20. Los Diez Mejores

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Fuimos a buscar a Ashley y a Nahuel y nos invitaron a almorzar cerca de las Galerías Pacífico. Considerando que éramos siete moviéndonos en melé, apareció otra SUV y, por suerte, desaparecieron los choferes, porque ya bastante me cohibía la parafernalia de andar con Brian y Jimmy para todos lados, siempre serios y silenciosos uno o dos pasos más atrás, sus miradas de rayos láser escaneando alrededor. Por suerte también, en la parrilla se sentaron con nosotros, y nos salvaron a Nahuel y a mí de quedar como carnívoros cavernícolas junto a ustedes tres, vegetarianos irreductibles que saboreaban verdura asada, desdeñando un soberbio asado argentino.

Casi me muero cuando vi la cantidad de cosas que Ashley le había comprado a Nahuel, tantas que también le había comprado dos bolsos para que las guardara, y sólo cabían a presión.

Fue un almuerzo entretenido, en el que mi hijo fue el foco de atención, contándoles a los extranjeros cómo es Bariloche, los amigos que planeaba visitar y las cosas que planeaba hacer durante sus vacaciones de invierno.

Fiel a la tradición inaugurada la noche anterior, yo me dedicaba a permanecer sentadita y feliz a tu lado. Entre bocados, dejabas los cubiertos para apoyar una mano en mi rodilla bajo la mesa y la dejabas ahí. Y si cubría tu mano con la mía, le hacías lugar a mis dedos entre los tuyos y los estrechabas.

Lo que me sacó de mi paraíso privado fue que Nahuel comentara a qué hora salía su micro.

—Y no vas a llegar a ningún lado si no vamos a casa a hacer el bolso —le señalé, comentario materno obligatorio, y Nahuel resopló con la cara que correspondía a un buen hijo adolescente—. Así que terminamos de comer y nos vamos a casa.

Pero cuando quisimos despedirnos, ustedes se negaron de plano a dejarnos ir.

—Vinimos al fin del mundo para visitarte, ¿y tú intentas deshacerte de nosotros a la primera oportunidad? —protestó Ray.

—Tiene razón —asentiste, muy serio.

—Vamos —sonrió Ashley—. Yo puedo ayudar a Nahuel con su equipaje si tú cuidas de los otros dos niños.

Alcé las manos riendo y volví a darme por vencida.

Cuando llegó el momento de repartirnos en las dos SUV, Nahuel encaró sin vacilar hacia la de Ray y Ashley.

—¿No venís con nosotros? —le pregunté, a punto de hacer berrinche.

—Nah, soy demasiado chico para tanto romance. Me voy con Ray y Ash que la paso mejor.

Nahuel nos hizo un gesto de despedida, se apresuró hacia la otra SUV y subió adelante junto a Jimmy.

Yo tuve que permitir que Brian nos abriera la puerta y me ayudara a subir al asiento de atrás con vos, cerrara la puerta y subiera solo tras el volante. Preguntó muy serio adónde íbamos y le di la dirección de casa. Sólo cabía esperar que los GPS de las dos SUV decidieran seguir el mismo camino y llegaran al mismo lugar. Menos mal que había un nativo en cada vehículo para darse cuenta de cualquier error en nuestra ruta.

Cuando arrancamos, me preguntaste qué había dicho Nahuel y reíste por lo bajo cuando te lo traduje.

—Es un muchacho excelente. ¿Y me contaste que te dijo quién era yo meses atrás? ¿Es por eso que siempre me llamó 'Stewie'?

—Sí. Debería prestarle más atención a sus teorías descabelladas.

Asentiste, divertido. —Mis niñas esperarán que las llamemos hoy. Todavía no me perdonan que no las haya traído a verlos. En realidad, a ver a Nahuel. Es su galán indiscutido.

—¡Lo imaginaba! Pueden llamarlas desde casa. Pero sólo después de que Nahuel termine con su equipaje.

—Entendido.

En ese momento frenamos en un semáforo, las dos SUV a la par, y Ray bajó su ventanilla, con gestos frenéticos de que hiciéramos lo mismo. Le obedeciste y lo escuchamos gritar: —¡Enciendan la radio, pendejos!

Nahuel se inclinó por encima de Jimmy, y estoy segura de que el pobre perdió un diez por ciento de audición con el grito de mi hijo. —¡La Rock & Pop, ma!

Brian ya estaba prendiendo el estéreo y le di la frecuencia de la radio. Me quedé helada al escuchar la primera estrofa de End. Hacía ya un mes que daba vueltas por internet con resultados aceptables, y además de la propia radio de Vector, Mariano la hacía sonar en toda radio donde la productora tenía influencia, pero todavía se me disparaba el pulso al escucharla así.

Vos les mostraste un pulgar arriba a los de la otra SUV mientras volvíamos a arrancar. Yo permanecí erguida en el asiento, el ceño fruncido, especialmente cuando terminó y una voz grabada anunció el puesto número siete de los Top Ten de la radio. ¡Y la canción que empezó fue nada menos que Stop, el primer corte del nuevo disco de Slot Coin!

Me incliné hacia adelante entre los dos asientos, los ojos abiertos como platos fijos en el estéreo. Y todavía intentaba recuperarme de la sorpresa cuando me empezó a sonar el teléfono.

Beto y sí, sí, boludo, acabo de escuchar, no lo puedo creer, este Mariano es un genio, somos unos capos y demás exclamaciones esperables. Corté y lo llamé a Mariano para avisarle, por las dudas. Volvimos a detenernos junto a la otra SUV, y caí en la cuenta de que estabas ahí, observándome y tratando de entender qué pasaba, porque tuve que pedirte que volvieras a bajar la ventanilla. Ray y Jimmy ya abrían las suyas. Me estiré por encima de tus piernas y señalé a Ray, riendo de puros nervios.

—¡Top Ten, pendejo! ¡Número ocho!

—¡Y nosotros no somos más que número siete! —Ray también reía, pero no creo que fueran los nervios después de veinte años de números uno en todo el mundo.

—¡Ya los pasamos!

—¡En tus sueños, pendeja!

Volvimos a arrancar y logré sentarme como correspondía. Te enfrenté radiante, eléctrica, incrédula, feliz.

—¿Número ocho? —preguntaste, para cerciorarte de que habías entendido bien. Te eché los brazos al cuello y me estrechaste, riendo conmigo—. ¡Felicitaciones, nena! ¡Te lo mereces!

Mi teléfono volvió a sona ry me soltaste sólo lo indispensable para que pudiera atender. Era Elo, que sonaba a estar saltando mientras hablaba, tal como hubiera estado haciendo yo de habérmelo permitido el espacio disponible. Jero llamó un momento después. Y a Mario le escribimos para avisarle porque todavía estaba durmiendo, como era de esperar del rockstar.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now