50. Calma

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Abrió los ojos lentamente, emergiendo sin prisa de un sueño profundo y reparador. Advirtió el peso tibio del acolchado cubriéndolo, la luz plomiza que llenaba la recámara, la lluvia azotando la ventana, el sonido del viento llenando la casa. Descubrió su libro sobre la mesa de noche, cerrado, el señalador en su lugar. Consultó su reloj: había dormido casi dos horas. Se tendió boca arriba frotándose la cara.

Cuando se asomó a la cocina comedor, comprobó que C no estaba en la casa. Sus tenis no estaban junto a la puerta al deck, sus cigarrillos y su teléfono no estaban a la vista. Se rascó la cabeza frunciendo el ceño. Afuera diluviaba, ¿adónde habría ido en semejante tormenta?

Se preparó un té, sin apuro por despertarse del todo, prendió un cigarrillo, fue a pararse frente al ventanal a la playa. No se veía a cincuenta metros de la casa en la densa cortina de lluvia, imposible saber si ella estaba ahí afuera. Lo cual por algún motivo se le antojaba lo más probable.

Fue por su computadora y la abrió sobre la mesa para poner música. Se sentó de costado en el sofá junto al ventanal, acodado en el respaldo, la vista perdida en lo que adivinaba del mar en la tormenta. Sonrió al reconocer la primera canción. Sí, la esperaría escuchándola.

No tenía ganas de hacer ninguna otra cosa. Quedarse ahí sentado, mirando hacia afuera, con su té y su cigarrillo, nada en especial ocupando su mente. Lo cual en realidad era inexacto. Pensaba en C y en lo que pasara al mediodía. Cómo se había ensombrecido su ánimo al recibir ese mensaje y cómo había recuperado su buen humor hablando con sus compañeros.

No dejaba de intrigarlo la cuestión del guitarrista. Lo había tomado por sorpresa. Curioso, que jamás hubiera siquiera imaginado que C lo echara en falta en la banda. Aunque tenía sentido, considerando que... ¿sólo en la banda? Se le escapó una risita sarcástica, burlándose de sí mismo al descubrir que le parecía absolutamente absurdo que echara en falta a ese otro hombre como amante. No teniéndolo a él a su lado. Bajó la vista al cenicero alzando las cejas, los labios fruncidos. ¿Cuánta vanidad, cuánta arrogancia encerraba su ausencia total de celos?

La escuchó cantarle a ese otro hombre, las preguntas que cualquiera formula al reconocer que comienza a sentir algo por otra persona.

¿Debería dejarte entrar?
¿Cómo confiar en ti?
Dime, ¿piensas en mí alguna vez?

Pero el vínculo sexual entre ellos no había resistido la presión de aquellos sentimientos incipientes de parte de los dos. Había acabado cortándose y arrastrando todo lo demás.

Era "todo lo demás" lo que ella aún echaba en falta. Y sólo ahora Stu se daba cuenta de que no tenía una idea demasiado clara del significado de ese "todo lo demás".

Parecía mentira que a cada paso descubriera más cosas que ignoraba de ella. Ninguna trivial. En cierto sentido resultaba incómodo, en otro resultaba estimulante, y acababa siendo aleccionador. ¿Cómo había sido tan iluso de creer que había llegado a conocerla bien en unos pocos meses de trato virtual?

En eso C jugaba con ventaja, porque mucho de la vida de Stu era de dominio público. Y aunque sólo se tratara de hechos, Stu había comprobado que C, como un detective en una novela de misterio, había llegado a leer entre líneas con una claridad inusual. Y aunque siempre se quejaba de que le costaba descubrir "la historia detrás" de sus canciones, siempre era capaz de deducir con acierto la motivación o la emoción que lo había llevado a escribir tal o cual letra.

No lo hacía mediante un proceso ordenado y lógico, sino algo netamente emocional, instintivo, que aplicaba a muchas cosas en su vida. Se sumergía en la situación, fuera una canción o algo que le sucedía, y al emerger traía consigo una certeza.

Como lo del guitarrista.

Y comprendía que había dado un rodeo perezoso, pero no inútil, para retornar a la cuestión original. Lo que hiciera que C se desentendiera completamente de él por primera vez desde que se conocieran. La había aislado, borrando su sonrisa y su buen humor de un plumazo; la había retenido lejos de él, había sellado sus labios. La había empujado a la tormenta mientras él dormía.

Terminó el té, prendió otro cigarrillo.

Era tan agradable estar allí, sentado cerca del mar, adivinando la playa a través de la lluvia torrencial, esperando a C sin la menor ansiedad.

Era tanto mejor que perderse pensando en Jen, evocando tanto momentos felices como momentos terribles, alimentando ese dolor que comenzaba a receder lentamente en el hábito.

Su corazón iba desarrollando una inmunidad nacida de la sobreexposición al dolor y del instinto de conservación. Llevaba tanto tiempo ahogado en ese dolor, que de alguna forma iba aprendiendo a flotar en él. Y un día sería capaz de nadar, elegir qué corriente lo arrastraría, qué heridas se reabrirían esta vez.

No intentaba jugar a los reemplazos. Nada ni nadie podría reemplazar jamás a Jen. Simplemente el dolor comenzaba a acomodarse a lo que sería su lugar definitivo. Y al hacerlo, liberaba espacio para otras cosas. Como decidir que se haría otro té, ir sin prisa a la cocina tarareando Lanes, darse cuenta de que no había forma de que quedara fuera del setlist fijo de la gira.


A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now