24. A Su Manera

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Stu se detuvo a abrir la puerta y las manos de C aparecieron de la nada desde atrás, al mismo tiempo que la sentía apoyarse contra su espalda. Una de las manos subió por su pecho con lentitud, mientras la otra bajaba a cerrarse en su entrepierna, como él deseaba desde que estaban en la SUV, arrancándole un gruñido de placer.

—Abre ya la maldita puerta —susurró C en su oído.

Stu obedeció y la dejó pasar primero. C se adelantó a arrojar su mochila en el sillón más cercano, y regresó a su lado al tiempo que Stu cerraba la puerta a tientas a su espalda, mirándola moverse en las sombras de la habitación, luchando por controlar un poco su agitación.

C le sujetó las solapas de la chaqueta, guiándolo hacia el centro de la habitación primero, luego hacia ella, al tiempo que tiraba de la chaqueta hacia atrás y hacia abajo, quitándosela mientras volvía a besarlo.

Stu se apresuró a liberar los brazos para rodearla e impedir que volviera a apartarse. Sin separar la boca de la suya, C guió una de sus manos a su propio pecho, que él acarició con ansiedad, su otra mano bajando de nuevo a sujetar sus glúteos para apretarla contra sus caderas. Entonces sintió el alivio repentino de su cinturón y sus jeans abiertos.

—Por favor, dime que tienes un preservativo a mano —susurró ella en su oído.

—Mi... mi chaqueta —logró responder Stu ladeando la cabeza para besarla, sus manos recorriendo el cuerpo que se estremecía bajo sus caricias, despojándolo de cualquier pretensión de control.

Ahogó un gruñido de contrariedad cuando ella se inclinó para levantar su chaqueta, poniéndola en sus manos como un montón arrugado antes de volver a agacharse. Entonces sus rodillas vacilaron. En un solo movimiento, ella jaló de sus jeans y sus bóxer hacia abajo y besó su vientre, dejando que su boca trazara un camino húmedo al resbalar hacia abajo, donde sus dedos y sus labios lo encerraron en un anillo de fuego que le arrancó un gemido ronco.

Se le cerraron los ojos en la caricia de su lengua, que enviaba punzadas ardientes por todo su cuerpo. Se abandonó en su boca. Encontró su cabeza para enredar los dedos en su cabello y acariciarla con movimientos inconstantes, mientras sus caderas se adelantaban hacia la húmeda calidez que lo recibía, lo recorría, lo presionaba.

Hasta que la chaqueta estuvo a punto de caer de su otra mano. Entonces las últimas neuronas que resistían aquella bendita intoxicación de placer que jamás sería suficiente, que sólo provocaba más deseo, lograron arrancar su mano de la cabeza de C y palpar los bolsillos internos hasta dar con lo que buscaba.

Dejó caer la chaqueta sin siguiera registrar que jadeaba más que respirar, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, sus dedos enredados otra vez en el cabello contra sus muslos.

Alzó la cabeza, los ojos abiertos bruscamente al sentir el aire frío contra su piel.

C lo miraba, arrodillada a medias frente a él, las manos bajando por sus rodillas, presionando sus músculos al contornearlos hacia los tobillos. Le pareció que le sonreía. No le importaba, no quería dejar de sentirla. Entonces advirtió que C palmeaba suavemente el sillón junto a ellos. Un sillón de tres cuerpos, ancho y mullido que, si se lo preguntaban a Stu en ese momento, acababa de materializarse allí de la nada.

Ella tomó la mano que se apoyaba en su cabeza y lo guió el par de pasos, torpes y ridículos con los pantalones caídos por debajo de sus rodillas, hasta dejarse caer sentado en los cojines oscuros, que cedieron para amoldarse a su cuerpo. C giró sin incorporarse y volvió a situarse entre sus piernas, las manos remontaron sus muslos, se unieron para rodearlo al tiempo que se inclinaba sobre él. Stu contuvo el aliento, aguardando expectante el asalto enloquecedor de su lengua y sus labios.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now