49. Rebeldía

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Cuando corté y alcé la vista, me di cuenta de que estaba sola en la cocina comedor. Ni siquiera te había visto salir de la habitación, no tenía idea si te habías ido a la pieza, o a la playa, o a la calle. Dejé el teléfono sobre la mesa oteando hacia la playa: no estabas a la vista. Me levanté de la mesa intrigada por tu ausencia. Entonces vi de refilón tus pies cruzados sobre la cama. Te habías ido a recostar un rato.

Sonreí al descubrir dónde estabas, levanté la mesa sin apuro y me demoré lavando los platos. Me sentía mucho más tranquila después de hablar con los chicos. Era como si su consulta hubiera señalado una piedra en mi zapato. Me había obligado a admitir que estaba y sacarla a la luz para verla mejor. Había quedado expuesta tal cual era, sin vueltas, sin negaciones. Y había salido de mi zapato.

Ahora me podía parar más firme para enfrentar la cuestión. Sí, quería a Martín de vuelta en la banda. ¿Por qué? Porque él era parte de la banda, tanto como Jero, Beto y yo, así de simple. Como cada vez que sentía dudas o desánimo por algo relacionado con nuestro proyecto, la mejor forma de sacudírmelo era estar con ellos, hablar, tocar, compartir ese vínculo que nos unía hacía ya más de tres años. Siempre podía confiar en ellos para devolverme la motivación cuando flaqueaba.

Me sequé las manos volviendo a sonreír. No tenía demasiado sentido ponerme a analizarlo sola. Intuía que en el dormitorio me esperaba, si no un interrogatorio en regla, sí un par de preguntas de precisión quirúrgica, que me harían revisarlo todo para ponerlo en palabras claras y concisas.

Aunque lo ignorara en el momento, tu reproche solapado de que nunca te había mencionado el tema no me había pasado inadvertido. No tenía nada que ver con los celos. Simplemente conocías la situación lo suficiente para entender la relevancia de lo que acababa de ocurrir, y tu reproche apuntaba más bien a que tratándose de algo tan importante, nunca lo había compartido con vos.

Afuera el viento rotaba un poco, prometiendo una sudestada en regla para las próximas horas. Adentro la casita estaba en completo silencio. Miré pensativa lo poco que se veía de la pieza desde donde estaba parada, tus pies ahí en la cama, quietos. Se me fueron los ojos hacia la ventana. De pronto no tenía ganas de ir a recostarme con vos. Se sentía como presentarme a una mesa de examen.

¿Por qué tenía que explicarte mis motivos para querer a Martín de vuelta en la banda? ¿Por qué tenía que buscar con cuidado las palabras exactas para expresar lo que sentía al respecto? O sea, no estábamos hablando de que volviera a ser su amante. De momento yo estaba con vos. Increíblemente, gracias a Dios y ojalá por mucho tiempo más, sí. Pero hasta nuevo aviso de tu parte, era sólo temporal. Y esto no tenía nada que ver con mi cama. ¿Entonces por qué tenía que rendirte cuentas? Era como que yo me pusiera a interrogarte porque Bond hacía diez años que tocaba con ustedes y nunca lo habían incluido oficialmente en la banda. O que te reprochara que no me expliques cómo es que vos y Brad Johnson siguen haciendo canciones juntos en vez de acogotarse mutuamente.

Prendí un cigarrillo y me paré a fumar frente al ventanal, la vista perdida en la playa, sintiendo vibrar el vidrio con el viento. Reí por lo bajo ante este inesperado ataque de rebeldía.

En ese momento te escuché pasar detrás de mí. Presté atención sin moverme ni mirar hacia atrás. Entrabas al baño y cerrabas la puerta. Largué otra risita con los ojos fijos en el mar. Hubiera pagado por saber qué te pasaba por la cabeza. ¿Esperabas que fuera a recostarme con vos? ¿Esperabas que te hablara del tema? ¿O simplemente aprovechabas que yo no te estaba encima como un moscardón para descansar y leer un rato?

Te escuché pasar de vuelta hacia el dormitorio. No te detuviste, no dijiste nada; pasaste y volviste a acostarte. Le sonreí al mar plomizo y encrespado ahí afuera.

—Vos sos el culpable, sabelo —le susurré.

