56. Una Canción Para Mí

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La cocina comedor estaba desierta cuando Stu entró, pateando el suelo para desprender arena y barro de sus suelas. En un primer momento le pareció que todo estaba en silencio, pero cuando terminó con el ruido de dejar las bolsas y quitarse la chaqueta, oyó música desde el dormitorio. Su laptop seguía sobre la mesa y C nunca escuchaba música de su teléfono sin auriculares, así que debía estar tocando la guitarra. Si llegaba a ser uno de las canciones que compusiera con el imbécil, se lo sacaría de la cabeza sin siquiera molestarse en avisarle.

Cruzó el comedor hacia el dormitorio y lo sorprendió encontrar la puerta entornada. No cerrada. A C no le gustaban las puertas cerradas, como si sufriera algún tipo muy leve de claustrofobia. Le había explicado que tras casi diez años de vivir sola antes de casarse, se había habituado a no precisar cerrar ninguna puerta. Y el hábito se había afianzado al nacer Nahuel, si ella precisaba saber que el bebé estaba bien cuando no estaban en la misma habitación. Tampoco le gustaban las cortinas ni los postigos cerrados en las ventanas. A pesar de la pérdida de calor en invierno, le gustaba poder mirar hacia afuera y ver el cielo en cualquier momento.

Era inusual que tuviera la puerta casi cerrada estando sola, y cuando él era la única persona que podía llegar. ¿Tal vez preveía la interrupción y deseaba evitarla?

Se detuvo a preguntarse si debía llamar o simplemente asomarse, y reconoció la canción. Era Lifetime. Se demoró escuchándola, porque ignoraba que a C le gustara tanto como para saber tocarla. Y no le costó imaginarse a los dos cantándola juntos. Ella haría la parte de Sanders y él haría la segunda voz como siempre. Sonaría muy bien.

Apenas terminó, sin transición, C empezó a tocar otra cosa. Stu creyó reconocer los acordes de Gradient, pero los tocaba a un ritmo muy diferente. Entonces ella comenzó a cantar, una melodía y una letra que no tenían nada que ver con Gradient. Y él sintió la tibieza en su pecho, indicándole quién era el destinatario de aquella canción.

Se demoró muy quieto junto a la puerta, escuchando con atención.

Muy lejos de aquí
Las estrellas que hoy te iluminan
Brillan sobre mí
Te puedo oír, verte reír
No hay maldición
Que tu corazón no pueda romper.

No vengas, ya puedo oír tu voz
En mi interior
No vengas, porque ya estás aquí
Nada podría alejarte
Este amor es tan abrumador
Casi no puedo respirar sin ti
Te necesito lejos para poder vivir.

Stu frunció el ceño. ¿Te necesito lejos para poder vivir? ¿O había entendido mal?

Semilla de tempestades
Tu alma anida en mi sangre
Te necesito para ser libre
No puedo enfrentar este miedo
Conviértete en el mar
Quién podrá alcanzarme si callas.

No vengas, ya puedo oír tu voz
En mi interior
No vengas, porque ya estás aquí
Nada podría alejarte
Este amor es tan abrumador
Casi no puedo respirar sin ti
Te necesito lejos para poder vivir.

Stu se demoró con el hombro contra el marco de la puerta, la cabeza gacha, una mano rodeando su mentón para descansar dos dedos sobre sus labios. Respiró hondo para controlar el escozor en su garganta. Lo tocaba porque no era una canción de amor tierna, dulzona. Hablaba de algo que no se puede evitar sentir, por más que uno lo intente por todos los medios. Un sentimiento que le negaba todo sosiego, que la doblegaba contra su voluntad.

Y él sabía de eso, vaya si lo sabía. Pero jamás se le había ocurrido que ella no quisiera amarlo, o que lo amara a pesar de sí misma. Que si pudiera elegir, C preferiría no amarlo.

No vengas, porque ya estás en mi interior y nada pude cambiar eso. Apenas puedo respirar sin ti, por eso te necesito lejos. Más que una declaración de amor, era una acusación. Como echándole en cara los motivos que él le daba para amarlo, para preguntarle con amargura por qué le hacía algo así.

¿Cuándo la había escrito? C siempre le enviaba una maqueta de todas sus canciones tan pronto las grababa en su computadora, uno o dos días después de componerlas. ¿Por qué nunca había siquiera mencionado ésta?

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now