81. La Cita Perfecta

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Tu sorpresa complacida resultaba recompensa por demás suficiente por todas las corridas y el esfuerzo de producción para esa noche. No dejaba de sentirme extraña, arreglada como una Barbie en ese lugar súper exclusivo. Pero me alegraba tener la oportunidad de conocer un sitio así y sentir que no desentonaba.

Así que no me molestaba estar tan femenina y delicada, de blanco, peinada y maquillada en peluquería. Cada tanto es lindo jugar a la Barbie. Especialmente si lo hacía para vos.

Por irónico que resultara, vos eras el único elemento familiar de toda la situación. Las vueltas de la vida. Si diez días atrás me hubieran dicho que Stewie Masterson sería... Bla.

Me recibiste de pie, comiéndome con los ojos como si fuera una cita a ciegas, y me regalaste un ramo de lirios que terminó de transportarme a un cuento de hadas hecho realidad. Me hiciste elegir tu cena y tu vino y volviste a acodarte en la mesa, mirándome con una sonrisa vaga.

De pura cohibición reparé en el enorme florero de cristal con agua limpia sobre nuestra mesa. Me entretuve acomodando los lirios, hasta que tu silencio y la fijeza de tu mirada me dieron ganas de gritar.

—¿Stu? —tuve que repetir, en voz baja.

—¿Sí? —respondiste de inmediato, sin cambiar de actitud.

—¿Podrías dejar de observarme y hablar de algo?

Sólo logré que se acentuara tu sonrisa.

—¡Stu! —insistí sin alzar la voz.

—¿Qué ocurre, nena?

Cubriste mi mano con la tuya, sin apartar tus ojos de mí. Y por un momento dejé de sentirme tan cohibida. Porque te dabas cuenta de que esa noche yo estaba tan arreglada sólo para vos, y lo apreciabas sin disimulo, para que no me quedaran dudas. Resultaba un ida y vuelta hermoso, dulce, perfecto.

Te llevaste mi mano a la boca y besaste mis dedos, a riesgo de terminar cenando con un charco de manteca derretida.

—¿Y de qué te gustaría hablar?

—No lo sé, lo que sea.

—¿Como qué?

Moviste un poco la cabeza y tus ojos reflejaron la luz de una forma que me cautivó por completo. Me pregunté si alguna vez me cansaría de admirar el brillo y la expresividad de tu mirada.

—Como... —repetí distraída—. Como... —¿Qué me habías preguntado? ¡Ah, sí!—. Como en qué estás pensando en este mismo momento.

—En ti —replicaste sin vacilar.

Bajé la vista porque me hiciste poner colorada.

Reíste por lo bajo. —Eres... eres otra persona esta noche. —Apretaste suavemente mi mano para que te enfrentara—. ¿Podrías decir 'mierda'? ¿O llamarme pendejo? Sólo para asegurarme de que realmente eres tú.

Fruncí el ceño y meneé la cabeza. ¡Hombres! Te disfrazás de princesa Disney y se quejan porque no sos Deadpool.

—¿Ves? ¡Nada! ¡Ésta no eres tú! Tú estás en tu casa, chateando con algún desconocido, y enviaste a alguien en tu lugar.

—Por supuesto, estoy acosando a Russell Crowe en Twitter —gruñí.

Frunciste el ceño escandalizado. —¡Russell Crowe! ¿Significa que no tengo exclusividad de la psico-groupie? ¡Eso es imperdonable!

Reímos por lo bajo. Llegaba el mozo con las bebidas, el pan y varias porquerías gourmet para untar que a vos te encantaron.

Durante la cena te pedí que me hablaras de la gira.

Me advertiste que, hasta que me acostumbrara al ritmo, serían las seis semanas más estresantes de mi vida. Asentí muy seria, sin ánimos de contradecirte. Te gusta tocar dos días seguidos en cada ciudad, cada cuatro días. Y como era tu primera gira solista al sur del Río Grande, tu gente estaba preparada para agregar más fechas sobre la marcha. Dabas por descontado que en países "grandes" como Brasil y México tocaríamos cuatro días a lleno.

Te dije que lo más seguro era que fueran al menos cuatro fechas en cada país, por chico que te pareciera. Mil entradas por presentación volarían como pan caliente en preventa, porque ningún coiner latino querría faltar a semejante cita.

Te tomaste tu acostumbrado momento para considerar mis palabras y te encogiste de hombros. —Entonces la gira va a ser agotadora.

Me explicaste que te gustaba llegar al teatro antes de que empezara a juntarse gente afuera, y que no te ibas después de la prueba de sonido. Tu set duraba dos horas, más veinte o treinta minutos para Ray y para mí, sin vos. Después de tocar, solías esperar unas dos horas para irte, así ya no quedaban amontonamientos afuera.

También explicaste que tenía que hacerme a la idea de tener gente y prensa siguiéndonos cada vez que saliéramos del hotel. Había que ser amable con todo el mundo y al mismo tiempo no responder preguntas bajo ningún concepto e ignorarlos tanto como fuera posible. Okay. No mencionaste que habría mujeres tratando de tirarse encima tuyo fuéramos donde fuésemos, pero no hacía falta porque yo ya lo sabía.

Cuando declinamos pedir postre, el mozo nos trajo copas de champagne de cortesía. En ese momento, vos me contabas que al volver de Iguazú y no encontrarnos en Buenos Aires, los Finnegan habían decidido seguir viajando. Y para compensar el calor de la selva tropical se habían ido a Bariloche. Así que hacía tres días que esquiaban con Nahuel allá, y regresarían los tres juntos el jueves.

Alzaste la copa tan pronto se fue el mozo, y tu sonrisa me hizo olvidar cuanto dijeras desde que llegara al restaurante.

—A tu salud, mi reina de las hadas —dijiste en ese tono cálido, íntimo, que siempre me causa escalofríos.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now