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Los días siguientes, luego del regreso de Elizabeth a la ciudad, fueron muy ajetreados para ella por todos los preparativos de la boda. La reina madre se había encargado de la organización del evento, que se iba llevar a cabo aquella tarde en la capilla del castillo, esto, con ayuda de tres damas de compañía, damas que no eran sirvientas, sino pertenecientes a la corte del rey, misma que estaba conformada por todas las más altas figuras de Baulgrana, que apoyaban al reinado de su futuro esposo. "Su futuro esposo" recordar que en unas horas sería la reina de aquel tirano, la hizo temblar y sentir un nudo en el estómago. Él no la había ido a visitar a sus aposentos desde que ella había llegado días atrás, o sea que no lo había visto; eso la había tranquilizado, pero sabía que cuando estuviesen casados todo cambiaría. Sabría dios cuantas veces querría hacer uso de sus derechos conyugales, pensó Elizabeth, sintiéndose sudar profusamente, bajo el vestido de novia, que le habían ayudado a poner las cortesanas que en ese momento estaban con ella en el cuarto, mientras la reina madre daba instrucciones a las cridas, sobre cómo iba cada joya, que tenía que llevar puesta, como tradición, ya que despues de la ceremonia de matrimonio, vendría la ceremonia de coronación, para ser declarada formalmente como la reina consorte de William Bowes-Teck quinto. Si alguien le hubiese dicho, unos meses atrás, que le iba pasar algo así, no lo hubiese creído posible.

—No llore, su Majestad; que el vestido de novia le queda fabuloso. —oyó Elizabeth que le dijo una de las damas, quien era gordita, hija de un marqués y la reina madre le había contado que tenía dificultad para conseguir esposo, por eso le servía para que le encontrase un buen partido. A decir verdad, las otras dos damas tambien tenían dificultades, porque ningún caballero las consideraba agraciadas, pero eran muy agradables de trato.

—Es que no puedo hacer esto... —susurró Elizabeth, viéndose al espejo. Estaba preciosa. Su vestido era dorado, salpicado de diamantes y tenía una gran cola, además de que todas las joyas la hacían brillar como una diosa, pero sus ojos estaban apagados.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo no se va a querer casar con el rey?! ¡El hombre más precioso de Baulgrana! —dijo otra de las muchachas, como si estuviese loca. Esta era pelirroja, flaca, con pequitas salpicando su rostro. Si, ella supiese... pensó Elizabeth.

—Son los nervios, muchachas. —la disculpó la reina madre y todas callaron, porque habían empezado a parlotear impactadas.

—Lo siento, su majestad...—le dijo Elizabeth a la dama, que había aprendido a admirar por su temple y amabilidad y salió corriendo, hacia el baño, mientras las tres ladies cortesanas y las criadas la miraban estupefactas.

Elizabeth rato despues escuchó que la puerta se abrió, entonces apareció la reina madre, mirándola preocupada. Ella de inmediato lavó su rostro con en el aguamanil, que estaba sobre la encimera de piedra del baño.

—Es hora de que vayamos a la capilla, muchacha. —le dijo la dama mayor, mirándola a través del espejo, arriba de encimera. Ella vestía de forma alucinante con un traje rojo de seda, aunado a su elegante corona, que adornaba su cabello rubio.

—No quiero. —susurró Elizabeth, girándose a mirarla. —Ayúdeme a escapar. Por favor...

Ya no puedes escapar, hija. William te atraparía. —respondió la reina madre, entristecida por su estado. Elizabeth al escuchar esto, soltó en llanto, entonces pasó algo que no se esperó: la reina, caminó hacia ella y la cubrió con sus brazos, gesto que la impactó de sobremanera, porque a pesar de haber crecido siendo cuidada y atendida por las monjas, siempre había deseado saber que se sentía tener una madre y se imaginó que esto le era parecido.

—Tienes que ser fuerte, querida. Ya hemos hablado que esta es tu misión, así que ya no puedes escapar de tu destino. Serás la voz de los más necesitados.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETAМесто, где живут истории. Откройте их для себя