8. Interludio

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Esto es el equivalente al "mientras tanto, en otro lugar de Ciudad Gótica" que aprendimos los que crecimos con el Batman de Adam West. Esa noche fue "mientras tanto, en otro lugar del Buenos Ayres", y esto fue lo que más tarde me contó Laurita que pasó, al otro lado de la puerta tras la cual yo me demoraba con vos y con Ray... tratando de entender que "vos y Ray" equivalía a Stewie Masterson y Ray Finnegan. Alto ahí, ¿de verdad que...? Dios. En cualquier momento me voy a dar cuenta y me van a tener que sacar en ambulancia.

Decía.

No sé si a otras bandas les pasará lo mismo, pero a nosotros nos costaba separarnos después de tocar. Como si haber recibido juntos semejante inyección de adrenalina hiciera que necesitáramos mantenernos en un montón apretado, después de tocar, tanto tiempo como nos llevara bajar.

Laurita y Valeria los esperaban junto a la puerta del pasillo, y Beto y Jero las agarraron apenas salieron al salón, sin intenciones de soltarlas por los próximos tres o cuatro años.

Habíamos tenido el buen tino de acomodar a nuestras familias e íntimos en mesas vecinas, de modo que ahora los chicos pudieron situarse en un punto estratégico entre esas mesas, y saludar a todo el mundo sin necesidad de romper filas.

Elo le había prometido a Ray que no mencionaría que ustedes estaban ahí a nadie fuera de la banda. Pero Laurita y Valeria eran parte de la banda, y ella necesitaba contarlo para terminar de creerlo, así que apenas las vio, Elo les dijo quiénes eran mis amigos americanos, y todos se divirtieron apostando cuánto tardaría en darme un ataque. Porque me conocían lo suficiente para saber que si nunca les había dicho quiénes eran mis amigos, debía ser por el sencillo motivo de que yo lo ignoraba.

Los hombres dejaron que Elo se encargara de las muestras de asombro y excitación, limitándose a asentir, aunque sus novias sabían que los tenía impresionados que dos celebridades del rock como Masterson y Finnegan hubieran ido a vernos tocar.

No pudieron hablar del tema mucho más porque ya llegaba el tropel de familiares y amigos a felicitarlos.

Fue un alboroto risueño de abrazos, besos, palmadas en la espalda. Y cuando raleó un poco, los chicos se encontraron ante un grupito de gente de su edad, cuyas caras les resultaban familiares. Los desconocidos los saludaron con confianza, como si los conocieran, pero no hicieron falta preguntas, porque tras ellos llegó Martín. Sus amigos felicitaron a los chicos y volvieron a su mesa frente al escenario.

Martín abrazó a Jero y a Beto, saludó a sus chicas, forzó sonrisas cuando le presentaron a Elo y a Mario. Entonces se hizo el que miraba alrededor y preguntó en el tono más casual del mundo.

—¿Y Ceci?

—Todavía no sale —respondió Laurita sin la menor simpatía.

Ignorante de los antecedentes, Elo asintió riendo. —¡Esa maldita está ahí adentro con Stewie Masterson y Ray Finnegan!

Martín rió con ella, sin creerle, por supuesto. Yo tampoco le hubiera creído. Como preguntarle a Mariano si consiguió a alguien para hacer coros y conteste que sí, que Beyonce llega mañana. Claro, por supuesto.

Y recién entonces le cayó la ficha a Mario, y se le ocurrió preguntar de la galera de qué mago habían salido los famosos para aterrizar justo en el Buenos Ayres, justo esa noche.

—¿Te acordás del amigo virtual americano que Ceci siempre nombra? —respondió Jero, más para nuestro ex guitarrista que para el actual—. Viajó para encontrarse con ella y llegó hoy, así que vino a vernos.

—¡Y resultó ser nada menos que el cantante de Slot Coin! —completó Beto con su mejor sonrisa.

—Ceci debe estar que se muere —agregó Valeria.

—Y ustedes vieron cómo la tenía abrazada Masterson —agregó Jero—. Para mí que ella estaba llorando.

—¡Y no es para menos! —exclamó Elo con toda su alma coiner—. ¡Yo también estaría llorando de pura emoción!

Mario se dio por satisfecho con la explicación. Especialmente porque en ese momento se acercaron unas chicas a felicitarlo.

Pero Martín alzó una mano, el ceño fruncido y el medidor de incredulidad en rojo, amenazando sobrecarga.

—Pará, pará, pará. ¿Me están diciendo que Stewie Masterson viajó especialmente a la Argentina ver a Ceci?

Laurita contó que su tono le hizo picar la mano de ganas de darle una cachetada.

—¡Típico de su onda macho alfa! Como él ya no está con vos, no entiende que otro tipo se pueda interesar en vos.

No sé si Laurita estaba en lo cierto. A mí, su relato me hizo pensar más que nada en la actitud posesiva que Martín solía desplegar. Pero sí, también sonaba más que peyorativo. Era imposible que el ídolo internacional bajara del pedestal a saludar a su caniche. Porque no era más que un caniche, algo insignificante, descartable. Pero sobre todo porque era su caniche.

Las exclamaciones de Elo y Valeria fue cuanta respuesta obtuvo Martín a su incredulidad.

—¡Sí! ¡Es increíble!

—¡Un sueño hecho realidad!

Para ese momento, los chicos ya estaban rodeados de conocidos y desconocidos por igual, que se acercaban a darles la mano y felicitarlos. Y obviamente, al que más buscaban para saludar era Mario, que esa noche de verdad se había lucido.

—¿Y tardará mucho en salir? Quería saludarla antes de irme —dijo Martín, intentando recuperar la atención de los chicos.

Su gesto de volverse hacia la puerta junto al escenario fue más efectivo que sus palabras. Laurita tuvo que tragarse la risa porque de pronto Jero y Beto cambiaron de lugar para pararse entre él y la puerta, sus expresiones conminándolo a que ni pensara lo que por supuesto ya estaba pensando: asomarse al pasillo.

Porque seguramente no creía más que antes que el que estaba ahí conmigo fuera Stewie Masterson. Pero fuera quien fuera, era un hombre, a solas, con su caniche. Y eso no era algo que su ego pudiera dejar pasar.

—¡Ahí vienen! —señaló Elo alegremente.

Y todos giraron para ver que la puerta junto al escenario se abría, y Ray la sostenía para dejarme pasar.

A Este Lado - AOL#2Where stories live. Discover now