La dama de blanco

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Salimos de la tienda después de una sesión de regateo extremo en la cual se me ha olvidado hasta el precio original.

-Ay, esto ha sido lo mas estresante que he sufrido en la vida, esa mujer es mas agarrada que un pescadero dornyense, la rebaja mas mísera que he conseguido en la vida-

-Al menos nos has hecho una, ¿Cuanto?-

El elfo baja un poco la cabeza y se sonroja

-Diez mynts-

-Vaya, con eso podemos cenar y todo-

-Anda, calla, al menos he sacado algo, pero no nos entretengamos, tenemos que ir a por los amuletos.-

-¿Para que sirven los amuletos?-

Luften apresa su paso y me responde.

-Diversos rituales y invocaciones los requieren, además de que algunos protegen de ciertos tipos de seres mágicos y cierto hechizos-

-Ah, vale-

Me cuesta seguirle el paso, al menos el mantiene los libros suspendidos en el aire, así que no tenemos que cargarlos nosotros mismos. Me alegro que la tienda de amuletos esté cerca, como me ha dicho Luften.

-¿También estaremos tanto rato en ésta?-

-Seguramente...-

-Uffff...-

Luften entra en una tienda que pasa totalmente desapercibida entre enormes y coloridos carteles, pues no tiene ningún cartel o poste que anuncie su entrada o su contenido, y su entrada se encuentra un poco hundida en la pared. Si no llega a ser por el elfo, ni siquiera me hubiera percatado de que estaba justo delante de mí.

Luften me abre la puerta desde dentro y me ofrece la entrada con una reverencia exagerada, hecha sólo para hacerme reír (cosa que consigue). El interior de la tienda me sorprende...

Las estanterías estás vacías, y se extienden mas allá de donde alcanza la vista, sin ningún contenido en ellas. no veo ninguna caja registradora, ningún dependiente, ni siquiera veo al elfo que acaba de abrirme la puerta, que tampoco veo. No hay nada, es un vacío lugar donde sólo estoy yo, las estanterías y el polvo que se posa en ellas.

-¿En qué puedo ayudarte, jovencita?-

Una mujer mas bien alta me mira con una enigmática sonrisa pintando su rostro. Sus ojos no tiene pupila ni iris, son, de echo, una semiesfera de un blanco tan brillante que resulta antinatural, sin ninguna imperfección, ni una diminuta vena o una mancha que altere su superficie del color de la nieve virgen. Viste un vestido vaporoso del mismo color que sus ojos, y su postura es relajada, como si no tuviera preocupación alguna en el mundo.

Aparte de sus antinaturales ojos y su altura, que, aún desconcertante, no resulta desmesurada, la mujer parece humana. Es, de echo, muy hermosa, aparenta unos treinta y su piel es muy tersa, sin ninguna arruga que denote el paso del tiempo. Pero hay algo dentro de mí que me dice que esta mujer es algo muy antiguo... algo ancestral que forma parte de la tienda misma...

-Yo... Verá, vengo a buscar el paquete básico de amuletos, señora.

-Oh, claro, por supuesto, pero antes... El colgante que ocultas bajo tu camisa requiere de tu atención.-

No me sorprende que sepa sobre mi colgante. Viniendo de este ser, no me sorprendería que supiera el número de granos de arena en el mundo, así que sigo su consejo, saco el colgante de dentro de mi camisa y lo observo con atención. Mi reflejo deformado me devuelve la mirada.

De repente, una distorsión se intuye en el límite de uno de los transparentes pétalos, así que aparto el collar y miro delante de mí. Nada ha cambiado, así que miro hacia atrás, contemplando la opción de que fuera un reflejo. Tampoco.

Danza de demonios: La chica y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora