78. Una Guitarra de Luthier

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Cumplí mi promesa y te llamé apenas me desperté. O sea, llamé al hotel. Y era obvio que en recepción no iban a molestar a uno de sus distinguidos huéspedes, así que no me comunicaron con tu habitación sino con Brian. Al parecer vos también habías cumplido tu promesa, la de irte a dormir, y todavía no terminabas de cumplirla. Así que le dejé mi número a Brian para que me llamaras cuando quisieras.

Una hora después le tocaba timbre a Jero y nos íbamos juntos a tomar el colectivo a San Telmo.

Llegamos pisándole los talones a Mariano y nos acomodamos con él en el área común, a esperar a Beto y al guitarrista, que resultó llamarse Walter Dorrego.

Era obvio que la salida de Mario y Elo, y la llegada de reemplazos, había dejado en suspenso el prolijo plan de dominio mundial que Mariano había elaborado para nosotros. Así que el nuevo plan era aprovechar las semanas que yo estuviera de gira para que los nuevos integrantes, fueran quienes fuesen, aprendieran sus partes y se acomodaran en sus roles.

—Mierda —gruñí—. Cómo me gustaría estar acá para ese proceso.

—Siempre podés cancelar contrato con Masterson y quedarte —respondió Jero muy serio—. ¿No, Mariano?

—Casi es lo que correspondería. Es legalmente posible, y así no te perderías todas las cosas que van a pasar por acá.

Reí divertida. Jero y Mariano estaban en el club de la risa por lo bajo antes que la carcajada, y del humor por ironía antes que la burla o la grosería. Tenerlos a los dos juntos para mí era un lujo.

Finalmente llegó el señor guitarrista, a las dos en punto como habíamos quedado, un caballerito inglés en jeans planchados y camisa ídem, de unos treinta años. La presentación formal de Mariano incluyó un breve repaso de su currículum, que comprendía varios años en el Conservatorio Nacional y habilidades que incluían tocar bajo, piano y un poco de batería.

Le escribimos a Beto para avisarle que era el único que faltaba, y estaba tan ansioso que llegó sólo diez minutos tarde.

Walter me pareció un tipo callado por elección, no por timidez, como cultivando un discreto aire de misterio y carisma. Nos estudiaba tanto como nosotros a él. No estaba nervioso en lo que en realidad era una entrevista de trabajo, era aplomado y seguro. Sonrió casi con benevolencia ante nuestras bromas tontas y habituales cuando llegó Beto. Media hora después yo todavía trataba de sacarle la ficha, así que propuse que tocáramos un rato. Al fin y al cabo no buscábamos un amigo sino un guitarrista.

Walter se excusó para ir por su instrumento y volvió con un estuche rígido impecable y un maletín que parecía pesado. Cuando lo abrió, reveló una pedalera que debía valer más que todos los amplis de la sala juntos.

Sacó su guitarra con cuidado quirúrgico, y cuando Beto le preguntó qué marca era, esbozó una sonrisa suficiente.

—Me la hizo un luthier, el diseño es mío —respondió.

Nosotros soltamos el "oh" que la situación ameritaba y nos concentramos en preparar nuestros instrumentos. Propuse empezar con Hesitation, ya que Walter la conocía.

Tocando ahí con él me gustó más que en el audio que escuchara el día anterior. Pasamos a End y sentí lo mismo. Subimos a Run. Walter dejó el sonido muy limpio y se perdió en floreos que sonaban demasiado metaleros para las quintas punk. Se lo hice notar, probamos de nuevo y salió mucho mejor. Seguimos.

Noté que Walter tenía errores contradictorios. Tocaba limpio y popero nuestras canciones más duras, y endurecía sonido y técnica en nuestras canciones más pop. Sin embargo, durante la segunda vuelta fue corrigiéndose. Mientras se perdía entre canción y canción, probando combinaciones en su pedalera de lujo para su guitarra de lujo, nosotros tres intercambiábamos miradas de consulta. Sí, tenía sus cosas pero nos gustaba. Y tocar con él tal vez no fuera divertido, pero era llevadero.

Hasta que Mariano tamborileó con los dedos en la ventana de la sala de control y me mostró su teléfono. Como Walter todavía buscaba un sonido que le gustara para Empty, como si un rock cuadrado fuera tan complicado, saqué mi teléfono del bolsillo trasero de mis jeans y lo revisé. Tenía cinco llamadas perdidas de un número bloqueado.

El guiño de Mariano respondió todas mis preguntas: eras vos. Y yo con el teléfono silenciado como si estuviera ensayando, si seré insolente.

Walter todavía intentaba decidir cuánto flange quería para sus cuerdas cuando volviste a llamar. Beto soltó los palillos al ver la sonrisa con que atendí.

—La perdimos —suspiró con una mueca dramática.

Y tenía razón, porque tus planes para la noche me hicieron olvidar de todo y entrar en pánico: cena en Puerto Madero. La famosa cita que nos estábamos debiendo ("Como ver Into the Wild, ¿recuerdas?"). Brian me pasaría a buscar por casa a las ocho y por supuesto que contabas con que me quedaría a dormir con vos.

—¿Todo bien, Ceci? —preguntó Jero alarmado al ver mi expresión cuando corté.

—¡No! ¡Me tengo que ir! —exclamé, y él y Beto se me rieron en la cara al saber el motivo de mi pánico.

Beto consultó la hora. —¡Cuatro y media! ¡Tengo que ir a buscar a Laurita!

—¿Tocamos dos horas? —preguntó Jero sorprendido.

—Se pasaron volando —dije. Y sí, porque parábamos diez minutos entre canción y canción para que Walter jugara con su pedalera—. ¿Vas para nuestro lado, Chacarita?

—Sí, vamos que los llevo.

Walter no ocultó su sorpresa cuando interrumpimos así el ensayo. Pero no tuvo más alternativa que desenchufar y guardar sus chiches.

—¿Tu pedalera tiene memorias para grabar seteos? —pregunté, guardando mi guitarra a las apuradas.

—Por supuesto. Tiene treinta memorias —replicó, casi ofendido.

—Genial. Vas a poder buscar tranquilo en tu casa cómo querés sonar en cada canción y grabar la configuración para el próximo ensayo —sonreí.

—Eso estaría bueno, para pasar más rápido de tema a tema —asintió Jero—. Así nos rinde más el tiempo en la sala.

Siempre se podía confiar en su diplomacia.

—Hasta que el rey del rock nos desbarata los planes —se burló Beto. Alzó la vista hacia la consola y cabeceó en esa dirección—. ¿Y ése quién es?

Nosotros tres nos dimos vuelta y vimos a Mariano hablando muy serio con un tipo rubio de unos treinta y cinco años.

—Ése es Cristian —dijo él.

—¿El productor? —preguntó Jero sorprendido—. ¿Y recién llega?

—¡Peligra tu trono de impuntual, Beto! —reí—. ¿Vamos?

Saludamos a Mariano sin asomarnos a la sala de control. El tal Cristian pareció contrariado al ver quenos íbamos, como si no hubiera llegado más de dos horas tarde.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now