二十九

62 14 9
                                    

—Era totalmente esperable que el que cayera fuera yo —susurré entre besos—, cualquiera esperaría que yo fuera quién se rindiera y te buscara. Te busqué en muchas cosas, en muchos lados, en muchas personas, pero, ¿por qué tú?

Mi voz parecía tenía un efecto de ruido de fondo para él que se encontraba concentrado en atrapar cada uno de mis labios entre lo suyos con pequeños y húmedos. Sus ojos hacían bizcos al ver detenidamente el acto que unía nuestras bocas. Daba vistazos de mis reacciones: un idiota que estaba volviéndose loco de lo que sucedía frente a él, que estaba totalmente colorado y paralizado ante las acciones de su hoobae que estaba tomando el total control de la situación y su cuerpo.

Choi Youngjae estaba poseyendo mi voluntad y yo no estaba haciendo nada para detenerlo.

El lado izquierdo de mi cintura dolía de la posición inclinada hacia los besos de mi amado, mi cuello flaqueaba y rogaba porque me enderezara, pero mis labios no tenían suficiente y mi corazón se negaba a acatar órdenes de mi cerebro.
Era un títere a su voluntad. Era todo suyo. Y lo peor es que estaba dispuesto a jugar ese papel.

El calor de nuestro encuentro se convertía en vapor que comenzaba a empañar las pequeñas ventanas del almacén. El aire se volvía pesado por la humedad. El eco de las paredes se encargaban de hacerme llegar los sonidos que mi contrario emitía de su ansiosa garganta trayendo con ello esas indecorosas reacciones en mi cuerpo que odiaría que él notara. 
Sus mano derecha recorría mi brazo, clavícula, cuello y rostro dejando fuego por dónde pasaba, grabándose en mi piel aún por debajo de las mangas de mi oscura -y estorbosa- sudadera negra.

—¿Está seguro de que me ama? —inquirió después de pasar su lengua por detrás de mis labios.

—Más que a nada.

Lo tiré de la mano de la cuál nunca me soltó y lo hice subir a mi regazo haciendo que derramara su café en el suelo.
Yo podía escuchar los acelerados latidos que golpeaban mi pecho con la esperanza de ser oídos por quién los provocaba. Yo sentía mi sangre arder haciendo su recorrido por cada una de mis extremidades recordándome la extrema sensibilidad que estaba sintiendo. Tan sensorial. Tan vivo. Tan real.

—Cada noche sueño con tenerte a mi lado. Cada momento, cada recuerdo, cada foto, cada beso. Todas esas piezas que te conforman me han acompañado desde siempre. Todo eso conformó una palabra que integraba una canción que se reproduce en mi cabeza siempre que tu nombre se cruza en mi vida.

—Entonces, demuéstremelo —respondió melosamente. Viéndome desde arriba con esa mirada tan lasciva que aparecía en nuestros momentos de intimidad—. Calle ese ruido dentro mío que me grita que yo nunca signifiqué nada para usted. Que esas manos que ahora están paseándose por mi espalda lo hacen porque desean hacerlo, porque lo necesitan tanto como las mías me suplican porque vuelvan a aferrarse de su espalda. 

El sentido común salió por las ventilas del almacén dejando sólo a dos idiotas que estaban por fallarle al sexto mandamiento, o el noveno, realmente no soy un hombre de religión pero sí sé que lo que estaba por suceder era un acto impuro como lo demandaba el cristianismo en sus diez leyes.
No pensé en nada más. Mi mente se apagó como cuándo se deja de ver la televisión después de bastante tiempo, no se piensa nada, sólo se acaba de dejar de hacer una actividad que nos consumió. Yo dejé de pensar, de sobreanalizar lo que estaba sucediendo. Las imágenes en mi cabeza de recuerdos y posibles escenarios me abandonaron para permitir que la nítida imagen de mi hoobae encima mío entrara por mis ojos y pudiera ser grabada celosamente como si de escritura en piedra se tratara.

Tomé sus muslos y los atraje más a mí. Mi pecho estaba literalmente unido a su cuerpo y ambos ritmos cardiacos se juntaron e hicieron que la vergüenza que pudiera sentir porque él lo notara se disipara.
Él pasó sus manos por mi espalda y unió nuevamente nuestras bocas esta vez en un beso más arrebatado e impulsivo. El sabor a café de avellana y leche de almendras era algo que no toleraba, pero desde ese momento aceptaría percibirlo en mi boca si era él quién me lo pasaba. Era dulce, demasiado, pero al quedar con su persona lo acepté gustoso de grabar ese sabor como su propiedad. 
La contrariedad en los tonos pastel de su vestimenta (una enorme sudadera color azul parecido al de las hortensias más claras y pantalones grises) y lo acelerado de sus acciones estaban haciendo que mi corazón revoloteara. Ahí estaba de nuevo ese Choi Youngjae dulce y de aspecto inocente que una vez que la puerta se cerrara se convertía en un pecado hasta para el más devoto de los hombres. Al menos para mí, que no soy devoto si no un simple pecador que estaba dispuesto a seguir pecando si se trataba de esa perversidad de ojos pequeños.

I guess this is KARMA [2Jae]Where stories live. Discover now