9. En Blanco y Negro, Buenos Ayres

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Me detuve apenas salí al salón y miré hacia atrás para cerciorarme de que los últimos quince minutos no habían sido un sueño. Y porque de pronto lo que parecía un sueño era encontrarme con tantos amigos y conocidos esperándome.

Apenas alcancé a ver que habías vuelto a ponerte la gorra, ocultando a medias tu cara, antes de caer en los brazos de las chicas, mis amigas de la primaria y la secundaria. Ya se tenían que ir porque hijos al cuidado de maridos ofendidos, porque viernes a la noche y salida de solteras, a vos te parece, ¿no estamos grandes para eso?

Y tras ellas venían quienes fueran mis compañeros de trabajo en el call center, y mis amigotes coiner.

Pasé los siguientes veinte o treinta minutos perdida saludando, agradeciendo, riendo con esta gente querida que dejara todo por venir a vernos tocar, a pesar de que al día siguiente tenían que madrugar, porque hijos, trabajo, estudio. Y sin embargo, se habían demorado para verme antes de irse.

Apenas pasó la marea de caras conocidas, vi la botella de cerveza que descendía hacia mí desde el escenario, a sólo dos pasos de donde yo estaba. Me la ofrecía Caló, el primo de nuestro sonidista, Quique. Él y otros dos chicos ya habían empezado a desenchufar instrumentos y micrófonos.

Atajé la cerveza mientras él bajaba del escenario hacia mí. Su breve cabeceo me hizo olvidar de todo, porque me señaló a los cuatro hombres que me esperaban con toda la paciencia del mundo. Uno era Mariano. El otro era un desconocido alto y serio, de unos treinta años. El tercero era Ray, cerveza en mano y cigarrillo apagado entre los dedos, conversando con Mariano muy tranquilo, ganador del premio "uno más entre la gente" de la noche. Y el cuarto era... ¡Ay, Dios! ¿Otra vez? ¿De nuevo con la taquicardia, y la garganta cerrada, y los ojos llenos de lágrimas? Respiré hondo, mis ojos devorando el perfil ensombrecido del rey del rock, que de pronto volteó a mirarme con una sonrisita vacilante, como si quisiera asegurarse de que yo estaba bien.

Imaginé que habías sentido mi nuevo ataque de emoción, y eso me ayudó a controlarme un poco.

Saludé al par de personas que se me acercaran y me dirigí hacia vos.

—¿Junto a los chicos para desarmar? —pregunté, para distraerme de la visión surrealista de Stewie Masterson viniendo a mi encuentro.

—Olvidate —dijo Caló—. Nosotros nos encargamos. Esta noche ustedes ya hicieron más que suficiente.

—¿No te querés casar conmigo?

—Mañana mismo —rió Caló, que iba para cinco años de feliz matrimonio con un contador de Belgrano de nombre Tomás.

Ustedes cuatro ya llegaban a nuestro lado y noté que tu sonrisa se acentuaba al verme riendo.

Mariano confirmó que esa noche no teníamos que preocuparnos por desarmar, y que en realidad podíamos irnos cuando quisiéramos. Tal vez luego dijo que a partir del día siguiente yo cobraría un millón de dólares por semana, o que me había vendido a un traficante de órganos. Lo ignoro, porque apoyaste una mano en mi espalda, lo cual disminuyó ostensiblemente la importancia del resto del universo.

Por suerte a Mariano le bastó un vistazo para darse cuenta y se fue con Caló hacia la consola de sonido.

Vos te volviste hacia el desconocido joven y adusto. —Él es Brian, C —dijiste—. Y es...

—Tu guardaespaldas —completé sonriendo, porque apenas lo viera de cerca lo había reconocido.

Los tres me miraron sorprendidos.

—El año pasado, en el concierto de SC en La Plata, estabas junto a la valla y creíste que yo estaba descompuesta. Hasta trataste de hacer que me sacaran.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now