41. La Segunda

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En esta segunda vuelta nos permitimos relajarnos y jugar un poco, y nos dedicamos a maltratar clásicos de los Rolling, Green Day y los Red Hot. Le dimos el gusto a Beto, que es fanático de Foo Fighters, y destrozamos Best Of You sin misericordia. The Pretender no corrió mejor suerte. Entraste cuando Elo y yo la aullábamos felices, mientras Jero y Ray sacudían la cabeza al mejor estilo Mundo de Wayne y Beto aporreaba la batería como para romperla.

Volviste muy tranquilo a tu micrófono, cerveza y libreta de letras en mano, y me guiñaste un ojo sonriendo, lo cual creo que me hizo pifiar diez notas seguidas, y no pifié más porque terminó la canción.

Tu llegada nos impuso un poco de disciplina, y un momento para recuperar el aliento después de tanto agite. Mientras volvíamos a afinar todas las cuerdas, contuve la risa al ver lo que era la sala de control. Quique estaba sentado a la consola, los brazos cruzados, ceño tormentoso y sus auriculares claustrofóbicos atornillados a las sienes. Y apiñados a su alrededor otra vez estaban Mariano, Ragolini, Mario, Jimmy, Brian, Ashley, Laurita y Valeria. Densidad de población: Pekín un lunes a las nueve de la mañana.

Ray llamó a Jimmy para que filmara un poco más, y como yo no me descolgaba la guitarra, Elo aprovechaba los temas en los que quedaba libre para ayudarlo a buscar mejores ángulos y posiciones para no perder detalle.

La vuelta por nuestra lista nos llevó casi dos horas y esta vez no te hiciste rogar, cantando y hasta tocando en la mayoría de las canciones. Para terminar, no quisimos dejar los instrumentos sin deshonrar a nuestros invitados con nuestras versiones medio improvisadas de canciones de Slot Coin, que vos y Ray salvaban de ser un verdadero desastre. Y eso no sólo incluyó los obligados como Banned y Expendable.

Cuando creí que no podía emocionarme más, Jero de la nada arrancó con la base de Wiser. Te colgaste la guitarra que yo acababa de dejar porque ya me dolían los dedos y lo seguiste. Beto se sumó de oído y Ray arrancó en la segunda vuelta. Me quedé dura, mirándolos tocar, las manos juntas frente a la boca.

Después de dos vueltas completas, cuando los cuatro terminaron de acomodarse al tiempo y las notas, todos se volvieron hacia mí, y me sonreíste sin dejar de puntear, cabeceando hacia el micrófono. Retrocedí sacudiendo la cabeza. ¿Cómo iba a cantarla? Es una de las canciones más personales, crudas, terribles que hayas escrito. La que cuenta sobre tu padre golpeador y cómo te fuiste de tu casa a los quince años. No podía cantarla.

Revoleaste los ojos y a la siguiente vuelta arrancaste con la letra. Hasta el puente. Ahí tu mirada adquirió una expresión de que más me valía cantar, o si no. Así que ahí fui. La propia letra me colgó del micrófono y me cerró los ojos, porque con un hijo apenas menor que vos en ese momento de tu vida, cada palabra siempre parece desgarrarme, especialmente con esas frasecitas que Ray suelta en los momentos justos.

Hicimos la segunda parte igual, vos la estrofa y yo el puente. Después empezamos a alternarnos de acuerdo a las señas que me hacías, y la última parte la cantamos verso y verso.

Es imposible describir lo que sentí durante esos breves minutos. Era tu bronca y tu dolor en la letra, la fuerza arrolladora de la música, compartir todo eso con los chicos, y con Ray, y sobre todo con vos. Era el pecho lleno de calor y el estómago cerrado de angustia, y las ganas de saltar y llorar, todo al mismo tiempo, pasándome por encima.

Me tocó el último "away..." y sin darme cuenta lo estiré el doble, hasta que me quedé sin aire y se me quebró la voz, los ojos ardiéndome de aguantar las lágrimas. Los demás siguieron, Beto y Jero atentos a ustedes dos para la subida final, sin perderse, mientras yo seguía colgada del micrófono, los ojos cerrados, temblando de pies a cabeza.

Terminaron con todo el estruendo que correspondía y escuché que Ray decía: —¡Suficiente para mí por hoy!

Jero y Beto le dieron la razón. Después de los últimos cinco minutos, no quedaba lugar para más música ni para más emoción.

