Espadas, cuentos y reflejos

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Al final tenía razón. El elfo termina boquiabierto con todo lo que le cuento y, para dar un poco de énfasis en mi historia, despliego la caja (se sobresalta un poco por la violenta y inesperada sacudida) y le enseño la espada. Con todo lo ocurrido, ni siquiera nos damos cuenta de que el carro ha arrancado hace rato.

Acerca sus manos a la vaina, pero un chispazo hace que retroceda con una mueca de dolor. Me mira desconcertado y me dice:

-¿Me das tu permiso para cogerla?-

-Claro-

Ahora vuelve a acercar las yemas de sus dedos a la vaina, y esta vez no se produce ningún chispazo, con más seguridad, cierra su puño alrededor de la vaina y coge la espada.

-Es increíblemente ligera para su tamaño-

-Lo sé, no parece que esté hecha de metal, pero no sólo por el peso, desenváinala-

Luften me hace caso, y veo como suelta un grito de admiración. Aquí dentro, la neblina plateada de encuentra bañada por la lámpara mas próxima, de color rojo, y adopta una tonalidad rojiza, como el vino, el sol al atardecer o la sangre. Un escalofrío recorre mi espina al pensar en eso último. Imaginarme esta espada tan bella bañada en sangre me resulta de todo menos agradable.

-No sé que material es este, ni siquiera puedo identificar la factura; no tiene una sola marca de herramientas, así que soy incapaz de decirte si es de una forja elfa, una enana, una humana, o de cualquier otra raza. Parece una sola pieza que haya sido así desde el inicio de los tiempos, como si una piedra preciosa hubiera nacido con la forma de una espada-

-¿No puedes intentar averiguarlo con un embrujo?-

-Puedo intentarlo-

Se dirige hacia una mesa alargada y con un gesto hace que los libros y pergaminos que se encontraban encima se alejen volando hasta aterrizar encima de una estantería vacía. Deja la espada y la vaina encima de la mesa, ahora vacía y pone las manos encima, sin llegar a tocar la hoja mientras cierra los ojos.

El ambiente cambia, una sensación de frío invade la habitación, y la luz de las lámparas parpadea y se debilita hasta casi apagarse, además de pasar de sus tonos multicolores a un gris monótono. Las alfombras y los tapices pierden el color hasta quedar del mismo color que la luz proveniente de las lámparas y la sensación de algo muerto extendiéndose por toda la habitación me inquieta y me da ganas de tirar la puerta abajo y salir corriendo y gritando, aún con el carruaje en marcha. Lo único que tiene algo de color es la flor de la espada; negra, negra como una noche sin luna ni estrellas, como el carbón, como el ojo de un cuervo, como la oscuridad misma. El negro de la flor parece absorberme, tragarme hacia lo desconocido, y deseo salir corriendo otra vez, alejarme de este agujero negro en forma de flor que quiere devorarme y sumirme en la mas profunda oscuridad.

Sin embargo, no me muevo, algo me bloquea y hace que no pueda mover ni un músculo de mi cuerpo, solo puedo quedarme mirando sin parpadear como el elfo adopta una expresión de profunda angustia con los ojos cerrados mientras aún tiene las manos encima de la espada. Parece no poder moverse.

De repente, con un gesto brusco, se aleja de la espada y abre mucho los ojos, que han adoptado una tonalidad rojiza. 

Todo alrededor parece normalizarse, los tapices y las luces recuperan sus colores vivos, el aura de tensión se disipa en gran parte, aunque un resquicio de incomodidad empapa toda la habitación, y me sorprendo a mi misma aguantando mi respiración sin que me diera cuenta.

-¿Que ha pasado?- Pregunto, alarmada.

Los ojos de Luften vuelven a su habitual color amarillo, pero parece terriblemente cansado y demacrado. Se deja caer en una silla y me mira con mas desconcierto que antes.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora