83. Gente de Nuestra Edad

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Stu le hizo un gesto imperceptible a Brian para que no los siguiera y guió a C hacia el puente. Lo recorrieron a paso lento, cruzándose con gente que paseaba como ellos, hasta que él se detuvo y la condujo hacia la baranda. Allí la enfrentó con una sonrisa vaga y le acarició la mejilla. La besó preguntándose cómo comenzar.

—He estado pensando, ¿sabes? —dijo, volviendo a tomar su mano—. Sobre estos últimos días. Lo que hemos hecho desde que llegué, lo que hemos sentido, lo que hemos hablado.

Se dio cuenta de que C contenía el aliento. No tenía la menor idea de lo que él diría a continuación, pero por las dudas se preparaba para el golpe. Por un momento percibió con claridad lo que ocurría en su interior y sintió una aguda punzada de tristeza. Porque ella no sintiera que merecía una oportunidad de dejar de estar sola, una oportunidad de ser feliz.

Comprendió que esa tristeza se había reflejado en su expresión al advertir el sutil cambio que se operó en la de ella. Creía haber confirmado su peor sospecha y hubiera querido irse corriendo. Pero no lo haría. Recibiría el golpe con una sonrisa a flor de labios. Se obligaría a sentirse agradecida por todo lo que vivieran hasta ese momento, y se obligaría también a expresar esa gratitud. Y por orgullo, y por desesperación, representaría su papel con gracia hasta que pudiera estar sola y derrumbarse.

Su corazón latió dos veces mientras procesaba todo eso. El de C latió muchas más.

—¿Recuerdas el sábado, cuando regresé de la playa?

Ella se limitó a asentir, aún sonriendo, demasiado ocupada en no quebrarse delante de él como para mostrar curiosidad.

—Te dije que quería que llegáramos al fin de esto juntos.

C volvió a asentir y Stu se preguntó por qué estaba siendo innecesariamente cruel, por qué le resultaba imposible evitar esa ambigüedad, a pesar de estar viendo el efecto que tenía en ella.

—Pues tal vez no sólo estoy viejo, también estoy chapado a la antigua, ¿sabes? Me refiero a que no tengo idea si lo lograremos, viviendo en extremos opuestos del mundo, pero... —El destello húmedo en los ojos de C lo hizo hacer a un lado su tradicional forma calma y lenta de hablar—. Quiero intentarlo, nena. Quiero darle... no, darnos una oportunidad. Y quiero hacerlo como corresponde. Que lo nuestro sea real y formal. Quiero que los dos nos comprometamos a intentarlo.

Stu volvió a sonreír, burlándose de sí mismo. Ser claro no había resultado tan difícil al fin y al cabo.

Sin embargo, la expresión de C sólo reflejaba incomprensión, de modo que Stu intentó explicarse mejor.

—Lo siento, no sé cómo llamarlo. La gente de nuestra edad ya no usa estas palabras. Pero quiero que seas... —Frunció el ceño—. No lo sé. ¿Mi mujer? ¿Mi amante? ¿Novia? ¡No lo sé! —Ella volvía a contener el aliento, confundida—. Escoge tú el título, nena. Quiero que seas la mujer que esté a mi lado, la única. Y que compartas conmigo lo que tengamos para compartir, bueno o malo. Y quiero ser el único hombre en tu vida. Tu amigo y tu amante, aquél en quien puedas confiar, el que te haga feliz.

C abrió la boca y no logró emitir sonido alguno. Sólo podía mirarlo estupefacta. Stu vio la lágrima que rodaba por su mejilla sin que ella lo advirtiera y se apresuró a secarla. C necesitó varios intentos antes de ser capaz de hablar.

—¿Estás seguro, Stewart? —preguntó al fin—. Porque ignoro lo que estas palabras signifiquen para ti, pero para mí... —Arqueó las cejas y abrazó el ramo de lirios, acercándolos a su cara—. Yo estoy bien así, ¿sabes? Tal como estamos ahora. Y prefiero seguir así, siendo tu amiga, sin compromisos. Porque no estoy segura de que tú estés en condiciones de lidiar con nada más en este momento, y yo... —Inspiró hondo, tratando de serenarse.

Stu se apoyó de costado en la baranda y la escuchó en silencio. Aunque a primera vista pareciera que lo estaba rechazando, en realidad ella intentaba decirle que era él quien no debía comprometerse a una relación más formal con ella, y que ella lo sabía y lo comprendía.

—No puedo —murmuró C, se le quebró la voz y cerró los ojos—. Porque lo estás haciendo por mí, Stewart. No puedes evitarlo, es tu naturaleza bondadosa, pero te conozco y te amo y no puedo permitir que cometas este error. —Lo enfrentó con una mueca—. Dejemos las cosas tal como están, ¿de acuerdo?

Stu tironeó de su mano para atraerla contra su costado y rodearle los hombros con su brazo.

—Ya veo, estás asustada —dijo—. Tienes miedo de intentarlo.

—No estoy asustada: estoy aterrorizada —replicó ella cerca de su oído.

—Bienvenida al club, yo también tengo miedo. Te hablé al respecto el sábado pasado, sobre nuestra necesidad de no sentirnos bien.

—Éste no es el caso.

—Claro que sí, porque prefieres aferrarte al sueño en vez de vivirlo.

C retrocedió para poder enfrentarlo. —No, Stewart. Es que no me conoces. No soy fácil.

—¿Quién lo hubiera dicho? Yo tampoco, ¿qué hay con eso?

—Quiero decir que no serviría para estar contigo. Puedo ser tan demandante sin siquiera darme cuenta.

—Nunca has sido demandante.

—¡Porque no eres mi pareja! ¿Ves? No sabes nada de esa parte de mí, pero yo sí, y eso me autoriza a decirte que no quieres estar con alguien como yo.

—Oh, vamos, ¿crees que no puedo con un pequeño desafío?

—No seas tonto. No te estoy provocando a entrar en una casa embrujada. Hablo en serio.

Stu sostuvo su mirada, recuperando la seriedad. —¿Me amas? —preguntó, y esperó a que ella asintiera—. Entonces intentémoslo. Estoy convencido de que nos debemos una oportunidad de ser felices, nena, y de que lo lograremos mejor juntos.

Los ojos de C se llenaron de lágrimas. —¿Estás seguro?

Él asintió sonriéndole con dulzura.

—¿Y qué hay de Liz y Star?

—¿Te gustan los lirios?

—S-sí...

—¿Y los jazmines?

—Sí, también, son mis flores favoritas, ¿por qué?

—Entonces van a estar contentas cuando sepan que las dos tenían razón.

—¿Qué?

—Hace sólo un par de horas estaban discutiendo al respecto. Elizabeth decía que te gustan los lirios, y Melody Star decía que te gustan los jazmines —Stu besó su mano y la instó a caminar—. Me estaban instruyendo para tener una primera cita como corresponde contigo.

¿Qué? ¿Les hablaste de nosotros?

C se detuvo sorprendida, él la hizo continuar hacia donde Brian los aguardaba, al pie del puente.

—No, ellas me hablaron a mí. Quieren que tenga novia, y opinan que eres la candidata perfecta.

Ella lo enfrentó con los ojos abiertos como platos.

Stu sonrió divertido. —No te sientas halagada. Es por tu hijo.

C soltó una carcajada, atrayendo la atención de varias personas que pasaban, y se cubrió la boca avergonzada.

Stu la contempló en las luces cobrizas del puente: blanca, frágil, emocionada, nerviosa. La recordó frente al mar, la recordó sobre el escenario, la recordó en su casa con sus amigos, la recordó bailando con él, la recordó entre sus brazos. Retrocedió el paso que los separaba y le besó la frente.

—Esta noche eres mi hada —susurró—. ¿Me concederías un deseo? —No esperó respuesta—. ¿Aceptarías estar conmigo? Ése es mi deseo. Ignoro cuán lejos podamos llegar, ni por cuánto tiempo. Pero sé que te quiero conmigo. ¿Lo harás?

C alzó la vista hacia él y asintió sin ocultar lo que sentía: amor, felicidad, temor.

Stu asintió también. No sabía si tenía derecho a pedirle algo así, pero estaba convencido de que era lo que los dos necesitaban.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now