71. You Know What I mean

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Entonces me levanto, harta de mí misma, de esta felicidad de cartulina, de vos encerrado en la ducha con una botella de tinto. No sé dónde están mis auriculares y no tengo ganas de buscarlos, así que rompo mi regla de oro y busco en YouTube una canción que acaba de venirme a la cabeza, para escucharla así nomás. Debe hacer veinte años que no la escucho, pero si no me falla la memoria, va bien con cómo me siento, así que debería ayudarme. Me va a ayudar a aflojar un poco este nudo en la garganta que me ahoga, y con un poco de suerte tal vez hasta pueda llorar y desahogarme un poco.

Pero cuando la escucho después de media vida resulta que no habla de mí, de lo que estoy sintiendo. No me dice "yo también pasé por esto, lloremos juntos porque vos y yo sabemos de qué hablo". Resulta que el pelotudo de Phil Collins me habla de vos, no de mí. No es mi paño de lágrimas sino tu compañero de desgracia.

O sea que cuando escuché esta canción por primera vez, más o menos cuando Ray te presentaba a Brad Johnson, Phil Collins ya me hablaba de lo que vos sentirías esta noche, más de veinte años después.

La pongo de nuevo y me quedo escuchando, recordando, entendiendo.

Y haciendo lo mismo que vos: bebiendo para tratar de dejar de sentir.

Justo cuando creía que lo había logrado
Regresas a mi vida
Como si nunca te hubieras ido.

Justo cuando había aprendido a estar solo
Llamas para decirme
Que no estás segura de estar preparada.

Pero preparada o no
Tomarás tus cosas
Y te irás.

Oh, déjame solo con mi corazón
Estoy volviendo a unir los pedazos.
Sólo vete
Déjame solo con mis sueños
Puedo arreglármelas sin ti
Tú sabes a qué me refiero.

Ojalá pudiera escribir una canción de amor
Para mostrarte lo que siento
Pero parece que no te gusta escuchar.

Porque te guste o no,
Tomas tus cosas
Y te vas.

Oh, déjame solo con mi corazón
Está partido en dos
Y no puedo pensar con claridad.
Sólo vete
Déjame solo con mis sueños
Te has llevado todo lo demás
Tú sabes a qué me refiero.

¿Era esto, mamá? ¿Era así? ¿Fue por eso? ¿Fue así?

A vos te perdí. Porque era muy chica, porque no supe darme cuenta, porque no se me ocurrió de qué otra forma ayudarte y lo que intentaba no alcanzó.

¿Va a ser lo mismo con él, mamá? En un año, en cinco, en diez, ¿me va a llegar la noticia de que al otro lado del planeta, el mejor hombre del mundo se murió igual que vos, por tratar de no sentir más? ¿Estoy acá para ayudarlo porque no te pude ayudar a vos? ¿Y cómo hago para ayudarlo? ¿Dejo la vida en el intento? ¿Y al hacerlo, dejo atrás un hijo con el mismo estigma que vos me dejaste a mí? El de no haber sido amado lo suficiente como para darle a su madre una buena razón para luchar por seguir viva.

Cierro YouTube deseando no haber escuchado música en mi vida. Porque si no me gustara tanto la música, el gusto no se me hubiera mezclado con esta necesidad genética por las palabras y mi adicción por el drama. Y nunca hubieras entrado en mi vida.

No estaría acá esta noche, borracha como vos y como mi vieja, tratando de ver el mar allá afuera. El mar que vos amás, el que yo amo, el que mi vieja amaba. El único legado claro y cierto, junto con la literatura, que me dejó el padre que apenas conocí.

Y en cualquier momento voy a estar barruntando sobre la inmortalidad del elefante blanco, lo cual indica que, en cierto sentido, la cerveza logró su cometido. Uno que me voy a prohibir volver a encargarle. Me llenó la cabeza y el pecho de algodón mojado, pesado, pegajoso, pero que es mejor que los sentimientos claros y afilados de hace un rato.

Me lleva un momento controlar el mareo cuando me paro. Por suerte tu velador sigue prendido, y la luz que llega al comedor me alcanza para no tener que esquivar muebles a tientas.

Ni siquiera me mirás cuando entro al dormitorio.

Me obligo a caminar sin tropezar, con un paso que no delate mi aturdimiento. Me recuesto a tu lado y me envuelvo en tus brazos. Son el lugar más hermoso y el más triste del mundo. Siento tu dolor y el mío, tu soledad y la mía, todo lo que nos acerca y todo lo que nos separa.

Por eso te doy la espalda cuando me decís que nos vayamos a dormir. Y cuando me abrazás, aguanto las ganas de llorar y las ganas de salir corriendo. Pero nunca tengo tanta fuerza como parece, como quisiera, y sólo logro evitar una de las dos cosas: no salgo corriendo. Y mientras se me caen las lágrimas en silencio, sé que seguís despierto. Y me doy cuenta de que en sólo una semana aprendí a conocer tu respiración.

No sé si es la pena, las flores o qué, pero lo que sea ya devoró el efecto de la cerveza. Percibo todo de nuevo con esta claridad espantosa.

Estás despierto y te das cuenta de que estoy llorando, porque sabés que vos sos uno de los motivos de mi llanto. En realidad creés que sos el único. Cuando uno llega a la vida de alguien, tiende a olvidarse que el otro no nació el día que lo conocimos. Así que sabés que lloro, que lloro por vos, y sentís que no tenés derecho a forzarme a aceptar consuelo de quien me hace llorar.

Estás muy quieto, tratando de mantener tu respiración tranquila, y al contrario que yo, agradecés que lo que pasa esté corriendo a patadas el embotamiento del vino. Porque así podés sentir plenamente la culpa y la impotencia desgarrándote las tripas como buitres.

Y para mí ya es demasiado con lo que yo misma estoy sintiendo. Por una vez no quiero hacer todo a un lado para atender a tu dolor. Así que trato de hablar sin que me tiemble la voz, sin moverme, para darte libertad de consolarme, hacerte el dormido o hacer lo que te digo.

—Tienes que dejarme, Stu.

Lo digo en voz baja y no hace falta más. Te abandonaron, ahora es tu turno de abandonar. Me cago en la gracia que me hace, pero los dos sabemos que así funcionan las cosas.

Contenés el aliento sorprendido, de que haya hablado o de lo que dije, no lo sé.

—Cuanto antes, mejor —agrego, por las dudas.

Y me siento inesperadamente liberada.

Ya está. Ésta soy yo en mi mejor forma, haciendo lo que sé hacer mejor: rompiendo a patadas el regalo más frágil y maravilloso que me hizo la vida desde que nació Nahuel. Vuelvo a cerrar los ojos, porque ahora hasta podría dormir. Pero huelo el vino y el tabaco en tu aliento cuando te acercás a hablarme al oído.

—Lo sé —murmurás. Y es cierto. Lo sabés. Con tu cabeza, con tu alma, con tus tripas. El brazo en mi cintura me estrecha contra tu cuerpo—. Pero no puedo.

Como siempre, tu voz y tus palabras son los hilos de la marioneta que soy en tus manos. Me doy vuelta para enfrentarte, te sujeto la cara con suavidad cuando intentas agacharla para esconderla, porque vos también estás llorando.

Porque soy yo y no ella. Porque no podría ser nadie más que yo. Porque sos vos y no podría ser nadie más que vos. Y la cerveza y el tabaco se entreveran en mi voz al responder antes de besarte.

—Pronto podrás.

Meneás suavemente la cabeza, tu frente contra la mía, y soltás un suspiro entrecortado.

Y es todo tanto, estos días vienen siendo una montaña rusa constante que no nos da respiro. Me estrechás un poco más. Te rodeo el cuello con un brazo. Y nos dormimos así, muy juntos, las últimas lágrimas rodando por nuestras mejillas.

A Este Lado - AOL#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora