57. Atrapados Sin Salida

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El silencio al otro lado de la puerta terminó reclamando su atención. Alzó una mano para llamar y la risita de C lo desconcertó. Abrió sin llamar y la halló tendida boca abajo en la cama, con su guitarra al lado, de espaldas a él, escribiendo en su teléfono.

Todas sus dudas existenciales se diluyeron vergonzosamente cuando sus ojos recorrieron las piernas de C, en unas mallas de gimnasia tan ajustadas que era como si no llevara nada puesto. Antes que pudiera detenerse a pensarlo, sus pies lo llevaron de puntillas a acercarse a la cama, por detrás de ella. C parecía estar escribiéndose con alguien, y no advirtió su presencia hasta que las manos de Stu se apoyaron con firmeza en la parte posterior de sus rodillas y subieron lentamente.

Su reacción fue arquearse, soltando el teléfono. Stu se agachó sobre ella para morder suavemente el cuerpo que se alzaba para encajar mejor entre sus manos. C dejó escapar un suspiro y él maldijo saber que luego de la ducha, necesitaría al menos un par de horas más antes hacerle el amor como deseaba. Lo cual no le impedía seguir disfrutándola un poco más.

Le sujetó las caderas y jaló de ella hacia atrás, hasta que sus rodillas quedaron al borde de la cama. Entonces se arrodilló en la alfombra y le separó un poco las piernas con gentileza, sólo lo necesario para poder inclinarse entre sus muslos, volviendo a apoyar las manos abiertas sobre sus glúteos.

C se agitó, los brazos cruzados sobre el cubrecama y la cara entre ellos, flexionando las rodillas y arqueándose una vez más, sus talones cruzándose por encima de Stu para mantenerlo atrapado allí. Como si a él le interesara apartarse.

Apretó sus glúteos juntos para besarlos y mordisquearlos por encima de las mallas, arrancándole a C más suspiros y gruñidos. Se alzó un poco para contemplarla, dejando que sus manos siguieran resbalando por aquella tela ceñida y delgada. Tan pronto sus dedos rozaron la cintura de las mallas, las rodillas de C se clavaron en el borde de la cama y sus caderas se alzaron un poco, justo lo necesario para que Stu guiara las mallas y su ropa interior a deslizarse por su piel hasta sus muslos.

Ella dejó escapar una queja cuando Stu no le permitió cambiar de posición y volvió a atraparla entre sus manos, los brazos apoyados sobre la parte posterior de sus muslos, impidiéndole moverse más que para volver a arquearse. Y la queja se le hizo gemido quedo al sentir la lengua de Stu deslizarse entre sus glúteos apretados.

Él la sintió estremecerse. Una de las manos de C aparecieron junto a él, intentando empujar las mallas hacia sus rodillas. Stu la apartó con gentileza. Había algo que le hablaba directamente a su deseo en tenerla así, prisionera de sus manos y la ropa, sin más alternativa que entregarse a lo que él hiciera.

Sus pulgares resbalaron juntos entre los glúteos de C, haciendo más lugar a su boca. Ella volvió a arquearse, buscando sus labios y su lengua, invitándolo a seguir explorándola. No iba a negarse. La besó sin prisa, saboreando cada escalofrío y cada gemido que le provocaba. Y sólo cuando la supo perdida en sus besos, cedió a la impaciencia de sus dedos por bajar a sumergirse en su vientre.

C tembló de pies a cabeza, intentando impulsarse contra su mano. Pero Stu la hizo estarse quieta. Esta vez él la guiaría, y se tomaría cuanto tiempo se le antojara. Continuó besándola, acariciando el vientre que se apretaba contra sus dedos, su mano libre manteniendo sus glúteos separados.

Ella al fin dejó de intentar moverse, abandonándose a él. Y tan pronto Stu sintió que su vientre comenzaba a pulsar débilmente, apartó su boca de ella y trajo uno de sus dedos, húmedo en ella, a presionar contra la carne prieta que hasta entonces no había tenido ocasión de visitar. Apenas se ganó dentro de ella, la sintió tensarse de una forma distinta, y oyó el gruñido que escapó entre sus dientes apretados. Besó y acarició sus glúteos para distraerla, para darle tiempo de aceptar su intromisión, pero C no se distendía, y cuando intentó llegar más lejos, ella se revolvió para alejarse de él.

