84. Tócala de Nuevo

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Tan pronto como Brian arrancó la SUV, Stu atrajo a C contra su costado y le rodeó los hombros con un brazo. Ella se reclinó hacia él cruzando las piernas y la falda de su vestido resbaló hacia atrás por sus muslos. La mirada de Stu quedó prisionera de la estrecha franja de piel que quedó expuesta.

—¿Qué es eso? —susurró, un dedo cauteloso señalando la cinta blanca, que subía desde el extremo superior de la media color piel, rematado en un delicado bordado, a perderse bajo los ruedos del vestido.

C bajó la vista como si no supiera a qué se refería. —Oh, un liguero —respondió—. Estas medias a los muslos son un incordio si no las sujetas.

Stu se obligó a asentir y desviar la vista, sentándose más erguido. No creía el tono casual de C. El problema era que ese breve atisbo bastaba para pintar la imagen completa en su cabeza. Y esa imagen amenazaba dar por tierra con sus planes de terminar la velada con un último toque romántico.

Un momento después gruñó por lo bajo y acomodó el faldón del abrigo de C para ocultar ese perturbador centímetro de cinta y piel.

En algún momento acabaría aquella segunda adolescencia, esa temporada inesperada de recuperar el deseo como si su cuerpo pretendiera compensar el tiempo perdido. Stu se limitaba a dejarlo correr. Era la novedad en más de un sentido y comprendía que era lógico que ocurriera, sin contar con que era placentero y entretenido.

En algún momento la ansiedad pasaría y el deseo hallaría su medida y su lugar entre ellos. Mientras tanto, se sometía a los caprichos de sus hormonas tal como se presentaban, sin molestarse en reprimirlos.

—¿Qué ocurre? —preguntó C en voz baja.

Stu se tragó una sonrisita burlona y la enfrentó casi frunciendo el ceño. Se inclinó para hablarle al oído, y tal como esperaba, ella se acercó un poco más a él, moviéndose de tal forma que el faldón cayera y volviera a exponer su muslo.

—Hace casi dos días que no te toco —le dijo en un soplo, rozándola con sus labios al hablar, y disfrutó al sentir que se estremecía—. ¿Y esto es lo que vistes para venir a verme?

C se apartó lo indispensable para encontrar sus ojos con un guiño provocativo que hizo que las yemas de los dedos de Stu hormiguearan. En vez de acariciarla como deseaba, le besó la frente con una sonrisa afectuosa.

—Tan pronto estemos solos...

C rió por lo bajo. —Eso es exactamente lo que quería escuchar —dijo en un soplo.

Stu la hubiera tumbado en el asiento trasero y le hubiera hecho el amor allí mismo. Bajó el mentón y miró hacia adelante sin responder, con la expresión seria de quien medita sobre una máxima filosófica.

Ella volvió a apoyar la cabeza en su hombro con un suspiro. —He sido una pésima anfitriona —dijo luego—. Esta ciudad es tan hermosa, y hay tanto por ver, pero aún no te he mostrado nada.

—Todavía no hemos ido juntos a un bar —asintió él, aceptando la distracción.

—Ni a recorrer librerías por la calle Corrientes, ni a ver la arquitectura francesa en Avenida de Mayo. Tu hotel está a pocas calles de un centro cultural y uno de los mejores museos de la ciudad, y ni siquiera nos hemos acercado. ¿Cuándo partimos?

—El lunes próximo, temprano en la mañana. Aún estás a tiempo de reparar tu falta de atención.

—¡Falta de atención! —repitió ella divertida—. Sí, lo haré. ¿Te parece que comencemos mañana mismo?

—Si estás en condiciones de dejar la cama por tus propios medios.

C rió alegremente, palmeándole el pecho con suavidad.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now