14. Buenos Días

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La observó agitar los párpados hasta que fue capaz de entornarlos, intentando fijar la vista y mirar alrededor, desperezándose.

—Buenos días —le dijo en voz baja.

Y se dio cuenta de que estaba sonriendo de nuevo, como cada vez que la miraba, desde que abriera los ojos y la viera a su lado. Se había despertado con la cara hundida en su cabello oscuro. C estaba tendida boca arriba y él de lado contra ella, su brazo cruzándole la cintura, el de ella bajo su cabeza, rodeándole el cuello como si fuera su peluche favorito, las piernas de ambos enredadas como si se conocieran de siempre.

Stu se había demorado mirando su perfil dormido en la luz de la mañana. Su mano había desandado camino por su cintura y se había deslizado por encima de la camiseta hasta su pecho. Había estirado los dedos para rozar los labios desprevenidos. Y había sentido el leve tirón del jean en su entrepierna.

Así que se había levantado y se había duchado.

Ray y Ashley estaban en la piscina del último piso con Nahuel, desayunando. Antes de subir, Ashley le había dejado a Stu un traje de baño para C, porque no era de esperar que hubiera traído uno.

Stu había vestido sus bermudas favoritas, una de sus camisetas de The Clash, había pedido un café con tostadas para hacer tiempo y se había vuelto a recostar junto a C a leer, café y cigarrillos al alcance de la mano, a esperar que despertara.

En algún momento había estado tentado de besarla o acariciarla. Pero se había contenido, paladeando, atesorando el cálido ramalazo de deseo, esa breve punzada de urgencia tibia en su vientre, que no recordaba cuándo había sentido por última vez. Recorrió con la vista el cuerpo delineado por la manta, relajado, cómodo. Definitivamente no era algo que quisiera apresurar. Sentir que recuperaba un asomo de deseo era placer en sí mismo. Placer y calma, sensaciones en las que quería sumergirse tanto como pudiera.

C encontró sus ojos y le sonrió frotándose la cara. —Hola...

Stu le preguntó si había dormido bien, comentó dónde estaban los Finnegan y su hijo, le preguntó si prefería desayunar allí o en la piscina. Y cerró la boca cuando ella se olió una axila y frunció la cara.

—Mierda. Apesto —gruñó C. Sólo entonces se dio cuenta de que lo había interrumpido—. Discúlpame. ¿Decías?

Stu meneó la cabeza sonriendo y señaló su equipaje. —Toma una camiseta limpia. Puedes ducharte, o darte un baño, como prefieras.

Ella asintió, apoyándose en sus codos para erguirse. —Sí, buena idea. ¿Qué decías del desayuno?

—No importa. Ya veremos cuando salgas del baño.

—De acuerdo.

Stu siguió sonriendo al verla levantarse sin haber abierto los ojos del todo. C manoteó una cartuchera de su mochila, se detuvo a mirar alrededor hasta ver la puerta del baño y arrastró los pies en esa dirección, pasándose una mano por el cabello para ponerlo un poco en orden.

Alguna vez C le había dicho que siempre le llevaba al menos una hora pasar del estado "parada por inercia" al de "oficialmente despierta". Y viendo la naturalidad con la que había actuado, Stu se inclinaba a darle la razón. Entonces oyó el sonido de la ducha. Con un jacuzzi a su disposición, ella se estaba duchando.

Stu terminó su café más o menos al mismo tiempo que C cerró la ducha. El silencio lo hizo alzar la vista de su libro, olvidado de lo que estaba leyendo para mirar fijamente la puerta del baño. Se obligó a prender un cigarrillo. No irrumpiría fumando en el baño donde ella estaba medio desnuda. Vio la nubecilla de vapor que indicaba que la puerta había quedado entornada, no cerrada, y ella acababa de pasar del duchador al área de los sanitarios.

Ahora estaba allí, justo detrás de la puerta que no había cerrado. Tal vez envuelta en una de las gruesas salidas de baño que colgaban junto a la bañera. Quizás sólo la cubría una toalla que caería hasta sus muslos.

Stu se hartó de fingir calma. Destruyó en el cenicero lo que quedaba del cigarrillo, dejó caer el libro al suelo y cruzó la habitación en tres pasos.

No hizo ninguna entrada teatral, pero tampoco llamó a la puerta. Asomó medio cuerpo dentro del baño y se demoró un momento allí.

C le daba la espalda en medio del vapor. Así como no había utilizado el jacuzzi, tampoco había tomado una de las suntuosas batas del hotel. Una ducha y una toalla, como si estuviera en su casa. A su lado, sobre el lavabo, estaba la cartuchera abierta, su cepillo de dientes, una maquinilla de afeitar desechable. Tenía un pie apoyado en el banquillo que había junto al lavabo y se inclinaba sobre su pierna flexionada, frotándola con la crema humectante que proveía el hotel. El cabello empapado y revuelto le ocultaba la cara.

Los ojos de Stu siguieron el movimiento de sus dedos deslizándose por su piel pálida, que él imaginaba tan suave.

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