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Resuelta su misión en Baulgrana, el cardenal Di-santi, junto a toda su comitiva, partió aquel mediodía del reino; no sin antes asegurarle a William, cuando este último lo hubo despedido en el vestíbulo del palacio, que ahora se dirigiría a Ganah a poner al tanto al rey Darcy de su inocencia, contándole la real verdad de los hechos investigados. William le había pedido al religioso que exigiese al rey que quitara las restricciones en sus fronteras para que le volviese a permitir el comercio en barco, así que el anciano le prometió hacerlo. A William esto lo tranquilizó y rogó que el rey Darcy no fuese a ponerse en plan de no creer lo que le diría Di-santi y siguiese con esas restricciones injustas. William, después pidió a uno de los dos ministros que le quedaban, quienes caminaban a su lado, que ordenaran a los lacayos encargados del funcionamiento de la corte, que hoy debía haber un baile majestuoso, para celebrar el haber salido victorioso de las acusaciones de las que fue víctima. Además, quería darles esta noche un discurso a todos sus nobles, despues de haber pasado esta dura etapa, en que un movimiento quiso empañar su reinado. Ellos se pondrían felices por la fiesta, ya que luego de las ejecuciones había vuelto a ordenar que no hubiese música, ni diversión en los salones, porque, aunque hubiesen sido traidores los que murieron, no quiso celebrar sus muertes y bueno esto había provocado un ambiente gris y aburrido en el palacio.

El rey luego de esto se fue a su despacho, junto a Cuviert, lugar donde despues de llamar al señor Hall, ( el jefe de guardia que le había prestado su tío materno, el rey de Chipre), lo felicitó por su exitosa investigación que lo había ayudado a coger a los rebeldes, despues le encargó buscar a alguien que pudiese reemplazarlo, ya que su excéntrico tío estaba mandándole cartas, pidiéndole que le regresara a sus hombres y por lo tanto Hall ya no podía continuar como jefe de guardia. Hall prometió que les pondría a los mejores hombres que había visto en su reino a cuidarlos y William se sintió seguro porque sabía que aquel señor tenía un cerebro muy agudo y sabría escoger bien. Entonces William al quedarse solo otra vez con su ministro más fiel, siguió atendiendo los temas del reino, ya que empezó a revisar los informes que le había hecho Cuviert por orden de él, días atrás, sobre la situación de trabajo de los habitantes de Baulgrana, dándose cuenta que de verdad muchos no tenían un empleo y si lo tenían, no servía lo suficiente para suplir sus necesidades. No había querido pedir el consejo de Cuviert sobre lo que había decidido el cardenal de quitar el título de reina de Elizabeth, ya que no quería oír lo peligroso que era que ella ya no fuese su reina consorte, puesto que Elizabeth había quedado desprotegida con ese nuevo estatus de solo esposa, porque si él moría, ella casi no heredaría nada de la fortuna de su imperio. Y lo peor de todo es que si llegaban a tener hijos, los niños tambien quedarían sin su derecho al trono. Bueno Elizabeth era muy sensible con el tema, ella había dicho que no quería tener hijos y él no quería forzarla con eso, aunque fuese una cruda realidad que un rey que no tenía descendencia, era presa fácil para ser atacado por otro reino, ya que solo había que matarlo a él para quedarse con su trono.

Sabía que tenía que resolver toda esta situación del estatus de Elizabeth de alguna forma, no por la avaricia de mantener su linaje, sino por la seguridad de las mujeres de su reino si a él le sucedía algo. No sería fácil conseguir las pruebas contundentes que quería el cardenal para que ella recuperara su título real, porque solo había sido un invento de él que su esposa era una princesa perdida, mentira que utilizó para engañar al vaticano y conseguir la unión real. Suspiró, ahora no se le ocurría nada, pero ya pensaría en algo para asegurar a Elizabeth, por lo pronto seguiría disfrutando que ella seguía siendo suya, pensó, no pudiendo evitar subir más tarde a verla, preocupándole encontrarla dormida, en posición fetal. De inmediato interrogó a las damas de compañía de ella, si su esposa había comido y salido de esa cama en todo el día, ya que la encontraba igual de rendida que cuando él había salido de la habitación en la mañana. Se sintió aliviado cuando la dama de compañía le respondió que ella si se había levantado y había estado con su madre hasta que hacía dos horas, se había venido a dormir, aunque de todas formas estaba notando que Elizabeth dormía más de la cuenta, como si estuviese muy débil para levantarse. Dios ¿qué tendría?, se preguntó acariciándole la cabellera negra, volviendo a preocuparle que estuviese muy enferma y la fuese a perder. Ella ni se inmutó a su contacto y cuando él la abrazó por detrás, acostándose a su lado y besando su oreja, ella apenas dijo palabras ininteligibles. Él al final la dejó descansar, saliendo del cuarto algo cabizbajo por su salud. En el pasillo se encontró con su madre quien venía seguro a ver a Elizabeth y lo atajó, tomándolo del brazo para interrogarlo sobre lo que había pasado con Di-santi. William por fin se pudo desahogar con alguien respecto a esta decisión del religioso, más tarde mientras caminaba de un lado a otro en la antecámara de su madre, lugar femeninamente decorado con tonos pasteles, donde ella lo había llevado para que hablaran privadamente.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now