64. Fuego

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Stu la observaba todavía agitado, a la expectativa de lo que haría ella a continuación. No reconoció la canción que comenzó luego de Void, y como ella la ignoró, él la ignoró también. La deseaba tanto, pero no la hubiera perturbado por nada del mundo. Sólo podía permanecer allí en el sofá, contemplándola, anhelándola, sin más alternativa que esperar que ella reparara en su presencia.

C abrió los ojos y su expresión lo hizo seguir su mirada. Sólo entonces registró su propia mano dentro de sus jeans, entre sus piernas. Alzó la vista hacia ella, turbado, y le tendió su otra mano. Era como estar otra vez en esa ducha en Roma, aislado en la urgencia que ella le provocaba, indefenso, a merced de lo que ella pudiera hacer, hacerle. Pero esta noche podía tender su mano hacia ella, porque ella estaba allí con él.

C ignoró su mudo llamado para inclinarse hacia él. Y cuando él intentó enredar sus dedos en el cabello oscuro, los ojos desenfocados clavados en sus labios, ella apartó su mano y sujetó la cintura de sus jeans. Los bajó con sus bóxer de un solo tirón y le separó las piernas para caer de rodillas entre ellas.

Stu trató de erguirse, todavía intentando guiarla a su ingle, pero ella hundió la cara entre sus muslos. Él cayó hacia atrás, contra el respaldo del sofá, los ojos cerrados, incapaz de detener el movimiento lento pero firme de su mano, dejando escapar un sonido inarticulado.

C se las ingenió para quitarle los tenis sin dejar de besarlo, y Stu sacó los pies de la ropa como pudo, sordo a los gruñidos que escapaban de sus propios labios, perdido en un placer que pronto dejó de ser suficiente. De alguna forma logró enderezarse en el sofá. Sujetó los brazos de C y se incorporó, haciéndola ponerse de pie con él. Le tomó una mano y la llevó a paso de carga al dormitorio.

Barrió de un solo movimiento cuanto quedara sobre la cama, rodeó la cintura de C con un brazo y se dejó caer con ella sobre el cubrecamas. Se estiró sobre ella y le sujetó ambas manos por encima de su cabeza, hundiéndose en ella con un simple impulso de sus caderas. Ella cerró los ojos y se abandonó a él.

Su actitud alimentó generosamente el fuego que lo quemaba por dentro. Se movió en ella hasta que C pareció derretirse entre sus brazos, y costaba creer que su cuerpo pudiera contener todo el placer que estaba experimentando. Sus nervios se incendiaron en un instante cegador de plenitud, amplificado por el clímax de C. Pero no se detuvo. No podía.

Contra todo lo que alguna vez experimentara, el clímax sólo había intensificado su erección. Sintió a C estremecerse y gemir y contraerse, y prolongó su propio placer al prolongar el de ella. C intentó detenerlo, temblando de pies a cabeza. Pero la urgencia de Stu no había menguado, su deseo alimentándose de la voz entrecortada que le rogaba en otro idioma que se detuviera, que le diera un respiro.

No quería que ella se recuperara, ni que se relajara. Quería que ella también perdiera todo control, que se convirtiera en un animal de instintos como era él en ese momento, que se entregara por completo a él. Le enlazó las piernas con sus brazos y llevó sus rodillas cerca de su pecho, penetrándola tanto como podía. Sentía que nada era suficiente y no quería dejar de sentir nunca ese placer, su cuerpo, su calor, su voz.

En un momento de lucidez comprendió lo que sucedía y soltó las piernas de C, intentando alcanzar los preservativos en la mesa de noche. Ella lo arrancó de su cuerpo para tumbarlo a su lado. Stu se estremeció de pies a cabeza al sentir sus labios y sus dedos, y se empujó contra su boca hasta que el fuego volvió a sacudirlo. Alzó las caderas con un gemido ronco mientras le quedó aire, vaciándose al fin en ella.

Sólo atinó a permanecer como estaba, tendido de espaldas, deseando seriamente que su corazón desbocado no colapsara. C se derrumbó contra su costado, tan agitada y sudorosa como él. Tan pronto fue capaz de moverse, C terminó de desnudarse, le palmeó el pecho a Stu para que se corriera y se deslizó entre las sábanas. Él se las compuso para imitarla con el mínimo indispensable de movimientos.

C forcejeó hasta taparlos aambos y se tendió dándole la espalda. Cuando él no cambió de posición para abrazarla, buscó a tientas su brazo y tironeó hasta hacerlo tenderse de costado. Entonces se apretó contra su pecho, se echó el brazo de Stu encima como si fuera otra manta y se quedó profundamente dormida, cinco segundos enteros después que él.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now