13

14.3K 1.2K 118
                                    

Elizabeth trató de no mover ni un musculo cuando el rey estuvo frente a ella y empezó a acariciarle la mejilla. Él la acababa de amenazar con que si se arrepentía iban a pagarla los ciudadanos de Baulgrana, así que tenía que llevar esto hasta el final y obligarse a permitirle todo, sin ponerse histérica, ya que podía suceder porque aún él le provocaba cierto pánico, por la traumática experiencia de la primera vez, pensó, mientras él la atrajo a sí, colocándole sus grandes manos, una en cada montículo de sus nalgas, entonces le acarició con su nariz la suya y le entreabrió los labios, metiéndole la lengua. Elizabeth se sintió menos tensa ante el beso que él le estaba dando, por eso tímidamente le correspondió, mientras él la estrechaba más contra sí, hundiéndola en su amplio pecho, lleno de músculos.

—No temas. Te va gustar.... —le murmuró él, antes de inclinarse un poco para empezar a chuparle un pezón, atención que la hizo soltar un gemido, agarrándose de sus hombros. —Que dulces estás...—le dijo alzando hacia ella su mirada azul, que en ese momento no se veía tan fría como siempre. —Te gusta esto ¿cierto? —le preguntó, antes de darle placer a su otro seno, mamándoselo lánguidamente, para toquetearlo con su lengua despues. —Dí que te gusta. —ordenó mirándola, pero Elizabeth se mantuvo callada, solo soportando lo que le hacía sin revelarse, entonces él la agarró de un brazo y la hizo virarse para hacerla pegar su espalda a su pecho y empezar a introducirle los dedos en su canal, ya muy húmedo, teniéndola en esta posición. —Este coño es de tu rey...—le dijo al oído, introduciéndole dos dedos, con que empezó a penetrarla con un ritmo lento y agónico, que la hizo empezar a morderse los labios de placer. —...Ruégame que te lo coja. Anda hazlo...recuerdas que tienes que hacer lo que yo quiero, por el bien de los harapientos. Ruega. Quiero que digas: su majestad, cójame el coño.

—Es usted un...

—Cuida tus palabras, esposa. —sonrió él, sin dejar de estimularle la grieta de su nido de risos. —Recuerda que el destino del pueblo está en tus manos y no puedes ofenderme; sino agradarme.

Ella se quedó callada otra vez, negándose a perder su dignidad, pero el rey empezó a amasarle la feminidad con toda la mano, haciéndole una fricción deliciosa al rosar sus risos, mientras con el dedo corazón, tocaba su perla secreta y palpitante, que le mandó oleadas de ardor a sus venas y le debilitó las piernas, quedando como un títere entre sus brazos, deseando la copula desesperadamente.

—Quiero que me ruegues. —insistió él, sabiendo que la tenía dominada totalmente. —Tú lo quieres como yo...

Hubo un rato de silencio, entonces William retiró la mano para forzarla a hacer lo que quería.

—Su majestad entre en mí, por favor.... —cuando perdió su calor dijo finalmente ella, rindiéndose a los deseos de su cuerpo.

William, aunque ella no repitió la frase que él le había ordenado, se quedó tranquilo porque la había doblegado, por eso luego de llevarla al orgasmo, la tiró en la cama y antes que ella pudiese negarse a nada o bloquearse, le cumplió su petición: la penetró, sintiéndose la gloria cuando su erección se perdió entre esos muslos, en los cuales había deseado tanto danzar. Ella estaba deliciosa por dentro. Apretada, húmeda, perfecta... por eso volvió a salir y volvió a entrar varias veces, aunque la notó quedarse muy quieta y con los ojos cerrados, como si le estuviese pasando lo más horrible de su vida y solo le quedara no mirar y aguantar el mal momento hasta que pasara.

—Abre los ojos, querida. —le susurró él, retirándose de ella, ya que no la quería como un mueble. —Yo sé que no te duele. No es como la primera vez. Reacciona.

Pero Elizabeth no quiso abrir los ojos. Estaba temblando y solo tenía ganas de llorar y escapar. Se había sorprendido al no sentir dolor cuando él penetró su cuerpo, pero el horror que había vivido en el pasado, cuando él la violentó, había pasado como un relámpago en su mente, haciéndola sentir aterrorizada y desgraciada, por eso estaba así y no podía controlarse, así que aprovechando que él no estaba encima, se puso de lado y empezó a sollozar sin control, sabiendo que esto irritaría al rey y de seguro se iría furioso y esto pondría la situación de los ciudadanos de Baulgrana peor de lo que ya la tenían. Les había fallado. Pobres personas.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAWhere stories live. Discover now