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Finalmente, Elizabeth tuvo que salir de su alcoba aquel día cuando su astuta suegra se dio cuenta que estaba baja de ánimo y prácticamente la obligó a que saliesen a distraerse al jardín trasero. Allí se toparon con varios miembros de la corte compartiendo, viéndose apenas preocupados por el hecho que hubiese muerto una persona por sus actividades nocturnas. A ellas se acercaron los primos de su esposo: el conde de Ambrose, el de cabello negro parecido en contextura a William y el paliducho flaco, llamado Geraldo, quienes las saludaron caballerosamente y se detuvieron a intercambiar palabras. Elizabeth notó que el de cabello negro abrazaba con fuerza a su suegra, como si tuviesen una relación muy estrecha, entonces la misma despues que los dos hombres se fueron, le contó que cuando el conde era niño lo cuidó un tiempo, mientras sus padres se fueron de viaje, por eso el muchacho la adoraba como una tía, pero tal parecía que no era el caso con su primo, porque él mismo era quien le había advertido que William no tenía corazón. Elizabeth mientras siguió caminando con su suegra, ataviada con una pelliza para cubrirse del frio, no pudo evitar preguntarle si sabía algo de William, haciendo a su interlocutora darse cuenta que las cosas no iban bien entre ella y su hijo.

—Según me dijeron está entrenando en el área de luchas tras el castillo, ya que hoy lunes empieza formalmente la justa para sumar puntos, a ver que reino termina haciéndose el ganador del botín. —informó la dama, tambien ataviada con una fina pelliza, sobre su vestido, luego preguntó—¿Discutieron?

—Su hijo me está evitando desde ayer que le dije todo lo que dijo estando obnubilado y lo enfrenté, pidiéndole que me hablara de lo aquello que lo atormenta. —contó Elizabeth.

Beatriz suspiró y dijo:

—Ya sabes lo difícil que es William, cariño.

—Sí, lo sé—murmuró Elizabeth triste, no pudiendo evitar que las lágrimas nublaran su mirada verde.

—Ven—la agarró la reina madre del brazo. —Podemos visitarlo mientras práctica. No hay que caminar mucho para llegar a esa zona de entrenamiento.

Elizabeth asintió y fue con ella, maravillándose cuando se acercaban al lugar y a los lejos vio a su marido sin camisa, practicando con una lanza larga, golpeándola contra una figura de madera. Tras él estaban sus ayudantes y tambien Selene, recostada en las vallas de madera que cerraban la zona, aplaudiéndole a su marido ante cada intento que hacía William de golpear la figura de madera con la lanza. Él solo le dirigía una mirada de agradecimiento a la mujer y seguía practicando. Entonces Elizabeth al verlos tan cerca, se preguntó si la reciente apatía de William significaba que había vuelto a ser el amante de esa mujer.

—Debe haber una explicación, cariño—se apresuró a confortarla su suegra. —Selene es una mujer muy pegajosa, de seguro es quien lo ha buscado para ver si lo seduce de nuevo.

—Su hijo le podría muy bien decir que se quite de allí y lo deje practicar a solas. —replicó Elizabeth, sintiendo un leve mareo que preocupó a la reina madre.

—Ay cariño has palidecido. —le dijo la dama mayor—Mejor volvamos al castillo.

—Sí. Regresemos. Aquí no tengo nada que hacer—respondió Elizabeth, dándose la vuelta, doliéndole que William no hubiese podido invitarla a verlo a practicar, pero si estuviese haciéndolo frente aquella mujer y sin camisa. El corazón le dolía, porque sentía que todo había vuelto al principio cuando él era un insensible que ella no le importaba. Su bebé tambien debía compartir su tristeza porque al regresar al castillo se le intensificaron los síntomas del embarazo, ya que se la pasó vomitando, no soportando nada en el estómago. Ya para la tarde su estado mejoró y pudo ir a la justa, junto a la reina madre porque William se disculpó, diciendo que iría primero para seguir dirigiendo a su equipo, así que Elizabeth volvió a sentarse en las gradas reales de Baulgrana, solo con su suegra, viendo la victoria de su país en aquella ocasión sobre Ganah, lo que ameritó que en la noche William organizara un gran banquete. Elizabeth esa noche, sintiéndose herida y con ganas de llamar su atención, se atavió con un vestido muy llamativo, que nunca se había puesto, regalo de boda de su suegra. El mismo era rojo, con un escote de corazón y faldas en capas, que logró el efecto que ella deseaba, porque cuando se adentró al salón de la corte, William, estando sentado al final de la sala en su trono, la miró intensamente con su mirada azul, invitándola a sentarse en la silla a la derecha de él. A su izquierda se acomodó su suegra tambien, quien venía con ella y luego que ellas se sentaron William ordenó que el baile continuara.

Su reina por obligacion /LIBRO 1) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora