Limbo: El inicio del Sjal

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Todo es blanco... Un enorme campo de flores de Sjal blancas, extendiéndose hasta el infinito, cubiertas por el manto blanco que supongo que debe de ser el cielo. ¿Cuanto tiempo ha pasado? ¿Un segundo? ¿Una hora? ¿Un año? ¿Un siglo? ¿Acaso existe el tiempo aquí?

Estoy tumbada. Los suaves pétalos de las flores me acarician la piel con un sutil y agradable roce. Me gusta estar aquí. Pero se que no debería. Me levanto.

Empiezo a caminar. No hay final del campo. Este lugar es... Adimensional. No hay nada que indique paso del tiempo, ni siquiera su existencia, y el paisaje es monótono. A lo lejos, se intuye la figura de una mujer de blanco, con algunas piezas de su ropa de un negro azabache. Piezas de armadura, si no me confundo.

Me acerco a ella. O ella se acerca a mi, no lo sé. Pronto la tengo delante mío. Su pelo, su piel, su ropa... Todo es de un color blanco cegador, exceptuando un báculo negro con una afilada punta azul y un reloj de arena, que fluye con lentitud (O puede que a velocidad vertiginosa) y, claro está, las piezas de armadura que vista sobre un sencillo traje blanco. Sus ojos, de irir gris pálido, como el color de la nieve sucia, se fijan en mí.

-No estás muerta.  O al menos no lo estarás por demasiado rato.-

-¿Dónde estoy?-

-En ningún lugar. Las personas como tú son difíciles de matar. Ese tipo de personas son el tipo que están muertas un tiempo y vuelven a la vida con celeridad. Sois las personas que trajisteis mis flores al mundo mortal... Se ve que ahí adoptan bonitos colores... Dime ¿Existe otro color más que el blanco puro y el negro profundo? ¿O son simples invenciones humanas, como aquellos a los que llamáis dioses?-

-Yo... no... Los colores son de verdad, creo. Hay muchos... Azul como el mar, rojo como la sangre, verde como las hojas de un bosque viejo... Marrón como la tierra de la parte trasera de mi granja... Amarillo, como el pelo del herrero del pueblo... Colores... Casa ¿Dónde estoy?-

-Eso ya lo sabes... Mar, bosque... Sangre... Son conceptos lejanos, pero a la vez familiares-

-¿Estoy... En el cielo?-

-No-

-¿En el infierno? No estoy segura de haber sido una buena persona-

-Los humanos sentís la necesidad de crear conceptos inexistentes... Podríamos decir que... Estás en el limbo. Estás en el momento anterior-

Me quedo pensando en lo que me acaba de decir la mujer. Así que el momento anterior. Miro el campo, lleno de flores de un blanco impecable.

A lo lejos, otra figura empieza a intuirse. Una diablesa, de piel y pelo blancos, de alas de dragón del color del nácar, de cuernos de carnero como plata lustrada. Con ojos rojos como la sangre, el sol, el vino. Rojos como la vida, como la pasión. Como la muerte.

-Eris-

-Hola pequeña-

-¿Ya no estamos juntas?- Me da miedo preguntar eso. Temo que la muerte nos haya separado... Literalmente.

-Por supuesto que si, pequeña, más que nunca. ¿Volvemos a casa?-

-¿Aún hay casa?-

-Por supuesto, preciosa. Tu hogar te espera. ¿Nos vamos?-

-Estas flores... ¿Significan algo? Me dijeron que aparecían en las casas de las brujas nuevas-

- Por supuesto... Aparecieron también en el infierno hace milenios. Está repleto de flores blancas y negras. Suelen aparecer en las sogas donde se cuelgan a los asesinos... Pero aparecieron por primera vez fuera de este mundo en las tumbas de las brujas primigenias. Las tumbas de las brujas de Salem-

-¿Qué significa mi nombre?-

-Para esa respuesta, pequeña, tendrás que esperar a nuestro regreso-

Nos cogemos de la mano y nos despedimos de la dama de blanco, que, con rostro impasible, hace una leve inclinación de cabeza. Levantamos el vuelo. Volvemos a ser una sola. Miro a la dama de blanco por última vez, y caigo en que es la misma mujer que me vendió los amuletos.

Claro. ¿Quién va a saber más en este mundo si no la muerte?

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora