30. En las Sombras

97 18 4
                                    

Apoyé ambas manos en tus mejillas y me puse en puntas de pie. Se te escapó otro suspiro agitado cuando besé tus ojos y me estrechaste con todas tus fuerzas. Te acaricié el pelo mientras apoyabas la frente en mi hombro, respirando hondo para serenarte.

Sentí que ya estaba bien de confesiones dramáticas. Lo dicho, dicho estaba. Era hora de cambiar de tema. Bien, al fin una metáfora entre tantas declaraciones brutalmente concretas. Porque lo que menos me interesaba en ese momento era seguir hablando. Como bien dijeras esa tarde, ya nos habíamos pasado meses hablando.

Logré bajarme del banquito y guiarte con suavidad a apoyarte en el que estaba justo atrás tuyo. Alzaste la vista, el ceño un poco fruncido como preguntando qué pasaba. Te besé por respuesta.

Tus manos resbalaron a mi cintura sin ejercer ninguna presión, dejándome hacer. Las cubrí con mis propias manos, que resbalaron hacia arriba. Logré separar mis labios de los tuyos cuando mis manos alcanzaron tus codos. Bajé la vista y besaste mi frente antes de seguir la dirección de mi mirada. Permaneciste muy quieto cuando mis dedos se apretaron contra tu piel, para remontar tus brazos hacia tus hombros.

Cerré los ojos, todos mis sentidos concentrados en la textura de tu piel, su tibieza, los músculos sanos y relajados en mi caricia. Deslicé mis manos bajo las mangas cortas de tu camisa, rocé tus hombros, las dejé resbalar de regreso a tus muñecas sin prisa.

—¿A esto te referías? —susurraste en mi oído, enviando un escalofrío a galopar por mi espalda—. Me gusta cómo se siente cuando me acaricias. Tus manos, tu piel.

Mis dedos ya volvían a rozar tu camisa, y se corrieron a encontrarse sobre tu pecho para abrirla y empujarla con suavidad hacia atrás y hacia abajo. Tus manos dejaron mi cintura para terminar de quitártela y mi boca se encontró con tu cuello. Echaste la cabeza hacia atrás con un suspiro que puso mis glándulas a trabajos forzados, tus manos de vuelta en mi cintura.

Seguí besándote y acariciándote, disfrutando cada centímetro de vos que tocaba, cada suspiro que escapaba de tus labios, cada cosquilleo de placer que me provocabas. Hasta que te obligaste a alzar la cabeza y volver a enfrentarme.

—Ven —susurraste.

Tomaste mi mano sonriendo y recuperaste la copa con lo que te quedaba de vino. Yo me cuidé de no dejar atrás los cigarrillos cuando me guiaste al dormitorio a oscuras.

Ya sabías que las luces en situaciones íntimas son mi enemigo público número uno, así que no prendiste ninguna de camino a la cama. Te detuviste a dejar la copa en la mesa de noche, tomaste los cigarrillos de mis manos para que le hicieran compañía y tu mano me atrajo hasta que quedé pegada a tu cuerpo. Tu otra mano descansó en mi cuello un instante antes de resbalar hacia mi pecho, arrancándome una inspiración rápida.

Era increíble, pero el simple contacto de tus manos me desbocaba el corazón y al mismo tiempo me inmovilizaba. No podía hacer otra cosa que quedarme ahí, donde estaba, como estaba, tratando de seguir respirando mientras experimentaba esa emoción rara, tan intensa, de vivir segundo a segundo el sueño hecho realidad.

Tuviste un entredicho breve con los botones de mi jean, y cuando los abriste, deslizaste tus manos dentro y hacia atrás. Solté un suspiro entrecortado al sentir tus manos abiertas apretándose contra mi cuerpo. Mi espalda se arqueó por instinto y tus manos aumentaron la presión. Las mías volvían a trepar por tus brazos.

Te sentía observarme en las sombras, que se agrisaban a medida que los ojos se habituaban a ellas. Una de tus manos remontó mi espalda y pasó bajo mi brazo de regreso a mi pecho. Bajaste el bretel y el escote de mi top, tu otra mano empujándome contra tus caderas. Sentí tu erección. Al paso que íbamos, lo de tomarnos las cosas con calma iba a resultar un poco difícil, al menos para mí. Contuviste el aliento cuando encontré la hebilla de tu cinturón y moviste las caderas hacia atrás.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now