni siquiera le considerara un amigo. Esa era la mirada calculadora de un hombre que llevaba años gobernando un país con mano firme, de alguien que le veía como exactamente lo que era: una persona útil. Por eso lo respetaba. 

Una vez llegó a su lado Tan se inclinó de nuevo, esta vez con más profundidad. El rápido gesto que su majestad hizo con la mano le indicó que podía incorporarse.

- A estas horas las pruebas deberían de haberse terminado en todo el país. No ha habido demasiadas sorpresas y, en general, todo ha ido según nuestras predicciones- Anunció pausadamente, con una sonrisa estudiada al milímetro.

- Lo dices como si eso fueran buenas noticias- Replicó el rey, que había recibido el informe casi con indiferencia. Tan, sin embargo, podía ver que algo se ocultaba tras esa expresión estoica. El hombre estaba inquieto, porque su país se enfrentaba a una situación para la que nadie podría haber estado preparado.

- Ciertamente, majestad, pero la situación habría podido ser mucho peor... dadas las circunstancias, un veinte por ciento me parece lo mejor que podíamos esperar-

El hombre le dio la razón con un ruido que pudo entenderse como una afirmación. Con eso se podrían mantener a flote unos cuantos años más, quizá décadas. Seguramente su majestad moriría antes de que la catástrofe golpeara el país con toda su fuerza; pero no dejaba de ser preocupante.

Danza de demonios: La chica y el dragónWhere stories live. Discover now