Abrí los ojos y vi que habías dejado mi guitarra en el pie y venías por detrás de Ray. Encontraste mi mirada y me sonreíste con dulzura, indicándome que me acercara. Cuando estuve frente a vos, me apartaste el pelo de la cara y dejaste la mano entre mi cuello y mi hombro, observándome con atención, sin dejar de sonreír. Te palmeé suavemente el pecho y me acercaste a vos.

—Casi me haces llorar —susurraste.

—Es tu exclusiva culpa —te contesté al oído.

Respiré hondo y fui capaz de enfrentarte más tranquila, dejándome inundar por tu calma. Porque, por suerte, para vos Wiser ya es sólo una canción más.

Eran pasadas las seis. Afuera era de noche y de pronto todos nos dimos cuenta que estábamos muertos de hambre y de sed, y demasiado cansados para honrar la tradición de la cerveza obligada después del ensayo.

Laurita y Valeria recuperaron a sus chicos y se despidieron, Elo y Mario se fueron con ellos. Ragolini le hizo una seña a Mariano y se fue con él. Así que en pocos minutos sólo quedaban Ashley y Quique en la sala de control con nosotros. Él me señaló su laptop sobre la consola, donde estaba descargando archivos a un pendrive.

—Los crudos de todo lo que grabé hoy —me dijo—. Después escuchalos tranquila. No lo vas a poder creer.

En ese momento oí la exclamación de Ray, seguida por la risa de Ashley, y giré hacia ustedes tres.

—Me voy, pendejos —dijo Ray exultante—. Mi señora esposa dice que tenemos un vuelo mañana temprano. Me llevará en un viaje sorpresa.

—¡Excelente! —exclamé—. ¿Adónde?

Ashley me guiñó un ojo. —Ésa es la sorpresa.

—Vamos a cenar, pendejos, que ignoro cuándo volveré a verlos.

—De hecho, preferiría declinar tu graciosa compañía —respondiste, y me guiñaste un ojo—. Si no te molesta separarte de ellos, tengo planes para nosotros.

Claro, como si fuera a negarme.

Afuera nos esperaban Brian y Jimmy con las SUV, y noté que en la que esperaba Brian habían agregado un portaequipaje, donde había algo largo y oblongo en una gruesa funda impermeable. Algo que recordaba a una tabla de surf.

Me despedí con sendos abrazos de Ray y Ashley, deseándoles que dondequiera que fueran, la pasaran de primera. Entonces me sorprendió ver que Brian te daba las llaves de la SUV y venía a subirse con Jimmy en la otra. Vos me esperabas con la puerta del pasajero abierta. Subí y esperé a que te acomodaras tras el volante.

—¿Te gustan las sorpresas? —preguntaste enseguida, prendiendo el GPS.

—Depende de la sorpresa. ¿Qué te traes ahora?

—¿Te gustaría que nos tomáramos estos tres días?

—¿Tomarnos?

—Sí, tú y yo solos por una vez. Solos y lejos de la ciudad.

Se me abrieron los ojos como platos y no atiné a responder. ¿Habías planeado una escapada sorpresa, para estar solos un par de días?

Sonreíste en la penumbra de la cabina. —Pensé que podríamos pasar por tu casa para que recojas algo de ropa, y salir de la ciudad después de la cena.

—¿Me llevarás...? —conseguí articular—. ¿Iremos...? ¿Iremos juntos...?

Asentiste todavía sonriendo, y observándome. —Si tú quieres.

Estuve a punto de tirarte los brazos al cuello. Me contuve. Me acordé de nuestra conversación esa mañana. Te tiré los brazos al cuello nomás, con una exclamación ahogada, y apreté mi mejilla contra la tuya.

—¡Oh, Dios! ¡Claro que quiero! ¡Oh, Stu! ¡Gracias, gracias, gracias!

Me abrazaste riendo por lo bajo. —No me agradezcas aún, que todavía tenemos que llegar. Agradéceme si encuentro el camino.

—¿Adónde? ¿Adónde vamos?

—No tengo la menor idea. Tengo la ruta allí. —Señalaste el GPS—. Pero no pidas que recuerde el nombre en español. Es una playa a unas cinco horas de aquí.

Te solté para mirar el GPS. —¿Mar del Sud? —Volví a enfrentarte sorprendida—. ¿Iremos hasta allí?

—Me dijeron que vale la pena las horas de carretera. ¿Conoces el lugar?

—No, pero escuché que es una playa hermosa y solitaria.

—¡Entonces vámonos! —replicaste animadamente, arrancando la SUV.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now