Tres días atrás me estaba ahogando en mi complejo de inferioridad, buscando infructuosamente cómo superar esta experiencia de tenerte a mi lado conservando una posición de mínima dignidad. Y de pronto, al filo de la noche, las sombras habían retrocedido. Y yo había apartado la vista de vos y me había encontrado al mar. Y su inmensidad te devolvió, por comparación, una dimensión más humana y manejable para mí. Era ahí, junto al mar, donde podía verte como a un hombre de carne y hueso, despojado al menos un poco del apabullante bagaje cultural que arrastra tu apellido.

Y era tan hermoso que se diera así. Porque vos también amás el mar, y ese amor que compartíamos siempre había sido un punto en común muy significativo entre lo que nos unía, aunque nunca lo hubiéramos hablado abiertamente.

Además, ¿quién en su sano juicio podría ofenderse por no ser considerado tan grande como el mar? Por suerte, vos sos demasiado sensato para eso.

En cierto sentido vos simbolizabas el mar para mí. Eras como una persona hecha de mar, o el mar vestido de persona, o... Bueno, eso, no hay una manera clara de decirlo. Uno dice barco y piensa en el mar. A mí me pasaba lo mismo con vos.

Suspiré.

En realidad tenía ganas de ir a tirarme un rato con vos.

También tenía ganas de salir a caminar. Este clima tormentoso tenía un no sé qué que parecía llamarme. Salir a dejarme embestir por el viento, y que si aparecía algún chaparrón caprichoso, bienvenido fuera. Salir sola. Los auriculares clavados en las orejas, la música al volumen exacto para no tapar completamente el sonido de las olas, caminar y cantar en voz bien alta, como no podía hacer muy a menudo. Cantar a voz en cuello mis canciones favoritas. Las tuyas, por supuesto.

O sea que era irme a caminar sola para escucharte. En vez de estar con vos. Una de esas paradojas que no terminaba de conciliar. Pero no tenía sentido que por estar con vos, dejara de escucharte cantar.

Por ahora venía lidiando con eso por la vía más bien simplista y esquizofrénica de disociar ambos aspectos tuyos. Eras el hombre que amaba, y que tenía la inmensa fortuna de tener a mi lado en este momento. Y eras mi música favorita. Dos cosas separadas.

Lo cual también molestaba un poco, porque bien me hubiera gustado escuchar tus canciones a todo volumen para bañarme, como hago en casa, o mientras cocinábamos, y cantarlas juntos, y exclamar juntos pero qué buen tema, carajo.

Pero bueno, no se puede tenerlo absolutamente todo en la vida, ¿no? Y yo ya venía ligando demasiado, así que no escuchar Slot Coin cuando estaba con vos me parecía más bien un precio de ofertón imperdible en Once.

Me volví a medias hacia la casa, indecisa, sintiendo el tirón del viento y la playa y el mar allá afuera, esperándome, llamándome. Respiré hondo y me aparté del ventanal.

Entré al dormitorio con sigilo y me detuve en el umbral. Te habías dormido leyendo, el libro caído abierto sobre el pecho, el otro brazo cruzando tu frente. Y había algo tan hermoso en verte durmiendo así, relajado, ausente, tan quieto. Tuve que contener mis ganas de saltar a la cama para abrazarte y acurrucarme contra tu costado. Había ido ahí a buscar la respuesta a mi disyuntiva de quedarme o salir a caminar sola, y era ésa: ni loca hubiera perturbado ese sueño tan apacible.

Así que entré en puntas de pie para rescatar mi campera de invierno de la mochila. Te volviste para tenderte de lado y flexionaste las piernas. Te saqué el libro con cuidado y te tapé lo mejor que pude con el acolchado. Y, por supuesto, me quedé mirándote embobada un rato. Total no tenía tanto apuro. No era que el mar se fuera a secar si me quedaba un par de siglos ahí, viéndote dormir.

Finalmente encontré la fuerza de voluntad para arrancarme de tu lado. Cualquier duda por no estar quedándome con vos se desvaneció apenas estuve al aire libre. Respiré a todo pulmón en el viento que trataba de empujarme, le sonreí al mar agitado, prendí mi música y me dirigí a buen paso hacia la orilla. Podía caminar cuanto quisiera, disfrutar el mar y el viento y la tormenta cuanto quisiera, escuchar cuanta música quisiera, cantar a gritos cuanto quisiera.

Y al regresar, encontraría una casita cálida donde resguardarme de los elementos. Y al amor de mi vida esperándome.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now