35. Más Cosas en Claro

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C lo aguardó a pocos pasos del elevador. Stu se detuvo en el corredor amplio y vacío frente a ella y deslizó un brazo por su cintura para atraerla hacia él. Pero al inclinar la cara para besarla, se topó con su ceño un poco fruncido.

—Qué —preguntó en voz baja, sin soltarla.

—Estoy teniendo un pequeño... problema de límites —replicó ella muy seria.

—¿Un qué?

—Un problema de límites. O sea, ¿qué se supone que haga en esta situación? —Señaló el brazo de Stu reteniéndola contra él—. ¿Se supone que te regañe por hacer algo así donde cualquiera puede vernos? ¿O debería saltarte al cuello en respuesta? ¿O preferirías que no te rechace pero tampoco te busque? ¿O debería tener más iniciativa, y en ocasiones buscarte yo a ti?

En cualquier otra circunstancia, con cualquier otra persona, Stu se habría reído a carcajadas de semejante planteo. Pero comprendía que C se estaba absteniendo de pedir definiciones importantes. Pedía orientación en cuestiones más simples, que surgían de la carencia de definiciones entre ellos, porque quería evitar a toda costa lo que llamaba errores prescindibles, cualquier cosa que pudiera significar un obstáculo entre ellos.

Así que asintió con toda seriedad. —¿Y tú que preferirías hacer? —preguntó a su vez.

C se encogió de hombros sonriendo. —Me encanta cuando me haces estas cosas, pero resulta un poco estresante. Sentir que no tengo permitido devolverte la broma, o tomarte de la mano, o besarte porque sí. Pero no quiero que te sientas incómodo, ¿sabes? No quiero que comiences a evitar estas bromas, esta clase de contacto conmigo.

—¿Y por qué lo haría?

Otro elevador se abrió y una familia pasó junto a ellos hacia el solárium, hablando y riendo en voz muy alta. Stu tomó la mano de C y la llevó hacia el otro extremo del corredor.

—Diferencias culturales —respondió ella, siguiéndolo con docilidad—. En general los latinos somos más demostrativos que los americanos, y los argentinos somos los más demostrativos entre los latinos. Tiene que ver con rebeldía e impertinencia, podemos conversarlo en otro momento. El punto es que no vemos mal las expresiones físicas de afecto en público.

Stu la escuchaba con atención. —¿Entonces?

—Entonces, mucho de lo que yo considero culturalmente aceptable en público, a ti te avergonzaría. Creo. Por eso pregunto.

Él frunció la boca pensativo, apoyándose contra la pared. C desvió la vista hacia los elevadores y él advirtió que se sentía incómoda aguardando su respuesta, como si lamentara haber tocado el tema.

—Sabes que personalmente no tengo ningún inconveniente con abrazos en público y esas cosas —terció con toda seriedad—. Y no me gusta la idea de que te reprimas por eso que llamas diferencias culturales. Pero aún no estoy del todo seguro a qué te refieres, así que hagamos lo siguiente: compórtate como si yo fuera argentino como tú, y yo te haré saber de inmediato si haces algo que para mí se pasa de la línea, ¿qué dices?

La sonrisa forzada de C le resultó más clara que cualquier respuesta, y mucho más auténtica. Lo último que quería era exponerse y arriesgarse a que él la rechazara, aun de la manera más sutil y amable. Stu deslizó un dedo por su nariz, sonriendo.

—Permíteme conocer también esta parte de ti —le dijo en voz baja—. Búscame cuando lo desees, de la forma que te surja.—Le sonrió—. ¿Harías eso por mí?

C volvió a asentir, aunque sus dudas seguían allí, justo detrás de la sonrisa que le devolvió. Pero de momento Stu sólo podía asegurarle que tenía espacio para expresarse con espontaneidad. De modo que tomó su mano de nuevo, entrelazando sus dedos, y cabeceó en dirección a las puertas del solárium.

Ella lo detuvo apenas dio el primer paso. —¿Y qué hay de las palabras?

—¿Palabras? —repitió Stu, sin comprender.

—Sí, palabras. Tú sabes. Dar voz a las cosas. Cosas como... sentimientos.

Él no logró ocultar su sorpresa. ¿Cuándo había existido entre ellos la menor restricción a la hora de decir las cosas? ¡Toda su relación se había construido en base a palabras!

C hizo un gesto de impaciencia, dio el paso que los separaba, le sujetó la cara y lo besó con intensidad. —Te amo —susurró, buscando sus ojos—. Y me gustaría poder decirlo de tanto en tanto. Pero imagino que a ti no te gustaría, porque no puedes responder "yo también" honestamente.

Stu volvió a ceñir su cintura, impidiéndole retroceder. La besó sin prisa, hasta que la sintió estremecerse.

—Espero que nunca me mientas sobre tus sentimientos —le dijo junto a su boca—. Por favor, nunca te prives de decirme nada relacionado con ellos. Creí que sabías que puedes decirme lo que sea. Deja que yo me encargue de mi parte. Porque no importa lo que tus palabras me hagan sentir, prefiero un momento de incomodidad a darme cuenta que no estás siendo honesta. —Volvió a rozar sus labios—. Y créeme, daría cualquier cosa por que supieras lo bien que me hace sentir, cuando me dices que me amas.

—¡Ahí están, malditos pendejos! —La voz de Finnegan retumbó por todo el corredor—. ¡El desayuno ya tiene hongos, y ustedes besuqueándose como malditos adolescentes! ¡A ver si maduran y vienen a comer!

Stu y C se miraron unmomento más, sonriendo al borde de la risa, y acudieron a la amable llamada delguitarrista.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now