38. Recreo

79 20 3
                                    

Quique me había ubicado casi de espaldas a la consola, y sólo entonces descubrí la multitud que atestaba la sala de control. Estaban Beto y Jero con sus chicas, Elo, Mariano, ¡Ragolini,! Ashley, Brian y vos. Encontré tus ojos y vi tu sonrisa de aprobación.

Cuando Ray y yo salimos, Quique no nos dio ocasión de saludar a nadie antes de echar a todo el mundo para quedarse solo en la sala de control con nosotros. Bueno, y vos. Porque al rey del rock nadie lo echa de ningún lado salvo de mi cocina. Así que ignoraste la orden perentoria de Quique y te quedaste parado a pocos pasos, un hombro contra la pared y las manos en los bolsillos, como si no tuvieras nada que ver con nosotros.

Mientras Quique cerraba y trababa la puerta, rezongando porque Ragolini había resultado el más difícil de echar, porque cómo que el rey se quedaba y Dios no, Ray se adelantó hacia vos. Se miraron un momento y hubiera pagado por tener telepatía, porque resultaba evidente que las miradas de ambos estaban cargadas de mensajes y entendimiento que a mí, por supuesto, se me escapaban.

Pero no tuve oportunidad de preguntar nada. Porque Quique decidió que no necesitaba levantar una barricada y volvió a la consola. Me hizo sentar junto a él y me puso sus auriculares ultra-profesionales, grandotes, que parecían pegarse a mi cráneo para aislarme de todo sonido exterior a un extremo claustrofóbico. Reprodujo una pista y me alcanzó un paquete de Carilinas. Otra vez no tuve oportunidad de preguntar nada, porque me perdí en lo que escuchaba.

Durante los siguientes veinte minutos sólo fui consciente de las grabaciones que Quique iba eligiendo para mí, mientras yo tenía los ojos al otro lado de la ventana, en la sala ahora vacía, como si Ray y yo todavía estuviéramos ahí.

Mientras tocábamos, yo procuraba mantenerme concentrada en mis dedos y mi voz, tratando de sonar lo mejor posible para que el talento de Ray no quedara demasiado embarrado. Pero ahora podía apreciar lo que grabáramos, y me costaba controlar mi incredulidad.

Eran mis canciones, y a la vez eran casi irreconocibles. Mejoradas, llenas de la belleza y la emoción que sólo Ray podía darles, melodías inesperadas que descubrían y realzaban cuanto yo había deseado transmitir con mi limitada capacidad creativa.

Usé hasta la última Carilina.

Cuando terminó la selección de Quique, giré hacia ustedes y los encontré mirándome con sonrisas satisfechas y hasta orgullosas. Le tendí una mano a Ray, todavía secándome los ojos y sonándome la nariz, y él la estrechó con un guiño.

—Ni se te ocurra, pendeja —se anticipó a mi agradecimiento, arrancándome una risita entrecortada.

—Entonces necesito un cigarrillo —murmuré.

—Y para mí ya es hora de una cerveza —asintió.

Salimos los tres y Ray nos dejó para dirigirse al área común. Vos y yo fuimos sin prisa hasta el árbol y nos sentamos lado a lado en el cantero de piedra que lo rodeaba.

—Lo que hicieron hoy es material de primera —dijiste con suavidad, dándome fuego.

Asentí encogiéndome de hombros. —Bien, es Ray, por supuesto que es de primera.

Pareciste a punto de contradecirme, o quejarte de mi modo fan, pero volviste a sonreír. —Sólo le falta unas segundas voces y podrías ponerlo en circulación tal como está.

Se me iluminó la cara al escucharte y alzaste una ceja, preguntando por mi sonrisa.

—En realidad... —tercié, sintiendo que mis orejas empezaban a subir de temperatura.

—Qué.

—Pues, una vez, antes de que ustedes se fueran a Europa, tal vez lo recuerdes, Ray y yo estábamos tocando, y yo tuve que ir al baño. Y cuando regresé estabas cantando.

—Lanes, sí, lo recuerdo.

—Bien, ahora sé por qué te callaste apenas se dieron cuenta que yo había regresado, pero alcancé a escuchar un poco y... —Me encogí de hombros.

—¿Quieres que grabe las segundas voces? —preguntaste, sabiendo que no me iba a animar a ser más explícita.

—No exactamente.

Frunciste el ceño y meneaste la cabeza, casi ofendido. —Olvídalo. No voy a grabar la voz de tus canciones. De ninguna manera. Son tuyas, y lo que necesitan son tu voz.

—No, no todo —me apresuré a interrumpirte—. Pensaba más bien que tal vez pudiéramos intentar... ¿cantarlas juntos? ¿Mitad y mitad o algo así?

Me sorprendió que volvieras a sonreír y asintieras. Yo acababa de enunciar uno de mis sueños más descabellados: grabar un dúo con Stewie Masterson. ¿Y el rey del rock acababa de aceptar? ¿Se habría acordado Mariano de la ambulancia con unidad coronaria?

—Eso me encantaría —respondiste con suavidad.

Reíste por lo bajo de mi incredulidad, pero no alcanzaste a decir nada más porque escuchamos el tropel de voces que salían del área común al pasillo.

—El deber llama —dijiste, divertido.

—A justificar el sueldo —suspiré.

A Este Lado - AOL#2Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt