44. Fade Out

89 18 5
                                    

—De todas formas, traje la guitarra, en caso de que queramos practicar.

Me sorprendió escucharte detrás de mí, en la puerta de la cocina, y giré para sonreírte. Pero no te veía bien, porque entre nosotros se interponía una postal de ensueño, en la que estábamos sentados juntos en la playa con la guitarra, cantando. Imagino que mi sonrisa me delató, porque reíste con ganas.

—Refrena esa imaginación, ya casi llegamos —dijiste, divertido—. ¿Sabes? Es la primera vez en años que estoy tan ansioso por cantar con alguien. Quiero que probemos varias de tus canciones, y algunas mías también.

—¿Sí? —Te di la espalda para ocultar mi emoción, pero apenas si habíamos ensuciado nada y ya casi había terminado de lavar—. ¿Por qué arruinar tus canciones?

—Porque me gusta lo que me hacen sentir cuando tú las cantas. Y no hablo de hoy. ¿Recuerdas la primera vez que dormimos juntos?

—¿Te refieres al viernes por la noche?

—Ésa no fue la primera vez.

Miré hacia el costado, para que vieras que no te respondía porque intentaba hacer memoria. Hasta que me acordé. —¿Hablas de la noche que regresaste a San Francisco?

—Sí. Esa noche te dormiste esperándome, ¿recuerdas? —Casi pierdo el hilo de la conversación con el acento cálido que tiñó tu voz al evocarlo—. Fue un momento tan difícil para mí. Recuerdo que apenas logré llegar al hotel, porque estaba devastado.

Permanecí de espaldas con la excusa de secarme las manos, dejando que tu voz recreara ese momento, contándome tu parte. Volver a encontrar tus palabras sin tenerte a la vista era una sensación agradable y conocida que no quería perder. No quería empezar a depender de mis ojos para ser capaz de captar todo lo que podías expresar, para seguir reconociendo tus distintas inflexiones, tu ritmo, tu forma de expresarte.

Te escuché usar el encendedor y tu mano apareció a ofrecerme un cigarrillo prendido, que acepté. Tu otra mano se deslizó como un soplo por mi brazo. No sé si fue tu caricia lo que me causó un escalofrío, o lo que dijiste a continuación.

—Por eso pensé en llamarte. Porque el dolor me ahogaba, y sentía que prefería morir a tener que soportarlo un solo día más. Y ahí estaba tu llamada esperándome, y te hallé dormida. —Hiciste una pausa, quise imaginarte sonriendo de costado al recordar el momento—. Estabas esperándome —repetiste en un soplo—. Y te habías quedado dormida con la música encendida. Fue la primera vez que te vi por Skype, y me recosté en esa fría cama de hotel, mis ojos aún llenos de lágrimas pero incapaces de apartarse de ti. Entonces reconocí la canción. Era Fade Out, pero tú la estabas cantando conmigo.

Volví a estremecerme en esta nueva pausa. Cerré los ojos con una inspiración temblorosa cuando tus brazos vinieron a rodear mi pecho, y tus labios rozaron mi oreja al continuar.

—Allí estaba yo. Tu voz se entrelazaba con la mía desde miles de kilómetros de distancia, y te miraba dormir a mi lado desde miles de kilómetros de distancia. Y eso me reconfortó tanto... Tu voz, diciéndome que había otras formas de superar lo que me estaba ocurriendo, tu sueño tan sereno diciéndome que no necesitaba estar solo. —Apretaste la mejilla contra mi sien con un suspiro que me tocó el alma—. Me dormí así, mirándote, y sintiendo que hubiera dado cualquier cosa por abrazarte como estoy abrazándote ahora. —Te apretaste contra mí un momento, en silencio—. Sí, justo así —susurraste—. Y luego tú despertaste y me hallaste dormido a mí. Y no intentaste aprovechar la situación para ver mi cara. Y en vez de preguntarme qué había ocurrido, hiciste una broma. Y me dijiste que leyera...

—El capítulo del zorro, sí —completé en un murmullo, luchando por controlar mi emoción.

Aflojaste tu abrazo y me instaste a girar y enfrentarte. —¿Por qué lo hiciste?

Me encogí de hombros, sonriendo de costado. —En ese momento, yo sólo me daba cuenta de que te había cobrado afecto. Sólo comprendí que estaba de cabeza por ti varias semanas más tarde. Pero en ese momento, me sacaba de mis casillas la forma en que de pronto intentabas mantenerme a distancia, cuando tú necesitabas tanto consuelo y tanto apoyo. Sólo quería tratar de dártelos. —Te acaricié la cara con suavidad—. Fue mi forma de pedirte que me permitieras hacerlo, de explicarte que quería hacerlo.

—Pero ese capítulo... Termina con que...

Apoyé un dedo sobre tus labios, meneando apenas la cabeza. No quiero hablar de finales, te hubiera dicho. Por favor, no me hagas pensar en finales.

—He ganado, por el color del trigo —susurré.

Y vos entendiste, como siempre entendías. No dijiste más y me besaste.

—¿Por qué no dormimos un poco? —propuse—. Podemos partir después de medianoche para llegar al alba. Me gustaría tanto ver el amanecer en el mar contigo. Sería la manera perfecta de volver a ver el mar.

—¿Me estás invitando a tu cama, maldita desvergonzada?

—Tú sabes, tenía que intentarlo —respondí riendo por lo bajo, muy cómoda entre tus brazos.

—La cuestión es si seremos capaces de sólo dormir juntos. Porque si hacemos cualquier otra cosa, luego no podré levantarme y conducir hasta la playa.

—Pero ya hemos sólo-dormido juntos.

—Oh, pero eso fue antes de descubrir lo que nos perdíamos por sólo dormir.

—"Vejete pervertido. —Volvimos a reír—. No temas. Deseo tanto estar allí contigo, que me ataré las manos si eso es lo que hace falta para no tocarte. Y te arrojaré de mi cama a puntapiés en el trasero si intentas cualquier cosa.

—Trato hecho.

Nos quedamos tal como estábamos, sin hacer el menor gesto para cambiar de posición. Hasta que junté toda mi voluntad para apartarme medio paso, tomar tu mano y conducirte a mi dormitorio.

Nos descalzamos e intercambiamos una mirada dubitativa ya a punto de empezar a desvestirnos. Meneamos la cabeza al mismo tiempo y nos acostamos vestidos, tapándonos con el cubrecamas.

—Oh, recuerdo esto —sonreíste, deslizando tu mano por el acolchado—. Tu cobertor de estampado apasionante.

Me atrapaste entre tus brazos mientras yo todavía reía. Me apreté contra tu costado. Besaste mi frente con un suspiro y cerré los ojos sonriendo en la penumbra de mi dormitorio.

A Este Lado - AOL#2Où les histoires vivent. Découvrez maintenant