43. Dos Voces

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—¿Y qué más te preguntabas antes de venir?

—Oh, no, no cambies el tema.

—¿Cambiar el tema? ¿Cuando el tema era no hablar de nada en este momento?

Asentiste como si eso no implicara ninguna contradicción. —Exacto. A los dos nos gusta analizar todo demasiado, y no quisiera perderme de vivir momentos significativos porque estamos ocupados analizando lo que ocurrió cinco minutos antes.

—Muy bien.

Comí un par de bocados, obligándome a permanecer seria. Apostaba a que no aguantarías más que eso. Estabas tan acostumbrado a tenerme todo el tiempo hablando hasta por los codos, que mi silencio te incomodaba cuando no estabas seguro a qué se debía. Que es en realidad lo que nos pasa a todos con los silencios ajenos.

—¡Qué! —exclamaste, entre divertido e impaciente.

—¿Qué de qué?

—¿Y ahora por qué no hablas?

—Oh, estoy buscando qué decir, sin cambiar de tema y sin provocar que nos perdamos algo significativo.

—¡Serás pendeja! —Me revolviste el pelo riendo—. ¿Sabes? Hoy me gustó muchísimo cantar contigo. Tanto tus canciones como las mías.

Mi pose se fue al diablo, sorprendida por lo que acababas de decir.

—Lo digo en serio. Estoy ansioso por ponernos a trabajar en lo que cantaremos juntos. Esta gira será inolvidable.

—Oh, Stu, eso es... Gracias, es tan dulce de tu parte.

Reíste por lo bajo. Siempre te causaba gracia que yo actuara como si fueras mi ídolo indiscutido. Como si no lo fueras, y como si no lo supieras.

—Hay algo muy extraño en tus canciones, ¿sabes? —agregaste—. Y sólo me di cuenta hoy, al cantarlas con ustedes.

—¿Extraño? —Era mi noche de trabajar de eco tuyo.

Asentiste apartando el plato. Aguardé a que te explicaras, pero elegiste justo ese momento para una de tus pausas kinestésicas. Cruzaste una pierna sobre tu rodilla, te inclinaste un poco hacia adelante, casi cruzado de brazos y bajaste la vista. Familiarizada como estaba con tus tiempos de expresión, terminé de comer con toda la calma del mundo.

Ahora que podía verte durante una de estas pausas, el proceso resultaba asombrosamente evidente. Tu súbita seriedad mientras rastreabas en tu interior lo que querías transmitir, cómo se distendía tu expresión al encontrarlo, cómo se relajaba tu ceño y tus labios se fruncían al borde de una sonrisa al acomodarlo en moldes verbales.

Viste que había terminado de comer y acercaste el cenicero, sacando cigarrillos para los dos.

—Puedo cantarlas y copiar la melodía hasta la última nota, pero las cambiaría. Tienes una forma particular de cantarlas. Creo que tiene que ver con tus inflexiones. Nadie podría encajar en esas melodías mejor que tú. Resulta un poco frustrante, ¿sabes? Porque algunas de tus canciones me gustan tanto, y me encantaría cantarlas como corresponde, pero no logro hacerlo bien. Y cambiarlas para acomodarlas a mi forma de cantar arruinaría lo que hace que me gusten. —Sonreíste, meneando la cabeza—. Se han convertido en la hierba que es más verde al otro lado. Es la primera vez que siento que una canción me deja fuera.

—Oh, pero eso es la cuestión de las escalas —repliqué con suavidad—. Te hablé de eso una vez, cuando todavía estabas en Hawai. Tu voz se inclina por las escalas menores, mientras la mía le va a las mayores, demasiado girly. Sí, cambia completamente el sentimiento de la canción, pero no para peor. No en tu caso.

Me paré para levantar la mesa, indicándote que no hacía falta que me ayudaras, y seguí hablando desde la cocina.

—End y Again me dejaron sin aliento cuando cantabas. Por supuesto que las cambiaste: las hiciste más profundas, más afiladas, mejores. Pero es esa cuestión de las escalas, y de que mis canciones son demasiado simples para tu forma de cantar.

—¿Tienes un convertidor a groupie en la cocina? —preguntaste divertido—. ¿Dónde quedó mi colega cantante?

—Vete a la mierda —repliqué con dulzura—. ¿Café, té?

—Aún tengo vino, gracias. Ahora regresa y termina lo que estabas diciendo.

—En un momento. —Alcé un poco la voz porque iba a lavar los platos—. Sé lo que sentiste hoy, porque me sucede cada vez que canto cualquiera de tus canciones. Las notas pueden estar perfectas, pero, ¿el sentimiento? ¡Jamás! Nadie podrá nunca cantar una de tus canciones y transmitir algo remotamente similar a lo que tú transmites.

—Oh, cállate. Por lo que vi hoy, le das el sentimiento justo a mis canciones.

—¿Te refieres a Face in the Crowd? Eso no es sentimiento, sino cambiar de voz normal a voz rasposa, y no te creo que tú creas que eso es emoción.

—Tal vez, no lo sé. Lo que escuché me gustó.

Reí meneando la cabeza. —Un día me atreveré a mostrarte mis patéticos intentos de ponerle voz a versiones karaoke de tus canciones, y tendrás que darme la razón.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now