4. A Ocho Minutos del Sol

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Los cortes de Darn arrancaron bien y la gente siguió bailando frente al escenario. Ya eran más de la mitad del público, doscientos sueños hechos realidad para mí. Las presentaciones de los chicos obtuvieron todos los gritos y aplausos esperables, y me sorprendió que subieran de intensidad cuando Jero me presentó a mí.

Señalé a la gente en el último corte y lo cubrí con el "¡Yeah!" que abría el último estribillo, y la gente seguía aplaudiendo.

Pequeño momento de felicidad y revancha, mientras Martín y Claudia, su caniche más estable, eran los únicos que permanecían sentados a su mesa, directamente frente a mí. Los demás, sus amigos de toda la vida, habían venido a mezclarse con quienes bailaban a nuestros pies, a nuestro ritmo, nuestras canciones, y vivaban al guitarrista que él se había negado a ser para perderse entre las sombras.

Momento de gratitud porque fuera éste el show que vos y Ray veían, sentados allá al fondo con Ashley, Nahuel, Mariano y dos tipos más. ¡Y el muy maldito de mi hijo había terminado conociéndote antes que yo! Pero no importaba, porque se la iba a empatar bien pronto. De sólo pensar que en menos de diez minutos estaría cara a cara con vos se me disparaba el corazón, y por mirarte casi me pierdo la transición milimétrica entre Darn y Empty-Handed.

Le agregué un par de vueltas a la intro para recuperar la calma y tratar de cantar sin tartamudear.

Con el oh-oh-oh del estribillo se sumó todo el mundo. Retumbó el Buenos Ayres y a mí me explotó el pecho de alegría y orgullo y gratitud.

Y supe que habías sentido mi emoción porque te pusiste de pie sin querer. Y ya sólo un par de minutos me separaban de vos, que habías seguido todo el show con tu cara oculta bajo la gorra de béisbol.

Pero cuando termine esta canción ya no va a quedar distancia, ni nada oculto entre nosotros. Y aunque para vos nunca deje de ser tu amiga, voy a poder pasar unos días con el hombre que se ganó mi corazón de buena ley, y voy a poder confirmar si estoy enamorada de una fantasía o de alguien real. Y la canción ya está terminando, Stu, Stewart, mi protegido y mi protector, mi amor, mi amigo.

Dejamos de tocar y quedé dirigiendo el coro del público. Una yo, una ellos. Hasta que los dejé solos, ¡y ellos siguieron! Y el oh-oh-oh llenaba el Buenos Ayres. Miré a los chicos. Asentimos con ojos brillantes y sonrisas que no nos cabían en la cara. Y conté con la mano en alto y volvimos a arrancar todos juntos como un relojito.

Un par de vueltas más para que se luciera por última vez la primera guitarra. Que no será tan buena como la tuya, hombre de las sombras, pero la gente la celebra porque tiene más garra y más carisma. Y porque se anima a estar acá arriba con nosotros.

Bailamos las guitarras juntas, Jero se nos unió y Elo bailaba en los teclados que parecía Jerry Lee Lewis en Great Balls of Fire. Y atacamos el último estribillo de esta noche soñada, y no terminaba más, porque la gente seguía coreando a todo pulmón y no podía cortarlos así.

Hasta que pude.

A una seña mía, terminamos la vuelta y dejamos de tocar.

—Buenas noches, muchas gracias.

Pero los gritos taparon mi saludo, comedido a propósito. Se vino abajo el Buenos Ayres. Y se impuso el oh-oh-oh que la gente coreaba solita, provocándonos escalofríos de incredulidad.

Beto se extirpó de la batería y nos alineamos todos juntos al borde del escenario, para hacer la obligatoria reverencia mientras las voces no menguaban y la gente seguía coreando nuestra canción.

Alcancé a ver que Mariano te precedía hacia la puerta del pasillo que corría junto al escenario, hasta el cuartito trastero al fondo que recibía el nombre rimbombante de camarín.

Se cerró el telón y caí en los brazos de Jero y Beto, los tres agitados, transpirados, tan felices que no podíamos aflojar ese abrazo de gol.

Nos descolgamos los instrumentos y nos dirigimos hacia el pasillo agotados, acelerados, hablando y riendo todos al mismo tiempo.

Iba a bajar del escenario cuando me di cuenta de que no traía mi botella de agua, y mi garganta estaba en llamas. Dejé que los chicos se adelantaran, mientras yo retrocedía a recuperarla del hueco entre mi micrófono y mi retorno.

Me demoré a tomar un trago de medio litro y finalmente dejé el escenario. El corazón latía desbocado en mi pecho, pero estaba tan saturada de adrenalina que se me habían pasado los nervios y el miedo de conocerte.

Te vi de espaldas apenas bajé los tres escalones al pasillo, a sólo cinco pasos increíbles, con tu gorra y tu amigo, siguiendo a Mariano hacia el vestidor, desde donde llegaban las voces altas y las risas excitadas de los chicos.

—¡Stu! —llamé alborozada, y corrí a tu encuentro.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now