36. Vivo

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Finnegan no sólo aceptó gustoso la invitación a ensayar, sino que propuso que fueran antes que los demás. Quería que tuvieran tiempo de tocar, por fin juntos, las canciones que durante meses habían compartido por Skype. Y como ni él ni C se caracterizaban por su control de ansiedad, dejaron el solárium sólo una hora después, con planes de encerrarse a tocar hasta que les sangraran los dedos y cantar hasta quedarse sin voz. Y por una vez, C se alegró de que Jimmy fuera con ellos, porque aseguraba que entre el guardaespaldas y Elo había química en marcha.

Stu y Ashley los despidieron con sonrisas benevolentes, prometiendo reunirse con ellos más tarde en la sala de ensayos. Apenas quedaron solos, llamaron a Brian y le encargaron un par de diligencias.

Bajaron a almorzar sin apuro, más por inercia que por apetito. Las reservas para los Finnegan ya estaban confirmadas, viajarían a Iguazú en el primer vuelo del día siguiente, martes, y regresarían el viernes por la tarde. Mientras tanto, a Mariano le había tocado gestionar en el mayor de los secretos el alquiler de un chalet junto a la playa, en un balneario a unos quinientos kilómetros de Buenos Aires, que él aseguraba era bonito y solitario, y con buenos accesos.

Ashley observaba a Stu con disimulo mientras almorzaban, satisfecha por lo bien que se lo veía desde que llegaran. Los Finnegan habían apostado tanto como él en ese viaje, esperando que reunirse con C lo ayudaría a empezar a dejar atrás su separación. No se atrevían a esperar finales demasiado felices, porque a fin de cuentas Stu era Stu. Sólo aspiraban a volver a verlo tal como ella lo veía ese mediodía: tranquilo, contento, con la cabeza en cosas más positivas de las que lo obsesionaban desde que Jen lo dejara.

—Ash, querida, habla ya o deja de mirarme como si fuera una mosca en tu vino —dijo Stu de pronto, divertido y afectuoso.

Rieron los dos por lo bajo.

—Tú y el pendejo de tu marido... Espero que estén felices ahora, porque parecen viejas comadronas cuando nos ven a C y a mí juntos.

—Oh, sí, fue tan gentil de tu parte, Stu, venir hasta aquí sólo para darnos gusto. Te estaremos eternamente agradecidos.

Rieron en voz más alta y Stu la enfrentó, su sonrisa reflejando todo el cariño que los unía, tras pasar la mitad de sus vidas en estrecha relación.

—Era lo menos que podía hacer por ustedes tres, ¿no? Después de lo que los hice pasar. Y por mí mismo también, por supuesto.

—Si vas a seguir soltando mierda, mejor cállate y sigue comiendo —replicó Ashley, con tanto afecto como él.

—¡Muy bien! ¿Qué esperas que te diga?

—¿La verdad? No lo sé, Stu. Se me ocurrió que tal vez quisieras hablar de eso. Cómo te sientes, cómo se están dando las cosas entre ustedes.

Él bajó la vista hacia el copón de vino que hacía girar lentamente entre sus dedos y suspiró.

—Me siento vivo de nuevo —dijo con su habitual cadencia lenta, buscando las mejores palabras para expresarse—. Aún estoy muy lejos de lo que solía ser, pero al menos vuelvo a estar vivo, lo cual es una mejora notable si lo comparamos con lo que fue la primera mitad del año, ¿verdad? No lo sé, Ash. Casi me siento en condiciones de volver a escribir. Casi siento que podría encontrar una nueva melodía en mi guitarra. Y se lo debo mayormente a C, ¿sabes? —Alzó la vista por un instante, sonriendo de costado—. Por momentos me asusta su amor a prueba de balas. Parecería una de las contadas cosas sobre las que no tiene la menor duda. Y a veces me siento el bastardo más egoísta del mundo por retenerla cerca de mí. Pero al mismo tiempo sé que la estoy haciendo feliz.

—¿Y qué hay de malo en eso, Stu? —preguntó Ashley con suavidad.

Stu se encogió de hombros y tornó a mirar hacia afuera. —¿Responsabilidad? ¿Compromiso? En este momento no puedo lidiar con nada de eso, si es que alguna vez vuelvo a estar en condiciones de hacerlo.

—Ya veo. C quiere que se casen.

—¿Qué?

—¿Quiere tener un hijo contigo, entonces?

—Tú sabes que C no pide nada, Ash, y ésa es la maldita trampa. Me lo da todo y no pide nada a cambio, haciéndome sentir en la obligación de...

—De ser el maldito pendejo que está almorzando conmigo hoy, sí.

Stu soltó una carcajada. —¡Mierda! ¡Eres peor que Ray! Ahora sé cómo se las compone para mantenerse afilado.

—Pero Ray tiene razón, ¿sabes? Cuando dice que tú siempre encaras todo por el lado más difícil. —Ashley le obsequió una sonrisa burlona—. ¿Acaso habrías siquiera considerado venir si C fuera diferente, si alguna vez hubiera esperado de ti algo más de lo que tú le das por propia voluntad?

—Punto a tu favor —concedió Stu.

—Ya te estás permitiendo un respiro, Stu, no lo arruines con ese mecanismo temible que tienes por cerebro. C es una buena mujer, te ama, y de alguna forma te comprende en sentidos que ninguno de nosotros ha entendido jamás. Disfrútalo, no pierdas el tiempo pensando demasiado. ¿Así que te irás con ella a la playa?

La sonrisa de Stu perdió todo rastro de ironía al asentir. —Sí. C ama el mar, pero no lo ha visto en casi veinte años —explicó, una inflexión cálida en su acento—. Por eso quiero que sea una sorpresa. Siempre hablamos del mar, desde nuestras primeras conversaciones. Y cuando no se sentía bien de ánimo, solía pedirme que corriera una ola por ella. Así que es como un pendiente para nosotros, ¿sabes? Ir juntos al mar.

Ashley se limitaba a asentir sonriendo. Sí, Stu tenía razón, volvía a estar vivo. Y lo que era aún más importante, volvía a permitirse sentir algo diferente al dolor y la desesperación. Volvía a acercarse a su verdadera naturaleza, que siempre lo hacía buscar la forma de estar junto a quien lo necesitaba, y dar lo que podía para ayudar a los demás. Al punto de estar preparando esa sorpresa para C, que implicaba compartir con ella algo tan importante para él como el mar, y alegrarse de tener la posibilidad de hacerlo.

—¿No tendríamos que ir por ellos pronto? —preguntó luego.

—No van a querer salir de allí hasta que los echen.

—Sí, tienes razón. Bien, entonces aprovecharé para preparar nuestro equipaje para mañana.

—Sí. Creo que me vendría bien una siesta.

—Oh, el tigre debería tomárselo con más calma y recordar que ya no es un tigre joven. ¿Me avisas cuando sea hora de ir a recogerlos?

Stu sólo pudo reír con Ashley.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now