59. Promedio Adorable

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Stu no permitió que fumaran más que otra seca cada uno del armado. Lo apagó con cuidado y lo dejó en el otro extremo de la mesa. No había esperado que C cambiara de idea tras su negativa inicial, y lo alegraba que lo hubiera hecho. Por una vez los dos podrían poner en pausa sus mentes siempre hiperactivas. Y Stu estaba seguro de que la experiencia le depararía más sorpresas a él que a ella, como estaba seguro de que serían todas agradables.

Pusieron la mesa y se sentaron a comer conversando sobre política americana. Alguna vez C le había dicho que le gustaba mucho el periodismo político, pero que las noticias de su propio país le daban cólicos, de modo que solía desahogarse siguiendo las noticias políticas norteamericanas, que de momento parecían un reality show. Estaba tan bien informada, que para Stu siempre era lo mismo que conversar con un compatriota que prestaba más atención que la media a lo que sucedía en Washington.

Durante la cena la conversación derivó hacia la música, y ella le hizo preguntas sobre su vida pública. De pronto se quedó mirándolo con sus ojos extraños, que en la luz cálida del comedor eran de un azul verdoso, el anillo cobrizo en torno a sus pupilas más visible.

—¿Cómo es saber que todas las mujeres que se te acercan sólo están pensando en tratar de echarte un polvo? —preguntó—. Ver desde el escenario todas esas camisetas de 'Stewie dame sexo'.

Stu alzó las cejas y se tomó un momento para beber de su copa.

—Es bastante molesto —respondió luego, con su calma habitual—. Solía ponerme furioso, como la mayoría de las cosas relacionadas con hacerme famoso. Sabes que nunca busqué hacerme tan conocido, y...

—Oh, cállate —lo interrumpió ella, y rió al ver su expresión de sorpresa—. Nadie te pone un revólver en la cabeza para que subas al escenario. Si en verdad hubieras querido permanecer anónimo, y no podías evitar cantar, te habrías quedado en pequeños bares de mala muerte y nunca hubieras grabado un álbum. Así que ahórrame ese cliché tuyo.

Stu se quedó mirándola un momento, sorprendido por su vehemencia, y optó por reír por lo bajo. —Okay...

—¿Entonces?

—Entonces... Era molesto, me enfurecía porque hacía que las cosas con Ann fueran más difíciles. Pero al fin acabé habituándome, imagino. Llegué a verlo como una forma en la que las mujeres intentan demostrarme que lo que hago significa algo para ellas.

C se había acodado en la mesa, un poco inclinada hacia él, y asentía con el mentón apoyado en su mano. Su expresión era tan burlona que resultaba peor que si se le hubiera reído en la cara.

—Qué —gruñó él.

Ella no respondió. Pinchó su último bocado y se lo llevó a la boca, esbozando una sonrisita diseñada especialmente para decirle que era un idiota acabado.

—¡Oh, muy bien! —exclamó Stu—. Al principio era genial, imagínate, saber que podía echarme a quien quisiera, de a una o de a varias. Privilegios de rockstar, ¿no? Y luego se volvió molesto, pero con el tiempo...

C desvió la vista hacia su plato para apartarlo, los labios aún fruncidos en su sonrisita.

—¡Qué! —exclamó exasperado.

—¿Perdón? —preguntó ella, como si no supiera a qué se refería.

Stu resopló y tomó un buen trago de vino antes de dar rienda suelta a su irritación. —¡De acuerdo! ¡Es detestable y aún me pone tan furioso como el primer día! ¿Era eso lo que querías escuchar? ¡Mataría a cada estúpida mujer que veo con esas camisetas! ¡A veces me hacen sentir que no soy más que un trozo de carne! ¡Vuelco mi maldita alma en cada maldita canción! ¿Y cuanto quieren es un maldito polvo? ¡Como si no fuera más que una polla! ¡Una gran polla ambulante!

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now