Stu retrocedió de inmediato, reemplazó su dedo con sus labios, volvió a acariciar su vientre. C se arqueó otra vez, los sonidos que brotaban de su boca como un ronroneo que le hablaba de su placer.

En un raro arranque de humor malicioso, Stu decidió que no le permitiría alcanzar el clímax así, mientras él maldecía no ser veinte años más joven para volver a penetrarla en ese mismo momento. La haría esperar hasta que pudieran llegar juntos. Apartó la mano de entre sus muslos, volvió a sujetar y besar sus glúteos de camino a alzarse y estirarse para besar su hombro.

—Ya ha sido suficiente por ahora —le susurró al oído.

Los talones de ella aparecieron de la nada a empujarlo y acabó tendido sobre ella, de modo que deslizó un brazo bajo su pecho, aprovechando la ocasión para acariciarla un poco más. La sintió moverse contra sus caderas y la apretó con el peso de su cuerpo.

—Ya, he dicho.

—Serás cretino —gruñó C, y arrancó la mano de su pecho.

Stu rió de su enfado y C logró sacudírselo de encima, tumbándolo a su lado en la cama. Volvió a subirse las mallas y la ropa interior dirigiéndole una mirada fulgurante.

—Pagarás por esto —agregó.

Él se acodó en la cama para apoyar la cabeza en su mano y sonreírle. —Cuando estemos de vuelta en Buenos Aires. Si llegas a vengarte antes, no estaré en condiciones de conducir.

Los labios de C se fruncieron en una sonrisita que él rara vez le viera. —No te preocupes, amor. Los caminos están cerrados por la tormenta. Estamos atrapados aquí hasta el lunes.

Las cejas de Stu se alzaron, al tiempo que su boca dibujaba un "oh" silencioso. Por algún motivo, eso hizo que su mano saltara para volver a aterrizar en los glúteos de C y apretarlos.

—Aparta esa mano o te la cortaré —gruñó ella, todavía ofendida.

Stu se inclinó para besarla y su mano se escabulló bajo la malla.

—¡Stu! —lo regañó C, echando la cabeza hacia atrás.

—¿Qué ocurre? No me dirás que no te gusta. —Mientras lo decía, su dedo se deslizó entre los glúteos de C, rozó su vientre y volvió a subir, presionándola suavemente. Advirtió su mueca y frunció el ceño—. No puede haberte dolido.

Un leve rubor coloreó las mejillas de C, que apartó la vista incómoda.

Stu adelantó la cabeza, incrédulo. —¿Acaso nunca...? —Su mano salió de las mallas de C al ver su expresión cuando lo miró de reojo. Le rodeó los hombros con su brazo y se acercó más a ella, besando su cabello para no reír—. Tiene que ser una broma.

—Oh, sí, qué gracioso —gruñó ella por lo bajo.

Stu ladeó la cabeza para tratar de encontrar su mirada. —¿Cómo es posible que hayas cumplido cuarenta años sin haberlo hecho?

—Lo intenté. Una vez. Con mi primer novio, hace más de veinte años. Dolía y ardía, no quise ir más allá.

—¿Y luego nunca más...?

—Ahí tienes la medida de la imaginación de los hombres que han pasado por mi cama —rezongó ella.

Los ojos de Stu se desviaron para recorrer el cuerpo de C. De pronto la idea de que había una parte de ella en la que ningún hombre se había aventurado parecía una fiera suelta en su cabeza, revolviéndose y soltando tarascones contra cualquier otro pensamiento.

Al volver a alzar la vista encontró la mirada de C, que lo observaba ceñuda. Alzó las cejas de nuevo, invitándola a hablar. Pero C no dijo nada, y Stu no tuvo más alternativa que sonreír de costado, con ternura.

—Siempre has elogiado mi imaginación —terció.

C revoleó los ojos, bufando por lo bajo. —Hombres. Acabo de perder toda identidad como individuo.

—¿A qué te refieres?

—A partir de este momento he dejado de ser una persona para ti, para transformarme en el mero vehículo de un culo virgen. Eso es cuanto verás cada vez que me mires de ahora en más.

Stu rió por lo bajo, para ocultar que hubiera interpretado con tanto acierto lo que se había instalado en su cabeza sin consultarlo. La expresión de C dejó en claro que no la engañaba. Le acomodó el cabello tras la oreja, todavía sonriendo.

—Eso tiene solución.

C dejó caer la cabeza entre sus hombros, resoplando.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now