Una última visita

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Cuando entro en el carruaje un penetrante olor a especias entra por mis fosas nasales, aturdiendo mis otros sentidos de forma abrumadora. Me recupero del impacto unos segundos después, sólo para quedar maravillada del interior del carruaje. Distraída, ni siquiera me he dado cuenta de que este ya ha empezado su recorrido hacia el pueblo, para después tomar el camino principal hacia la capital.

Obviamente, es mucho mas grande por dentro, como me suponía. No creo que un mago se preste a hacer un viaje tan largo sin un cierto número de comodidades, y una de ellas es el espacio que solo un conjuro de ampliación podría otorgar a un carruaje. 

Las dimensiones del carruaje por dentro superan las de mi casa con una facilidad insultante, pero el decorado es lo que llama mi atención. Conozco el estilo oriental por ilustraciones de los libros de historia, o por algunos volúmenes que el maestro Gulendar me prestaba a veces, pero nada se compara a lo que veo delante de mí ahora mismo.

Las alfombras tejidas con mil hilos de colores recubren casi todo el suelo y le otorgan una esponjosidad que noto incluso a través de los zapatos. Tapices recubren las paredes escenificando épicas batallas, bellas doncellas, temibles monstruos y antiguos rituales. Los muebles son de maderas exóticas de una suavidad y brillo incomparables con lo que he visto con anterioridad, y las sillas y sillones son varias veces mas grandes que mi cama y apostaría mi vida a que son miles de veces mas cómodos. Un par de pequeñas ventanas dejan entrar aire fresco, pero la iluminación se encuentra a cargo de un montón de pequeñas lamparitas multicolores que flotan perezosamente en el aire. 

Dejo tímidamente mis regalos encima de una pequeña mesa vacía, al lado de la cual se encuentra mi maleta.

Distintas barras de incienso queman en sus respectivos incensarios otorgando a este lugar su peculiar olor, mezcla de especias y plantas aromáticas de origen desconocido. Aspiro fuertemente, con la sensación de que este olor me transporta a lugares místicos y desconocidos, como si este perfume me abriera el mundo.

Siento la imperiosa necesidad de descalzarme y sentir la alfombra en contacto directo con mis pies, pero me contengo, ya que tengo una petición que hacerle a Luften antes de que se me olvide. Hay alguien de quien todavía no me he despedido. Necesito hacer una última visita a la tienda del maestro Gulendar.

Luften ya se ha acomodado en uno de los sofás de la estancia, y parece que me va a decir que haga lo mismo cuando le interrumpo.

-Luften, necesito hacer una pequeña parada en el pueblo para despedirme de alguien-

Parece reflexionarlo por un momento, pero emana un suspiro y dice:

-Que remedio, pero tendrá que ser rápido, no me gustaría llegar tarde a Hogskola y tener que disculparme ante el tribunal supremo mi primer día- Me dice.

-Tranquilo, solo será un momento- Digo, sonriendo.

-En ese caso, por mi, perfecto-

El recorrido hacia el pueblo llevaría unos cinco minutos corriendo y unos diez con un carro de este tamaño, pero, curiosamente, en unos dos el carro se detiene y Luften pregunta:

-¿Dónde quieres ir?-

-Tienda de magia y brujería del maestro Gulendar-

Parece sorprenderse ante tanta extraña petición, pero no dice nada al respecto y el carruaje vuelve a ponerse en marcha, como guiado por unas órdenes invisibles, y en menos de un minuto vuelve a detenerse.

-Ya hemos llegado, te esperaré aquí mismo, pero no te retrases- Me dice el elfo con delicadeza.

-Tu tranquilo, no dejaré que te pudras aquí dentro, con el olor a incienso no lo notaría nadie.-

Danza de demonios: La chica y el dragónWhere stories live. Discover now