28. Películas

86 19 8
                                    

Cenamos en uno de los restaurantes del hotel, con Ray y Ashley. Durante la comida sufrí un par de ataques de realidad, esa sensación apabullante, que me cortaba el aliento al tomar plena consciencia de la situación. Con quiénes compartía la mesa. Quién era el hombre sentado a mi izquierda, que me hablaba y me sonreía y ocasionalmente tomaba mi mano bajo la mesa.

La charla a la tarde había sido mucho más fácil. Como hablar con vos cualquier otra tarde de los meses anteriores y que se activara el protector de pantalla que iba pasando mis tropecientas fotos de Stewie Masterson.

Bueno, sí, había enfrentado un momento de incertidumbre ósea cuando apareció la imagen de Masterson recostado en una reposera, sin camiseta, con el pelo mojado, mirando directamente a la cámara por encima de sus lentes de sol. Y esa voz infartante, tu voz, me había dicho que antes de conocerme en persona había fantaseado con acariciar mis piernas. Y no era una foto. Era él... ¡vos! Mirándome a mí. Diciendo que querías que nos tomáramos el tiempo para "brazos, piernas y esas cosas."

No importaba que ya hacía dos días que habías llegado y estábamos juntos a sol y sombra. De repente, sin motivo, me pasaba esto de quedarme mirándote como una idiota, pensando siempre lo mismo: esto no me puede estar pasando a mí, Stewart no puede ser Stewie Masterson como decía Nahuel, en cualquier momento me habla en español y me despierto.

Paradójicamente, siempre eras vos el que me rescataba. Una palabra, una sonrisa, un roce bastaban para hacerme reaccionar. Y me acordaba de tratar de no parecer tan en la luna.

Por suerte, ustedes tres sabían de sobra mi estado mental y emocional, y se lo tomaban con una paciencia risueña que me mandaba a otra nube: la del afecto por mí que evidenciaba su actitud.

Durante el postre me preguntaste si había pensado en alguna película para ver cuando subiéramos.

—Mi pésame —dijo Ray cuando respondí que no—. Ahora te va a proponer que vean Into the Wild.

Le dirigiste una mirada fulgurante, que se transformó en una sonrisa al enfrentarme.

—¿La del chico que termina en Alaska? —pregunté, para asegurarme—. ¿La que dirigió Sean Penn, con música de Eddie Vedder?

—¿La has visto? —preguntaste, esperanzado.

Todo el mundo la ha visto ya, Stu —dijo Ray revoleando los ojos.

Advertiste mi expresión y te brillaron los ojos. —¿No? ¿Quieres que la veamos?

—Y luego te dará una disertación sobre los mandatos sociales y la importancia de la interacción con el medio ambiente en el desarrollo espiritual del hombre, todo sacado directamente de sus juntadas con Ed en Hawai, los dos con sus filosofadas ambientalistas para salvar el mundo.

—¿Ed? —repetí, insegura.

—Los Vedder tienen su casa en Kailua, a sólo un par de kilómetros de lo de Stu —tuvo a bien explicarme Ashley.

—Ah —murmuré, sintiendo que acababa de caerme en uno de esos tours que te muestran las casas de los famosos—. Pero, Ray, ¿Vedder no le va más a las causas sociales? Tú desarrollas más activismo ambientalista que él y Stu juntos.

—¡Ya lo sé! Pero hay que ver el ruido que hacen. Y permíteme recordarte que las causas ambientalistas son causas sociales. O si no para quién queremos salvar el planeta.

—Para mí que está celoso porque hace un par de años se perdió la visita de Obama a lo de Ed —me dijiste por lo bajo, haciéndome reír.

—Yo todavía estaría llorando —confesé.

Te anticipaste a lo que Ray estaba por decir. —Lo que te molesta es que nosotros recibimos más prensa que tú por nuestro activismo.

—¡Por supuesto! ¡Ustedes, hippies iconoclastas, y su surf, y su vino tinto y su poesía! —seguía rezongando Ray—. Mientras los verdaderos activistas se matan trabajando, ustedes amanecen perdidos en sus conversaciones surrealistas.

—Jamás te vi dejar una de esas conversaciones para venir a dormir conmigo —replicó Ashley muy seria.

Ray se interrumpió bruscamente, y el cambio que se operó en su expresión me hizo reír aún más.

Pero el pequeño momento cómico no te desvió de tu misión catequizadora.

—¿Entonces quieres que veamos Into the Wild esta noche? —insististe.

Hubiera querido explicarte que soy del Tercer Mundo, donde sobrevivir sin las comodidades básicas de la civilización no es novedad y se llama pobreza, no espíritu de aventura. Pero lo que menos quería era empezar una discusión de ese calibre. De modo que opté por la salida auxiliar, que me haría quedar como alguien profundo y con verdadera consciencia social.

—Había pensado fijarme qué hay en Netflix. Tal vez tienen algo del MCU, o La Llegada, que todavía no la pude ver —dije.

Mi respuesta interrumpió los pedidos de disculpas reiterados de Ray a Ashley, porque fue el turno de ellos de reírse. Si alguien hubiera pintado un retrato de tu cara en ese momento, habría tenido que llamarlo "Al Filo de la Decepción" o algo así.

—¿MCU? —repetiste, resistiéndote a perder tu fe en mí.

—El Universo Marvel.

—¿Películas de superhéroes?

Asentí con mi sonrisa más inocente.

Trataste de devolverme la sonrisa mientras tu alma se desbarrancaba en los abismos del desencanto más absoluto y los Finnegan reían tanto que se les caían las lágrimas.

Al fin decidimos dejar el ítem "mirar película juntos" para otro momento. No era el único de la lista, y todavía me faltaba hacerte confesar los que tenías en mente.

Ray sabía cómo hacerse perdonar por Ashley, o su matrimonio hubiera durado veinte días en vez de veinte años, y le propuso llevarla esa misma noche a un club de tango, a ver si aprendían al menos los pasos básicos.

Cuando declinamos la invitación a acompañarlos, tuvimos que soportar sus bromas sobre nuestra prisa por practicar otros pasos básicos.

Nos despedimos todavía riendo los cuatro.

A Este Lado - AOL#2Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu