25. Separaciones

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—Buenos días, señor Masterson, son las siete.

—Gracias —gruñó Stu antes de colgar.

Su brazo regresó solo a rodear la cintura de C, que apretó la espalda contra su pecho sin despertarse. Él hundió la cara en su cabello, cerrando los ojos con un suspiro que denegaba la moción de levantarse. Flexionó las rodillas para pegarse más al cuerpo junto al suyo, ya medio dormido de nuevo.

No se trataba sólo del cansancio físico. Por primera vez en mucho tiempo sentía que al fin comenzaba a recuperarse del agotamiento psicológico y emocional que acumulara desde su separación. En Hawai se había dormido por la bebida o el dolor, o ambos, y en la gira caía exhausto por el desgaste físico. No recordaba la última vez que se durmiera en una situación tan agradable: C entre sus brazos, los dos quejándose entre risas quedas sobre músculos acalambrados y falta de aliento, para resbalar juntos en un sueño reparador y reconfortante.

Finnegan consiguió despertarlos media hora después, lo indispensable para que se arrastraran hasta la SUV donde los aguardaba Brian, en tanto los Finnegan y Nahuel ocupaban la otra. Ashley volvió a dormirse de inmediato, porque su esposo y el chico habían pasado casi toda la noche jugando, con gran despliegue de música y exclamaciones.

Llegaron a la terminal con el tiempo justo para despachar la tonelada de equipaje de Nahuel y proveerlo de vituallas como para una expedición a Marte, acopiadas con aprensión por las mujeres. Los dos músicos y Nahuel dormitaban de pie en la plataforma bajo la mirada atenta y divertida de Brian y Jimmy, que habían salido después de dejarlos en el hotel y habían trasnochado más que todos ellos, pero lo sobrellevaban mejor gracias a algo llamado juventud.

Pronto llegó el momento del abrazo de Ashley para despedir a su protegido, las palmadas de los hombres en su espalda, el abrazo largo y estrecho de madre e hijo. Y un minuto después lo veían ocupar su asiento junto a una ventanilla. Nahuel lo reclinó, se puso los auriculares, se cruzó de brazos muy arrellanado en su chaqueta de invierno y se durmió de inmediato.

C permaneció al borde de la plataforma, los ojos fijos en su hijo dormido, la nariz enrojecida en la fría mañana.

Stu advirtió su ansiedad reprimida y fue a pararse a su lado.

—Volverá en sólo dos semanas —le dijo con acento cálido, frotándole la espalda.

—Sí, lo sé —murmuró ella sin siquiera pestañear, una respuesta automática de su intelecto que no tenía nada que ver con lo que sentía.

Entonces el enorme autobús dio reversa, y Stu notó con claridad que C contenía su impulso de echar a correr, siguiéndolo. Volvió a frotar su espalda en silencio.

Cuando el autobús dejó la terminal, todos cruzaron el hall y el estacionamiento, de regreso a las SUV.

Brian dejaba que se calentara el motor cuando C preguntó si podían llevarla a su casa.

—Tengo que limpiar el caos que quedó de anoche —se excusó—. Y lavar ropa, y... —Se encogió de hombros.

—¿Y? —repitió Stu sonriendo.

—Y también quiero darte un respiro. No es saludable que estemos tan pegoteados todo el tiempo. —Se dio cuenta de que él no le creía y desvió la vista con una mueca—. Aún no logro evitar que me angustien estos viajes de Nahuel para ver a su padre. Necesito desahogarme.

—¿Sola? —terció él con suavidad, para recordarle cuántas veces lo había instado a hablar con ella para desahogarse, porque no creía que hacerlo solo fuera demasiado efectivo.

—No del todo —respondió ella volviendo a enfrentarlo, y sonreía de costado—. Limpiar con mi música favorita no es estar sola.

Stu asintió riendo por lo bajo e intercambió una mirada rápida con Brian, que tomó el camino opuesto al hotel.

C descansó contra el costado de Stu, sin decir palabra hasta que se detuvieron frente a su edificio. Entonces lo enfrentó con sonrisa tímida.

—¿Hablaremos luego?

—Por supuesto. Llámame.

Le rozó los labios con un rápido beso de despedida y esperó a verla entrar antes de indicarle a Brian que arrancara.

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